Crónica de una derrota deportiva
Adriana Velázquez Canales Facultad de Comunicación Universidad Cristóbal Colón
Me desperté sin ganas; era mi segundo día de partidos en el torneo estatal de squash. Ya había perdido el primero el día anterior así que estaba con la mentalidad de perdedora.
Bajé a desayunar y mi mamá me estaba esperando para decirme que diera todas mis ganas y me olvidara de lo ocurrido.
Después de desayunar subí a alistarme para ya irme al centro de raqueta, tomé lo necesario y me fui. Tenía que estar ahí a las 9 de la mañana y así fue, llegué puntual.Mi tío estaba en la ciudad, así que mi mamá decidió llevarlo a desayunar ya que mi partido era más tarde, tenía tiempo de llevarlo y regresarlo a su casa, yo no quería que me fuera a ver así que el plan era perfecto.
Mi mamá se fue y yo sola entré con los vellos de los brazos parados por los nervios, vi como mis compañeros y posibles contrincantes se preparaban así que me puse más nerviosa, pero decidí que no me afectaría y que yo debía hacer lo mío para estar bien.
Saludé a mi entrenador y le pedí que me dijera a qué hora y contra quién jugaría para avisarle a mi mamá y para prepararme, me contestó que todavía no sabía, pero que calentara. Así hice, calenté una hora y después jugué un partido amistoso con un competidor de Guanajuato que acababa de conocer.
Llegó mi mamá a eso de las 11, con mi tío, mi abuela y mi tía. Me enojé, no quería que nadie me viera perder otra vez, pero sus intenciones eran darme porras, así que no le tome mucha importancia.
Pasadas las 12 me avisaron que casi era mi hora de jugar y me puse a calentar otra vez porque ya me había enfriado. Quince minutos corriendo, quince peloteando de un lado y quince peloteando de otro.
Acabando me dicen que se cancela, que estaba equivocado y que me tenía que esperar. Me volví a sentar a ver a mis compañeros jugar. Otras 2 horas, 3 de la tarde, yo seguía en el centro esperando mi partido mientras que muchos ya habían salido a comer. Mi mamá me propuso que también fuéramos, pero decidí que no por si me llamaban y no llegaba a estar habría perdido por default, como un amigo. Le dije que llevara a los parientes a comer y a su casa ya que estaban cansados y así fue. Ahí me quedé, mientras otros jugaban, otros calentaban y otros se componían de su batalla, yo seguía mi turno, matando el tiempo con jugadas que hacía con los que ya habían ganado o perdido.
Dieron las 4, 5 de la tarde cuando decidí que otra vez iba a preguntar y debatir que todavía no jugaba y que estaba preparada desde la mañana. Mi entrenador estaba descontento porque también sabía cómo me sentía al ver que todos ya iban por su cuarto, quinto partido, y que yo seguía en la desesperación del segundo.
Tenía a mi familia esperando por muchas horas, quienes también tenían el descontento en el rostro. Llegaron a decirme que mejor nos fuéramos, que no había razón de esperar más si iba a jugar contra alguien mayor que yo en todos los sentidos y que mejor no me ilusionara en ganar. Ya estaba enojada y eso empeoró, me fui a una cancha a motivarme a mí misma después de derramar unas lágrimas.
Pasó otra hora, 6 de la tarde, cuando me dicen que cuando acabe un partido seguiría el mío, estaba un poco aliviada ya que después de haber esperado casi 9 horas ya era mi turno, le calculé a las 7 de la tarde, así que empecé a calentar y después me senté a ver a mi contrincante jugar, me sentía devastada, tenía los vellos de punta, sentía náuseas y por encima de todo mis malos compañeros me decían que mejor me preparara para perder; me sentí chiquita y derrotada.
Mi entrenador me vio con el nudo en la garganta y se acercó a hablarme, sus palabras me motivaron y le prometí que le daría todas las ganas al juego, me lo estaba prometiendo a mí misma más que nada.
Mi hora había llegado, todos los ojos los sentía encima de mí, los de mi familia, compañeros, amigos de mi oponente y conocidos que conocí en lo que esperaba ese momento de jugar.
Entré a mi cancha, mi zona de batalla, noté cómo mi oponente seguía sudando y sonrojada del partido anterior que había ganado. Estrechamos manos y después de persignarme empezamos el partido.
Ella le llegaba a la pelota con facilidad, sentía como si estuviera riéndose de mí de lo torpe que me pude haber visto, no me importaba, yo sabía que podía, al menos con hacerle juego y hacerla jugar yo me haría ganadora.
Sin darme cuenta acabó el primer set; lo perdí. Salimos a tomar agua, mi entrenador me dijo que yo podía dar más de lo que estaba dando, que entrara y lo diera todo.
Volvimos a entrar, tan rápido como empezamos, terminamos, y ahí quedó, perdí otra vez. Me sentía devastada, pero como buena perdedora le dije "felicidades" y salí.
Sentía la cara de los de Veracruz de decepción, le pregunté a mi entrenador cómo lo había hecho, sus palabras fueron: "creo que lo pudiste haber hecho mejor, pero no te preocupes, vamos a mejorar y en el próximo vas a ganar más de uno", tomé sus palabras de aliento, las de él y las de los demás mientras me despedía de ellos.
Llegué a mi carro a escuchar "esperamos tanto para perder". Por más que fuera cierto no había razón de decirlo, eran de esas cosas que están de más decirlas.
Me encogí y decidí ignorar ese comentario y mejor hacerle caso a los de motivación que llegaron a decir.
Llegué a mi casa y decidí que iba a salir con mis amigas, así que me arreglé y pasaron por mí. Tenía razón, con ellas no me había equivocado, sentí lo que sabía que iba a sentir y olvidé la derrota, la cual no me define, sólo motiva.