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Escenarios
Sábado 10 febrero, 2024

El hombre más sencillo del mundo

**Y el más humilde y honesto
**Modelo de conducta

UNO. Un hombre casi mudo

El señor Silvestre N. era, fue, el hombre más sencillo y humilde de la vida.
Discreto. Callado. Casi mudo. Apenas, apenitas, hablando lo necesario. Incluso, con un lenguaje monosilábico. “Sí. “No”. “Ta’bien”. “Eso dicen”.
Respetuoso de todos. Sin echar pleito.

Luis Velázquez

Ni menos, ponerse a discutir ni alegar.
Es más, en momentos duros y rudos cuando se creía y sentía atrapado, mejor dicho, obligado a expresarse sobre un tema polémico, contestaba con cuatro sabias palabras:
“Convengo… por no alegar”.
Luego, se despedía de todos y se retiraba a su casita con techo de madera y paredes de horcones.

DOS. Un perrito, gran compañía

Fue campesino. Tenía una parcelita de cinco, seis hectáreas. Sembraba maíz y frijol. La mitad de la cosecha para el autoconsumo. Y la otra mitad, para irla vendiendo de acuerdo con las premuras familiares y caseras.
Su fortuna (gran fortuna) eran dos vaquitas que todas las mañanas ordeñaba.
La mitad de aquella producción lechera para el consumo de los hijos. Y en casa. Y la otra mitad, para vender por ahí de casa en casa en el rancho.
Un perrito era su compañía. Desde temprano cuando se iba al surco hasta la noche cuando regresaba a casa.
Y el perrito eran fiel que dormía a un lado, en el piso, del catre de Silvestre.

TRES. Caritativo y solidario

Era un hombre humilde. Muy humilde.
Se quitaba la camisa para darla a una persona necesitada.
En casa daba de comer frijolitos y arrocito a la persona necesitada que tocara a la puerta.
Nunca se expresó mal de nadie. Ni lo evidenciaba ni criticaba. Ni menos, mucho menos, intrigaba ni calumniaba.
Tampoco, claro, echaba pleitos a los demás. Y si alguien por ahí lo provocaba, primero, pedía disculpas por un error cometido, y luego, abrazaba a la persona y se retiraba.

CUATRO. Gran curiosidad humana

Siempre vivió (y con la familia) en la modestia. Sin lujos ni bienes materiales. Sin ropa ni zapatos de marca.
Es más, únicamente tenía dos mudas de ropa. Y un par de zapatos, color negro, “porque le quedaban a todo”.
“No necesito más para vivir”.
Y si alguien por ahí alardeaba de viajar en el país y en el mundo, entonces, conseguía libros y revistas de geografía para leer sobre aquellas naciones y estar informado.
Y en ningún momento para hacer competencia a los otros, los viajeros, sino por mera curiosidad.

CINCO. Las tareas domésticas

Su esposa, la señora Aurelia, también con bajo perfil. Digamos, uno y otro se encontraron en la vida y sin andarse buscando.
Ella, entregada a su casita. Las tareas domésticas. Las tres comidas, sencillas, modestas y humildes. El aseo de la casa.
En las noches, ambos se sentaban en la salita de casa a platicar y tomar cafecito de olla, mientras contaban historias y cuentos y leyendas del pueblo al par de hijos, una niña y un niño.

SEIS. La vida como principio y fin

La prioridad de Silvestre y Aurelia eran sus hijos. Su razón y sentido de la vida.
Y nada los hizo cambiar, pues ambas eran personas serenas, prudentes, mesuradas y tolerantes.
Silvestre, por ejemplo, solía masticar las pocas palabras antes de expresarlas.
Y en cada crujida cavilaba sobre los pros y contras de lo que diría para evitar una imprudencia.
Lo aprendió de su padre y su padre del abuelo y el abuelo del tatarabuelo.
“Así somos en la familia” se justificaba cuando un interlocutor por ahí se exasperaba.
Son vidas ejemplares. Modelos de conducta.


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