Depresión y suicidio
I (Asuntito de Seguridad Nacional)
En Santiago Tuxtla, una anciana se ahorcó. En el patio de su casa. De un árbol.
Se llamaba Elvira. Elvira N. 68 años.
De acuerdo con la versión, desde hace mucho tiempo andaba en la depresión.
Y la ansiedad.
Y, claro, sintiéndose sola.
Luis Velázquez
Se colgó de una cuerda amarrada a una rama.
Fue en la mañana del jueves 24 de mayo (Notiver).
Coctel explosivo:
Una, la ansiedad.
Dos, la depre.
Y tres, la pinche soledad.
La soledad exterior. La soledad interior.
Tres jinetes del Apocalipsis, Círculos del Infierno, males en la caja de Pandora, causando estragos en la vida cotidiana.
Caray, inevitable el trío de enfermedades.
Y “si más cornadas deja el hambre”, más, muchas más cornadas la depre y la soledad.
Y su pareja infernal como la ansiedad.
Un tsunami convertido casi casi en un asunto de Estado.
Poco a poco, la población perdiendo el sentido de la vida.
Y en forma paralela, las ganas y los deseos y la pasión de vivir y convivir.
A veces, la persona está acompañada y vive, digamos, en la sexta, séptima, octava década, con la pareja tradicional.
Y al mismo tiempo, vaya paradoja, se siente sola.
De poco o nada sirve estar acompañada.
Soledad y depresión llevan al suicidio dicen el terapeuta familiar, el sicólogo, el siquiatra, el sociólogo, el antropólogo y el filósofo.
Y hasta los sacerdotes, ministros de Dios que tanto saben de la soledad y la depre, claro.
Los vecinos descubrieron el cadáver de la señora Elvira en el poblado Sabaneta, de Santiago Tuxtla, allí donde los brujos florecen.
Y, bueno, ni los chamanes la pudieron salvar.
Duro y canijo, terrible y rudo, terminar la vida suicidándose.
El camino más fácil, ahorcarse de un árbol en el patio y colgarse de una viga en el interior de la casa.
Terrible y espantosa fue aquella madrugada, hacia las cinco horas, cuando una señora jarocha despertó y miró vacía el lado de la cama donde dormía el esposo.
Entonces, se levantó y lo buscó en la casa. Y nada.
Se asomó a la calle a través de la ventana.
Y miró a su pareja colgado del árbol y sin vida.
Desde entonces, la esposa y los hijos viviendo en el infierno.
El suicida, claro, se quita la vida y deja, digamos, de sufrir y padecer.
Pero al mismo tiempo, caray, deja en la orfandad al resto de la familia.
Y quizá, quizá, quizá, en las peores circunstancias económicas.
II (Mucho valor suicidarse)
No cualquier ser humano tiene la entereza y la fortaleza para quitarse la vida.
Por ejemplo, preparar con discreción y cautela el suicidio.
La forma. La técnica. La medida.
Ahorcándose.
Pegándose un tiro.
Tirándose del séptimo, octavo piso de un edificio.
Arrojándose a las vías del tren cuando el ferrocarril está enfrente llegando a la estación como la Ana Karenina de León Tolstói.
Quizá como los escritores Mishima y Yasunari Kawabata, ambos Nobel de Literatura, con un kamikaze.
Y/o como el escritor de veinticuatro años de edad, Manuel Acuña, tomando una botella de cianuro y acostándose a dormir luego de que la musa Rosario de la Peña lo menospreciara.
Acaso como el gran Ernest Hemingway pegándose un tiro en la boca con la escopeta utilizada tantos años para cazar leones, tigres y elefantes en Africa.
En Santiago Tuxtla, doña Elvira, de 68 años, se ahorcó de un árbol.
Así terminó su vida.
Con todo y depresión, muy valiente, sin duda.
III (En el sótano de la improductividad)
La depre y la soledad, un asuntito de Seguridad Nacional.
Cierto, tarea de los padres de familia, los maestros y los sacerdotes, entre otros.
Pero de igual modo, del Estado en una tarea conjunta.
Más porque cada persona depresiva suele hundirse en el fondo de la improductividad.
Y la estadística del ausentismo laboral se multiplica en latitudes insospechadas.
Y como suele ocurrir, la persona bien puede terminar en el suicidio.
Peor, mucho peor, indicativo y significativo, cuando los niños y los adolescentes y los jóvenes también se suicidan en el llamado “viaje a la oscuridad” (la depresión, la soledad y la angustia) como lo denominaba el escritor William Styron, amigo de Bill Clinton, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes Macías.
Vaya, la depre ataca por igual a los animalitos. Y en el viaje oscuro y negro mueren…