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Expediente 2024
Sábado 06 julio, 2024

Una niña ante cadáver de su madre

I (La vida siniestra de Veracruz)

La vida en Veracruz es sórdida, siniestra, violenta, salvaje, implacable.
Por ejemplo: Una niña de 8 años de edad miraba la televisión en su cuarto hacia las 15:30 horas del jueves cuatro de julio en el barrio “El Santísimo” en Ixtaczoquitlán.
Entonces, escuchó en la habitación contigua unos disparos.
Y de inmediato, angustiada, se levantó y fue al cuarto

Luis Velázquez

de al lado y en donde su señora madre tiene una cantina.
Y descubrió a su señora madre bañada en sangre.
Sentada en una silla.
Recargada sobre una mesa.
Y empezó a llorar.
Llorando salió corriendo del bar para buscar a una vecina.
Y le contó el escenario dantesco que había de sufrir como un cataclismo, un relámpago, un tsunami.
Derecho, derechito, a sus neuronas y el corazón.
La amiga avisó a la policía.
Y la policía encontró seis casquillos calibre .9 milímetro y un cartucho útil.
Y el cadáver de la señora Cristina Vázquez Morales.
Eficientes y eficaces (ajá), el reporte policiaco fue el siguiente:
Uno:
La señora Cristina solía cerrar tarde el bar.
Dos:
Solía emborracharse con los clientes.
Tres:
La versión de que por ahí llegaban sicarios y pistoleros y en camionetas ostentosas.
Cuatro:
Por tanto, bien pudo tratarse de un ajuste de cuentas… por la venta de droga (Notiver).
Es decir, “raudos, rápidos y veloces”, los elementos policiacos con el informe contundente, lacónico y categórico.
Y mientras investigan, la señora Cristina Vázquez, dueña de la cantina, desprestigiada, desacreditada, bajo evidencia, bajo sospecha.
De la niña de ocho años, ni quién se acordará, aun cuando el trascendido es que fue entrega al DIF municipal.
Sobre todo, por el impacto y el posible daño sicológico.
Además, si la niña vivía sola con su señora madre, vaya a saberse su destino inmediato y mediato.
La madre, originaria del estado de Oaxaca.
El bar se llama “La oscuridad” y en la oscuridad quedó, por lo pronto, la niña.
Ocho años de edad.

II (Oscuridad en Veracruz)

Bien dicen: en todas las guerras, el peor daño es para los niños.
El segundo, para los ancianos.
Y el tercero, para las mujeres.
Peor, mucho peor, en esta guerra en Veracruz que en ningún momento es una guerra de los ocho millones de habitantes del Estado jarocho.
Es una guerra, primero, entre los carteles, dueños del día y de la noche y a ritmo de salsa y de la brisa marina del Golfo de México.
Segundo, una guerra entre los carteles y la autoridad estatal y federal.
Tercero, una guerra entre los carteles y los marinos y los militares.
Cuatro, una guerra entre jefe capos.
Y cinco, una guerra donde el mayor número de víctimas es, ha sido, será, la población civil.
Primero, hombres.
Ahora, niños, mujeres y ancianos.
El resultado social es lacónico: Veracruz, campeón nacional en feminicidios.
En el dato oficial, unos ochocientos niños huérfanos.
Y un número incalculable de madres viudas.
Niños y viudas en el desamparo económico y social.
Niños huérfanos de madre y padre.
Veracruz, campeón nacional en secuestros.
Y extorsiones.
Y el colmo, fosas clandestinas.
Además, los ríos y lagunas convertidos en panteones particulares de los malandros.
Los malosos, dueños del día y de la noche.
Del destino personal y familiar.
Y colectivo.
El gran legado histórico y social de las tribus guinda y marrón.


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