Enfermedad silenciosa
**Callada y fatídica
**La depresión
UNO. Enfermedad silenciosa
La depresión es una enfermedad silenciosa. Callada. Discreta. Y fatídica.
Incluso, calculadora y fría. Y tramposa. Suele llegar en momento inesperado. Y, claro, sin avisar.
Luis Velázquez
Más, mucho más, cuando es genética y viene y proviene de una herencia familiar.
Y cayendo en el surco con tierra fértil.
Otras veces es hija de las circunstancias, digamos, de la vida. Los tiempos malos, los tiempos adversos, huracanados y torrenciales, golpeando en las neuronas y el corazón de la persona.
Simplemente, “una muerte en vida” cuando suele perderse toda emoción existencial, incluso, por vivir.
DOS. A todos ataca por igual
La depre (como le llaman de cariño) vive latente, invencible, en el inconsciente. Pero también en el subconsciente. Y ni se diga, en el consiente.
Y de igual modo como embiste a la gente de la clase media y baja, también a la clase alta.
El hecho de andar en la miseria, la pobreza y la riqueza…
Y de tener estudios con maestrías y posgrados…
Y un elevado cargo público y gerencial para vivir con dignidad…
En ningún momento significa que la persona esté curada de la depresión.
TRES. Diez mil enfermedades vigentes
La depre forma parte de las tres mil enfermedades que la ciencia médica ha detectado en el transcurso de los siglos.
Pero también forma de las siete mil enfermedades existentes en la tierra que hasta el día de hoy la ciencia médica ha sido incapaz de detectar con precisión.
Enfermedades, pues, raras y extrañas. Pero vigentes.
Todas, las diez mil, atacando con feroz persecución la vida humana.
Caray, la depre de igual manera como se va contra las personas de la sexta y séptima y octava década (los más propensos) también bombardea a los niños.
Insólito, los animalitos también suelen enfermar de depresión.
Y si están depresivos durante días y semanas, “veinte y las malas” que mueren.
De tristeza.
La enfermedad de la tristeza le llaman, incluso, le ce a las plantitas cuando se secan. Y mueren.
CUATRO. La depre se cura…
Desde luego, la depre puede curarse. Mejor dicho, se cura. Aun cuando, claro, la persona sigue expuesta.
Hay tratamientos médicos de los especialistas para sacar del denominado “viaje a la oscuridad” por el escritor William Styron y quien terminara suicidándose en un viajecito.
Son tratamientos que duran y de acuerdo con la intensidad volcánica de la depre entre dos y tres años.
Y sin dejarlo.
Y sin desesperarse porque se toman y toman y toman pastillitas y en forma aparente nada pasa.
Pero a la larga, sucede.
CINCO. Cura muy cara…
Claro, cuesta.
El médico suele cobrar mil doscientos pesos de consulta.
Y una caja con treinta pastillitas vale entre novecientos y mil pesos.
Pero, bueno, tratándose de pacientes de la clase media nada como “una cooperacha” familar para salir del paso.
Jodidos en la clase baja. Peor, mucho peor, con los indígenas y campesinos depresivos, pues ni modo que las hierbas del campo sean pócimas maravillosas.
SEIS. Es de familia…
La depre genética es una huésped permanente en la familia. Y hasta inmunidad e impunidad tiene.
Si de pronto llega a un pariente, entonces, la exclamación general es la siguiente:
“¡Es de familia! ¡No te preocupes! ¡Al rato se te quita!”.
Con todo, los estragos llegan con el mismo hachazo y necesita atenderse.
Lo peor entre lo peor es mirar todos los días y noches a un familiar en la indiferencia total y absoluta por la vida.
Una vida vegetativa, pues.
La indiferencia a las emociones y sensaciones de las horas de cada día.
De hecho y derecho, esperando la muerte.
En el primer libro de sus Diarios, el filósofo Alejandro Rossi insiste en muchas ocasiones sobre el viaje depresivo en que anda.
Entonces, su único consuelo es el siguiente:
“Tengo que escribir. Tengo que escribir. Tengo que escribir”.
Y los días y noches y semanas y meses volaban sin escribir una sola línea.