Habitar una casa embrujada
Por Kathia Ortiz
Me corté el pelo un viernes. Siempre olvido la euforia que da un corte de pelo. Mucha gente le tiene un gran apego a su cabello, les aterroriza incluso cortarse las puntas, pero para mí es un accesorio más. He tenido el cabello de distintos largos en el transcurso de mi vida: hasta la cintura, a media espalda, a los hombros, corte bob, pixie, una suerte de mullet, y también un corte de hongo parecido al de los integrantes del grupo coreano BTS. También he pensado en raparme y hacerme diseños divertidos con tinte o empezar una colección de pelucas.
Me pregunto si los estilistas saben a cuánta gente le salva un poco (o mucho) la vida su trabajo. Quizás cuenten las veces que sus clientes le han sonreído a su reflejo sentados en la silla de peluquería, pero ¿sabrán cuántos adolescentes lloran en sus cuartos al ver a las personas que les devuelven la mirada en el vidrio reflectante?
Me pregunto también si Marsha P. Johnson nunca se nombró...
trans porque no estaba familiarizada con el término o si era por considerarse más allá del hombre y la mujer, como dijo un periodista amigo suyo.
No sería raro, pero nunca lo sabremos con certeza, no podemos hablar con su espíritu en el río. Con quienes sí podemos hablar es con todas las voces trans que gritan desde sus trincheras, a veces para que las escuchen entre el bullicio, a veces como llamado de auxilio.
No le deseo a nadie la sensación de que te escuece la tela que llevas encima, el vértigo en la boca del estómago, el rechinido de gis sobre pizarra cuando escuchas un nombre incorrecto. Un nombre muerto. Cosas muy sencillas bastan para vivir en paz y aún así tenemos que aferrarnos a ellas, como vampiros arañando el techo de sus ataúdes, las uñas partidas y llenas de tierra.
En la tierra de la libertad, “don´t say gay”. No leas cuentos a los niños por las tardes, porque somos diablos en vestido de lentejuelas. Porque un show drag es “un lugar peligroso y amoral”. ¿Para quién? ¿Para los niños, pobres criaturas, o para las dragas? Hoy no es muy distinto a cuando la Madre Legendaria Pepper LaBeija le explicó al mundo qué era el “shade” y cuáles eran las categorías de un ball, cuando Willi Ninja vogueó junto a Madonna o cuando estrangularon hasta la muerte a Venus Xtravaganza.
Cuando Nietzsche dijo que Dios estaba muerto quizás esperábamos que sus templarios dejaran de perseguirnos en su nombre. La verdad es que sólo tomaron un descanso para buscarlo, luego nombraron un suplente. Lo cual, siendo honesto, es incluso gracioso, porque llevan siglos peleando esta cruzada y no logran exterminarnos. Existimos antes que ellos, fuimos two spirit, bakla, muxes e hijras; heraldos de los dioses. Hoy, como aquella canción de Caifanes, somos sombras en tiempos perdidos.
El fantasma de la navidad pasada visitó mi habitación anoche. Me mostró todos los rostros multicolores de los cuerpos que habité, los seres que fuimos antes de que Constantino se sumergiera en agua bendita y proclamara el cristianismo. Ví a Ardhanarishvara, con su rostro medio azul, siempre sonriente. A las femminielli cargando bebés recién nacidos para la buena suerte. Los burneshas que escaparon del yugo de lo femenino en los Balcanes, ancianos, próximos a convertirse en un recuerdo que las mujeres albanesas esperan no revivir.
Me revolvió el estómago escuchar a Lori hablar de cuando encontró a su esposa, Mandy, con quien ha compartido 50 años de su vida, sentada bajo un árbol con una soga en las manos, diciendo que no había podido hacerlo. ¿Es tan alejada la realidad estadounidense a la de México? Nadie debería esperar hasta los 70 años para salir del clóset, para transicionar. Es convertir el cuerpo en una casa embrujada, ajena, con escaleras que crujen y ventanas que aúllan. El fantasma del presente cerró la puerta al salir.
El primer binder, las primeras extensiones, dan la misma euforia que ese corte de pelo. Luego en la calle vuelven a nombrarte como algo que hace mucho no eres, tal vez nunca fuiste. El acceso a las hormonas parece lejano a pesar de que puedas cambiarte el género en los documentos, gracias a la Ley de identidad de género, vigente sólo por hoy en 22 Estados del país (aunque la SCJN declarara inconstitucional restringir el acceso a procedimientos de reafirmación de género).
Me pregunto qué me hace diferente a la persona frente a mí. ¿Así nací, de este modo? ¿Los demás habrán vivido sus vidas despreocupados de saber quiénes eran? ¿Qué nombre se habrán puesto, reacios del que les dieron? El que les causa escalofríos subiendo por la espalda. El que mucha gente lucha por sembrar tres metros bajo tierra en un lote baldío, para tener el privilegio de que no aparezca en sus lápidas.
Aún no recibo en mi casa al fantasma de la navidad futura. Espero que encuentre coqueta la pintura nueva que me he puesto, las amplias ventanas que son mis ojos, que todo lo ven. El elegir no ser vistos le cuesta al resto de nosotros ser invisibles. A veces, es más seguro así, pero bien sabemos que en el mundo de los vivos, no se legisla para fantasmas.