Fue famoso porque era un extraordinario orador, igual, igualito, quizá mejor que Demóstenes.
Y también fue Cónsul en Roma. Y tuvo envidiosos a su lado. Políticos a quienes formara y a quienes ofreciera oportunidades para escalar en cargos públicos.
Y de igual modo como sucediera con Francisco I. Madero y Salvador Allende a quienes sus generales lo traicionaron (Victoriano Huerta y Augusto Pinochet), también a Cicerón.

PASAMANOS: Cuando tenía sesenta y cuatro años de edad, primero, le cortaron la cabeza.
Después, las manos.
Las manos “con que había escrito las Filípicas, unas oraciones en contra de Antonio, y quien encabritado con las letras y las palabras operó su crimen.
Y en venganza.

CORREDORES: De acuerdo con Plutarco en su libro magistral, Vidas Paralelas, Antonio “hizo poner la cabeza y las manos sobre lo que formaba barandilla en la tribuna”, digamos, para exhibir su trofeo.
Y en la tribuna con los legisladores romanos como testigos silenciosos (calladitos todos), impactó e impresionó más, muchos que la cabeza decapitada de Cicerón, “la imagen de ánimo de Antonio”, usufructuando su victoria atroz.
Después, entregó los restos a Filólogo, amigo traidor de Cicerón.
Y Filólogo las entregó a Pomponia, mujer de Quinto, y ansiosa de venganza.
Y Pomponia “le fue cortando poco a poco las carnes y las asó y se las hizo comer”.
El mundo duro y rudo de los políticos de Roma, la cuna de la civilización junto con Grecia.

BALCONES: La saña y la barbarie, pues. 43 años antes de la aparición de Jesucristo en el mundo.
Uno, la traición de los amigos y subalternos.
Dos, el asesinato.
Tres, la cabeza decapitada.
Cuatro, las manos cortadas.
Cinco, el resto del cuerpo asado por una mujer y luego tremendo banquetazo con sus carnes.
Además, alevosía, ventaja y premeditación.
Plutarco Elías Calles, el fundador del Partido Nacional Revolucionario, abuelito del PRI, únicamente ordenó asesinar a los cien seguidores del candidato presidencial independiente, José Vasconcelos Calderón, quien le hizo mucho, demasiado, excesivo ruido al favorito de “El turco”, Pascual Ortiz Rubio.
Más atrocidad en Roma.

PASILLOS: De acuerdo con la fama pública, entre los narcos dominan y predominan las siguientes leyes no escritas:
A un traidor, lo torturan y matan y pegan el tiro de gracia.
A un ladrón de los bienes de los jefes, le cortan las manos. Y de paso, hasta los pies.
A un lenguaraz, cortan la lengua.
A un sicario que le ha bajado la novia o la amante a un jefe, lo matan y decapitan.
A un pistolero que se pasa de tueste jugando al inteligente y operando en dos bandos, una vez descubierto, lo van matando poco a poco.
Por ejemplo, la tortura. Luego, le suelen cortar los genitales. Después, las manos y la lengua. Y aun cuando esté sin vida, un tiro en la nuca.
Y si es posible, pozoleado… no más pa’que los otros aprendan y nunca olviden.

VENTANAS: Pero, bueno, bien podrá creerse que los orígenes de tanta crueldad con el “amaos los unos a los otros” estuvo en Roma.
El ajuste de cuentas entre los cónsules, emperadores y Césares.
Y en el subsuelo, la feroz lucha por quedarse con la silla embrujada del palacio.