Una sola razón de peso y con peso en el palenque familiar: tocar puertas laborales para conseguir un empleo, un trabajo, una chambita.
Y por lo general, el desempleo y el subempleo.
Y con salarios pichurrientos.
En el mejor de los casos si bien les va, entre cinco y seis mil pesitos mensuales.
Además, a prueba.
Y, claro, lógico, obvio, sin las prestaciones económicas, médicas y sociales contempladas en la santa Ley Federa de Trabajo.

DOS. “Ahí se la llevan”

Por eso, en el argot juvenil se asegura que las universidades públicas y privadas son una fábrica gigantesca de desempleados.
Entonces, la respuesta más sabia es que el chico pase a estudiar una maestría y luego siga a un doctorado.
Si puede, en universidad local.
Si puede, en universidad prestigiada de alguna entidad federativa.
Y si se pueden los padres, en el extranjero.
Y como dijera aquel policía creando antigüedad, “ahí se la llevan”.

TRES. Agarrar experiencia

En algunas universidades (bendito el Ser Superior) suelen tener una Bolsa de Trabajo.
Y por ahí canalizan las inquietudes de los egresados, incluso, cuando cursan el último semestre.
En otros casos (más bendito el Ser Superior), la oportunidad para el servicio social y la práctica profesional y agarrar experiencia, por cierto, una legítima demanda de los empleadores.
Insólito, inverosímil: hay muchos jóvenes (y profesionales en activo) metidos de taxistas porque fue (y es) la única posibilidad.
La otra opción (claro, ni modo) echarse el morralito al hombro con dos, tres muditas de ropa y unos zapatos y agarrar camino a Estados Unidos como migrante.

CUATRO. Pesadilla inevitable

Unas semanas antes de concluir la carrera a un chico se le preguntó el siguiente paso, desde luego, sobre el trabajo.
Su respuesta fue impresionante: “De eso no me preguntes”.
Es decir, dar la vuelta a la realidad apabullante a punto de vivirse.
Y con un trauma sicológico de por medio a partir de las pláticas con los compañeros del salón de clases.
Y las vivencias escuchadas con los amigos egresados de generaciones anteriores.
Y en muchos casos, mirando (y leyendo) la realidad social dura, ruda y adversa.

CINCO. Bendición escolar

Mucho, demasiado, se han preguntado los padres de familia y los expertos si la tarea de la universidad termina con el último año escolar y la bendición discursiva para que vaya lo mejor posible a todos.
Por el contrario, si ha de darse vida y vida reciclada y fermentada a una especie de Bolsa de Trabajo y hasta a una oficina de Enlace de la casa de estudios con los industriales, empresarios y comerciantes empleadores para empujar el desarrollo profesional de los muchachos.
Incluso, el pendiente académico de revisar (y actualizar) los planes de estudio para profesionales con una mente programada en la creación de fuentes de trabajo en vez de tocar puertas como un trabajador más.

SEIS. Orientación vocacional

Los egresados y sus padres ocupados, preocupados y angustiados cuando las semanas y los meses y hasta los años van caminando y las puertas laborales están cerradas.
Y ninguna lucecita alumbra el largo, extenso y sinuoso túnel económico y social.
Nadie erraría si pensara en un divorcio entre la autoridad educativa y la iniciativa privada para facilitar el ejercicio laboral de los egresados.
Más, cuando el gravísimo error de seguir formando profesionales en las carreras cien por ciento saturadas en el mercado local, regional, estatal y nacional, por ejemplo, Leyes, Contaduría, Medicina, Odontología, Veterinaria, Ingenierías y Comunicación.
Un desaseo que, incluso, viene desde la escuela primaria cuando la llamada orientación vocacional ha de alcanzar la plenitud pedagógica.