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Barandal
Viernes 02 agosto, 2024

El olor de la panadería

**Aroma delicioso
**Pancito recién horneado

ESCALERAS: El aroma y el olor más fascinante desde la infancia hasta la vejez está en la panadería. El pancito calientito. Desde los bolillitos hasta la concha y pasando por las canillas y los polvorones.
Incluso, caray, la infancia más triste y nostálgica suele vivirse cuando nunca, jamás, ni por accidente, un niño fue invitado por el panadero de confianza a estar un ratito cerca del horno.
Es más, a meter el pancito recién elaborado a mano al horno.

Luis Velázquez

Y a cacharlo recién cocido.

PASAMANOS: Más, quizá, cuando el pancito, como las tortillitas, echan chispas y salen bien quemadito.
Es un olor que ha de respirarse con alegría y la certeza de que ningún daño hará al sistema respiratorio.
Ni siquiera, vaya, a los asmáticos, considerando, además, que apenas, apenitas, cambia el tiempo y llueve el cuerpo humano de un enfermo del asma sufre gran transformación.
En la madrugada, hacia las cuatro, cinco de la mañana, aquel pueblo despertaba con el olor de tantas panaderías. Digamos, y hasta donde se recuerda bien, una panadería en cada calle.
“Aquí, dirían los ciudadanos de a pie y motorizados, somos muy paneros”.

CORREDORES: Las michas para el desayuno, los bolillos para la comida en vez de las tortillas y los bizcochos para la cena significan la mayor delicia del mundo.
Es más, en la tarde, una tortita preparada con quesito y un chilito xalapeño nadando en la olla transparente en medio de las zanahorias y las cebollas constituye un banquetazo familiar.
La mayor encomienda era que la madre enviara al hijo a la panadería. Pero más, mucho más, el permiso para meterse hasta el horno.
La dicha inmensa en cada pueblo.

BALCONES: La delicia, entre tantas piezas del pan, y como relata el cronista Francisco Ortiz Pinchetti, de “las conchas, las chilindrinas, las piedras, rejas, ojos de pancha, besos, bísquets, donas, campechanas, condes, hojaldras, moños, bigotes, corbatas, semitas, picones”.
Por alguna razón histórica, social y poderosa, pero en el siglo pasado era común que las panaderías siempre estaban ubicadas en la esquina de la cuadra.
En el pueblo, sin embargo, dos de las más famosas panaderías estaban en un gigantesco patio de vecindad, donde los dueños tenían unas mesitas con sillas para saborear el pan preferido con un cafecito de olla, elaborado siempre por las esposas.
En nombre de pan, el patio era una romería y un festín.

PASILLOS: De casa en casa pasaba el panadero a buena hora de la tarde tibia y fresca. Siempre puntualito. Y en la calle se escuchaba su grito delirante anunciándose. “El panadero, el panadero”.
Era un hombre bajito de estatura y cuello de toro donde cargaba la canasta con panes y siempre conservando el equilibrio.
Y lo que más llamaba la atención y la curiosidad eran su gigantesca papada y panza, las dos, aseguraba, a base de comer tanto pan.
Otros, claro, la panza gigantesca debido al consumo de cerveza. Y a los tacos, picadas y gordas.

VENTANAS: Uno de los platillos más sabrosos es el pancito remojado en el cafecito.
Claro, alto contenido calórico. Amiguito del sobrepeso y la obesidad.
Pero como escribió Carlos Fuentes Macías, “aquí nos tocó vivir y qué le vamos a hacer”.
Y ni modo de ir contra la tradición y la cultura.
Imposible, por ejemplo, un velorio sin pancito recién salido del horno.
La vida gravitando alrededor de un cuarteto singular:
Uno, las tortillas. Dos, el pancito. Tres, la cerveza. Cuatro, la vida sedentaria.
Y porfis, sirvan igual para todos que la casa paga.


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