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Diario de un reportero
Viernes 26 julio, 2024

Violencia obstétrica: El dolor silencioso de la maternidad

Yulith Denisse Hernández Sánchez
Universidad Veracruzana


En el jardín de la vida, el nacimiento de un hijo para aquellas que lo desean debería ser una de las flores más hermosas, un momento de alegría y esperanza. Sin embargo, para muchas mujeres, este jardín se ve manchado por la sombra oscura de la violencia obstétrica, un fenómeno que convierte lo que debería ser una experiencia sublime en un calvario de dolor y humillación.
Recuerdo con nostalgia la alegría, la energía y entusiasmo cuando supe que estaba embarazada. Lastimosamente, este fue como una estrella fugaz, que brilló por un instante en un breve momento, solo para desaparecer en la oscuridad antes de ser plenamente admirada. La poca fuerza que me quedaba se vio quebrantada por la crudeza del trato que recibí en el hospital.
Entré a la sala de urgencias obstétricas sin asimilar por completo lo que estaba pasando, sólo para encontrarme con un personal médico insensible y despectivo.

Tratada como un número más en su lista, junto con otras mujeres que se encontraban en la misma situación y algunas más próximas a dar a luz, fuimos ignoradas en nuestro dolor y nuestras súplicas. En lugar de palabras de aliento recibimos comentarios fríos y deshumanizantes: “No grites, no es para tanto”, “pues ve el lado bueno, tal vez como no estás casada si tu pareja te deja ya no tendrás la responsabilidad de un hijo” me dijeron, como si el dolor emocional por la pérdida, aparte del físico, fuera una exageración, como si este no fuera real.

Sé que mi experiencia no es única. La violencia obstétrica, esa forma de abuso que sufren las mujeres durante el embarazo, parto y posparto, y que también se manifiesta en los casos de abortos espontáneos se manifiesta de muchas formas: desde comentarios despectivos hasta procedimientos médicos realizados sin consentimiento como por ejemplo el poner implantes anticonceptivos o hacer una ligadura de trompas. Es un espectro que va desde la negligencia hasta la violencia física, y se perpetúa en un sistema de salud que muchas veces ve a las mujeres como meros recipientes de vida, en lugar de seres humanos con derechos y dignidad.

Cada vez que escucho a las mujeres de mi familia contar sus experiencias al dar a luz, no puedo evitar pensar en el bosque de la maternidad, donde cada árbol representa a una mujer y su experiencia de dar vida. Algunos árboles crecen altos y fuertes, alimentados por el amor y el cuidado que recibieron. Otros, sin embargo, están torcidos y marcados, con sus ramas quebradas por esta de violencia. Estos árboles son recordatorios vivos de un sistema que falla en proteger y respetar a las mujeres en uno de los momentos más vulnerables de sus vidas.

La violencia obstétrica no es solo una cuestión de malos tratos durante el parto. En los casos de abortos espontáneos, las mujeres enfrentan una doble carga de dolor: la pérdida de su embarazo y el trato inhumano que reciben en una institución que

debería ofrecerles apoyo y compasión. Es como si, en lugar de encontrar un refugio seguro, encontraran un campo de batalla donde su dolor es minimizado y sus emociones desestimadas.

Como mujer, me resulta imposible no sentir una profunda indignación ante esta realidad. La violencia obstétrica es un reflejo de una sociedad que aún lucha por reconocer la plena humanidad de las mujeres. Es un eco de un pasado patriarcal que sigue resonando en nuestras instituciones, donde el poder y el control sobre el cuerpo femenino se ejercen sin compasión ni respeto. En lugar de recibir cuidados y comprensión, muchas mujeres se encuentran con una indiferencia escalofriante que solo añade sal a sus heridas ya abiertas.

Cada relato de abuso y negligencia es una llamada a la acción, un recordatorio de que debemos luchar por un sistema de salud más humano y respetuoso. No podemos seguir permitiendo que las mujeres sean tratadas como meros vehículos de vida, despojadas de su dignidad y derechos en el proceso. La violencia obstétrica no solo daña a las mujeres individualmente, sino que también corroe la confianza en el sistema de salud, afectando a la sociedad en su conjunto.

Reflexionando con mi pareja en la búsqueda de soluciones, llegamos a la conclusión de que debemos abogar por la educación y sensibilización del personal médico, la implementación de políticas públicas que protejan los derechos de las mujeres durante el parto, y la creación de mecanismos de denuncia efectivos. Necesitamos un cambio cultural que reconozca y valore la experiencia de la maternidad como un proceso profundamente humano y respetuoso.

La violencia obstétrica es una herida profunda en el tejido de nuestra sociedad, una herida que solo sanará con el esfuerzo conjunto de todos. No podemos permitir que más mujeres sufran en silencio. Es hora de alzar la voz, de exigir respeto y dignidad en el momento más sagrado de la vida. Solo entonces, el jardín de la maternidad podrá florecer en todo su esplendor, libre de las sombras de la violencia y el dolor. Considero que, como sociedad, debemos comprometernos a proteger y honrar cada vida que comienza, asegurando que cada mujer reciba el cuidado y la compasión que merece en sus momentos de mayor vulnerabilidad y dejar en el pasado el dolor silencioso de la maternidad.


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