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Escenarios
Viernes 14 junio, 2024

Las exparejas

**El infierno como destino
**No es el fin del mundo...

UNO. Adioses fulminantes

Los adioses entre los matrimonios y los amantes son catastróficos. La vida cambia, incluso, de forma brusca, de un segundo a otro. Y los días y noches por venir se vuelven la peor pesadilla del mundo. Incluso, los ex llegan a sentirse en el infierno.

Luis Velázquez

Por ejemplo: Nunca más dormir al calor del cuerpo de la pareja. Nunca más sentir su cuerpo en la madrugada. Vaya, la demoledora extrañeza de bañarse solo. Y acaso, en la tina. Y chapotear solo. Bueno, con los recuerdos y la nostalgia.
Los días que fueron. Los días que son. Y sin la pareja.
Entonces, se impone la verdad universal de la bruja del mercado popular: “Antes como antes y ahora como ahora”.

DOS. Dejar de soñar…

Nunca más, por ejemplo, desayunar juntos y entre ambos preparándose el desayuno, la comida y la cena.
Jamás volver juntos al cine y comer palomitas a la sombra de la oscuridad. Y compartir el refresco de cola.
Nunca más soñar de cara al presente y el futuro que viene.
Vaya, en un momento de coraje pasional y de indignación crónica, prender fuego al álbum personal para que como dijera Bronco, “que no quede huella, no quede huella”.

TRES. Morir cada día

Lo dice el compositor: “cuando un amor se va… ¡qué desesperación!”.
Ta’canijo sentir la muerte, sin la compañía de la persona amada.
De manera súbita. De golpe.
La vida acuchillada en pedacitos como si fuera un pedazo de carne de res destazada en la carnicería.
Adiós a la vida plena. Adiós al pasado ardiente, intenso, volcánico. Adiós a bailar juntos en la madrugada medio ebrios antes de hacer el amor.
Un giro estremecedor de más de ciento grados.
Y de pronto, el madrazo de la nada. Y la nada, dice el patafísico del barrio, es nada.

CUATRO. “Lo que fue ya no será”

Los amantes que soñaron. Los amantes que ya no son.
En cada nuevo amanecer y anochecer, y en tanto dura, digamos, el recuerdo pues allí “donde existió fuego hay cenizas”, preguntarse decenas, cientos de veces el momento definitivo donde la relación se fregó.
Más, mucho más, cuando ni uno ni el otro de la pareja deshecha tiene una alternativa por ahí con otra mujer, otro hombre.
Y, bueno, se cruzan los dedos para que la ruptura sea pacífica. “En santa paz”, pues de lo contrario, suele vivirse el infierno.

CINCO. Del paraíso al fin del mundo

La expareja, brincando del cielo al centro del averno. De la compañía de los ángeles y querubines a los Jinetes del Apocalipsis y los Círculos del Infierno.
Y mientras cicatriza (si cicatriza) la herida (y ojalá lo más pronto posible), en el tránsito del jardín floreciente al yermo estéril, aplicarse en la tarea laboral y quedarse más, muchas más horas en la oficina, la empresa, el taller, el surco, para quizá, quizá, quizá, apaciguar el torbellino interior.

SEIS. El tiempo de la caducidad

De pronto, la vida (“La vida es así y qué le vamos a hacer”) se llena con los colores de la muerte.
El negro. El gris. El oscuro. Incluso, el morado, el color con que en Semana Santa suelen cubrirse los rostros de los santos en la iglesia católica.
Y en la pequeña y grande historia de cada pareja descarrilada nada remedia el dolor y el sufrimiento.
Más cuando la ruptura estuvo aderezada de violencia. Violencia verbal, mínimo.
Y luego, en la nostalgia, el remordimiento, el reproche, la culpa.
La vida es sabia. Ningún ser humano es inmortal. Tampoco, los amores. Ni los deseos. Ni las pasiones.
Siempre se atraviesa el tiempo de la caducidad.


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