Un día en el hospital en vez de chapotear en la alberca
Las únicas pacientes en Urgencias del Sanatorio
Adriana Velázquez Canales
Facultad de Comunicación
Universidad Cristóbal Colón
Pasó tiempo, unas dos horas, en las que mientras estaba acostada mi mamá estaba sentada al lado mío mientras esperábamos a la enfermera y los resultados de los estudios que me habían hecho horas antes, después de haber llegado de emergencia al hospital por un dolor grave que tenía en estómago.
Después de horas de estar reposando me levanté al baño, había una pequeña ventana arriba de lavamanos donde se reflejaba la luz del sol, se podía ver el cielo azul claro y una nube blanca blanca, el día estaba perfecto para estar en la alberca con los amigos.
Me vi al espejo, por el dolor no había tomado un segundo para ver mi apariencia, jamás me había visto tan pálida; no, verde, con ojeras moradas tan remarcadas que parecía que llevaba días sin dormir. De pronto tocaron a la puerta y me cortó cualquier pensamiento que podía haber tenido en la cabeza.
Regresé a la camilla cuando...
llegó una enfermera que abrió la cortina completa dejando que todo lo que pasase fuese visible para los ojos que se asomarán, ya que por su cuerpo y el carro lleno de tubos y cables que llevaba ameritaba amplio espacio.
Llevaba puesto un cubre bocas que sólo dejaba ver sus ojos agotados, podría haberse visto más amigable, pero no trató de fingir su mal humor al decir “buenas tardes”.
-¿Duele mucho? Pregunté a la enfermera mientras preparaba una jeringa.
Si aprietas el brazo si, voltea hacia la pared y no mires. Me dijo mientras me amarraba el brazo con una cinta elástica y buscaba mi vena que nunca ha sido fácil de encontrar.
Mi mamá, al extremo de la cama, me apretó el pie mientras lloraba.
-"Me acuerdo cuando eras bebé, una bebé en una cama del tamaño como en la que estás ahora pero no ocupabas ni la mitad, me acuerdo de ti con una bata que te quedaba grande, parecía cobija. Me acuerdo de tus ojos, tus ojitos que me miraban mientras me decían que podías aguantar las mil picaduras de aguja en tu brazo mientras te buscaban la vena" me decía mientras me hacía un nudo en la garganta y ella se volteaba para no ver y ocultar sus lágrimas.
Lo que estaba pasando claramente le afectaba, porque se trataba de mi y por el sentimiento que le hacía recordar de cuando había estado en la misma posición, pero con la luz de recién nacida, cada vez que me enfermaba esos recuerdos de preocupación de mis primeros meses de vida regresaban a su mente.
Todo el día habíamos sido las únicas pacientes en urgencias del sanatorio, pero en mi espera de lo que estaba segura era lo peor que me había pasado empecé a escuchar voces.
Mi dolor se desvió y fue olvidado cuando escuché unas voces entrar; quería saber qué pasaba, si la razón por la cual estas personas llegaron, como yo consideraba, era tan absurda como la mía, así que me dediqué a escuchar ya que no tenía más que hacer y me habían quitado el teléfono por el dolor de cabeza.
Por la cortina delgada que me separaba del exterior, por un pequeño espacio pude ver claramente a una mujer, la mujer más delgada que mis ojos han visto, con su tez blanca como la nieve, llevaba ropa con colores brillantes en la ropa y una boina rosa fuerte que la hacían ver su piel más descolorida; nada más podía escuchar su voz ronca, pero dulce.
La vi pasar sólo por un instante porque se metió al baño a cambiar, se quitó los colores brillantes y relucientes y salió con una bata de hospital como la mía, obscura y apagada. Le asignaron la camilla junto a la mía, seguíamos dividas por la cortina azul delgada, pero todo se podía escuchar claramente.
”Simplemente ya no quiero, ya no puedo, pensamos que era el final y que todo estaría arreglado pero no es así, y ya no puedo más”. Escuché atentamente decir a la paciente mientras mi mamá estaba enfocada en el teléfono actualizando a mi papá en lo sucedido con lo mío.
“Tienes que luchar”, “existen más soluciones”, “no nos dejes”… esas frases se quedaron marcadas en mi mente, con las voces entrecortadas de los adultos que acompañaron a la mujeres, eran sus padres.
Había tenido un episodio de desvanecimiento por lo que tuvo que llegar a urgencias, me enteré que se trataba de cáncer de mama, se lo diagnosticaron a principios del 2019 y después de sentirse bien por unos meses habían venido otros donde todo se arruinó, hasta ahora.
Escuché que le rogaba al doctor y a su papá que ya no quería estar hospitalizada, que quería ir a su casa a descansar y quedarse ahí hasta el final.
“Antes me paraba lista y dispuesta a ir a mis quimioterapias, me alistaba e iba feliz, pero ahora lo sufro como no tienen idea, y ya no quiero, ya no quiero sufrir”.
Al escuchar esas palabras el nudo que estaba conteniendo en mi garganta ya no aguanto más y le hice una señal a mi mamá para que me hiciese caso.
Ella volteó y se preocupó al verme llorar.
Escucha- le susurré, antes de que pensara que era un dolor mío, ella concentró su atención en escuchar.
"Yo conozco esa voz" dijo mi mamá.
“Rochy tenemos que atacar con algo más agresivo” se escuchó que le decía el doctor a la paciente a la cual ella respondía: “Es que yo ya no puedo”.
"Es la amiga de tu abuela" susurró mi mamá al apretarme la mano. Ella tiene una amiga que vendía ropa, acuérdate, fuiste a su casa, le compraste el vestido azul con puntos blancos que tanto usas. Tu abuela nos ha contado que dejó de hablarle y que después de meses le dijo que tenía cáncer, mejor no escuches eso.
Cuando me llegó el recuerdo de aquel día me tapé la boca para que no se escuchara mis deseos de llanto. Yo la llegué conocer, yo llegué a hablar con la señora que tenía verdadero sufrimiento, la señora que recordaba que ese día estaba muy feliz enseñándonos toda la ropa que había y compartiendo risas por anécdotas, con mis abuelas se estaba rindiendo, no la puedo culpar, su dolor es inexplicable, su dolor puede que no tenga solución. Tenía ganas de abrir la cortina y agarrarle la mano, pero lo que hice fue acostarme a llorar.
Mientras escuchaba esas palabras se me vino todo a la mente, me estaba alterando y “sufriendo” por lo que me harían a mi, para mi había una solución fácil sin dolor, para otras personas no hay y por eso hay que valorar.
Horas después me subieron a una habitación donde me iban a empezar tratamiento, recé para que hubiera alguna señal de que Rochy estaría bien, y así fue…
Meses después me enteré que falleció dos semanas después de nuestro encuentro en el hospital. Durante esas dos semanas cumplió su deseo de disfrutar su casa, su cama, su familia, pero como dije, para entonces si estaba mejor… estaba en el cielo.