La vida por el periodismo
**Reporteros estrangulados
**El crédito en el palenque
UNO. Tragadero de personas
El periodismo, como de seguro todos los oficios, empleos y profesiones, es un tragadero de seres humanos. Tanto mujeres como de hombres.
Un día, un reportero alcanza el más alto decibel llevándose las ocho columnas de la portada.
Luis Velázquez
Y como en el caso excepcional del cronista y escritor, Luis Spota, logrando las ocho columnas de la portada de Excélsior en el siglo pasado durante treinta días seguiditos.
Pero por lo general, al día siguiente, otro periodista ganó la exclusiva en portada con las ocho columnas y que en el oficio se llama “La princesa”.
Un “estira y afloja” en el palenque duro y rudo.
La vida de un trabajador de la información por las ocho columnas.
DOS. Prestigio desmoronado
Mucho, demasiado, ha de trabajarse en el periodismo para, digamos, quizá, quizá, quizá, construir, mejor dicho, ganar el respeto, primero, de los jefes.
Luego, de los compañeros del oficio.
Después, acaso, de los jefes políticos encumbrados.
Y en una esas, quizá, el respeto del lector.
Pero, caray, de pronto, puede cometerse un error con los datos desgranados en una noticia y todo el prestigio se desmorona de un día para otro.
Y se queda en el limbo, en la nada, en la sospecha, en la evidencia.
Y los días y las noches van estrangulando la vida reporteril.
TRES. Días inestables
En el periodismo mucho, mucho, mucho, se trabaja en la faena laboral y física.
Se tiene, claro, hora de entrada para recibir las órdenes del jefe de Información.
Pero nunca se conoce la hora de salida pues, verdad universal, nunca los hechos sociales convertidos en noticia tienen hora para ocurrir.
Incluso, con frecuencia, el día de descanso se cae porque sucedió o está programado un hecho importante y el titular de la fuente lo ha de cubrir.
CUATRO. Extenuante jornada laboral
Duras y rudas las jornadas laborales de cada día en el ejercicio reporteril.
Y lo más indicativo y significativo, con salarios jodidos.
Y sin el pago de horas extras y que tanto abundan y se multiplican.
Y con frecuencia, sin las prestaciones económicas, sociales y médicas (sobre todo) garantizadas en la Ley Federal del Trabajo.
¡Ah!, y si un político encumbrado se irrita y molesta con una noticia, digamos, incómoda, basta y sobra con que el vocero solicite la renuncia del reportero para que sea entregada por el director editorial con el visto bueno de los dueños del medio.
CINCO. Patrones canijos
El padre de un reportero falleció de un paro cardiaco.
Y aquel periodista debió, primero, pedir prestado a los amigos para los gastos del velorio.
Y segundo, como le faltaban centavitos, extender la mano a un político, pues en su medio los patrones argumentaron jodidez canija.
Y ni siquiera, vaya, una esquelita publicaron en su periódico en testimonio de duelo y solidaridad.
Por eso, cuando a un colega se le pregunto si desearía que sus hijos contaran historias en un medio informativo su respuesta fue contundente y lacónica:
“¡No, no, no!”.
SEIS. “La cruda verdad”
Por eso, el periodismo, como otros oficios, es un tragadero de mujeres y hombres.
Simplemente, se trata de “la cruda verdad”.
Desde luego, un reportero puede alcanzar la dicha y la felicidad logrando las ocho columnas de la portada.
Quizá una exclusiva, gran exclusiva, por ahí. Una crónica muy bien reporteada y pensada y escrita.
Y alcanzará la felicidad efímera de un ratito, un día, una noche.
Pero ganar las ocho columnas en ningún momento garantiza el itacate, la torta y los tacos y la sopita de letras en casa para la esposa y los hijos.