Buscaba la llave para abrir la puerta del departamento cuando se sintió encañonado. Y a las espaldas, una voz autoritaria:
“¡Abre!”.
Y el empujón de dos hombres. Dos sicarios. Dos pistoleros.

PASAMANOS: Abrió la puerta y lo empujaron de un madrazo. Entonces, le amarraron las manos con un mecate. Y luego, con una reata lo amarraron a una silla en la sala.
Y le arrebataron el teléfono celular.
Y arrancaron de una mesita en el centro el teléfono convencional.
--¿Dónde tienes la caja fuerte?
--No tengo caja fuerte.
--¿Cómo cabrón no tienes caja fuerte?
--No tengo.
--Entonces, ¿dónde está el dinero?
--No tengo dinero.

CORREDORES: Entonces, lo bolsearon. Y le sacaron unos cinco mil pesos que llevaba en la bolsa del pantalón porque había salido a plaza comercial a comprarse una muda de ropa y unos tenis y nada le gustó.
El hombre vive solo en el departamento. Es viudo. Y dos hijos mayores viven en la Ciudad de México.
Y el departamento está en un edificio donde tienen una alberca comunitaria que los condóminos comparten con una salita de estar.
Y en cada piso tres departamentos. Pero por lo general, siempre solos. Cada familia encerrada en su mundo.

BALCONES: El dueto de sicarios revolotearon el departamento. La sala. El par de recámaras. El comedor. La cocina.
Nada encontraron. Y los hombres enfurecieron. En una recámara solo una cama. Y en la otra, la ropa del hombre.
--Por favor, aflójenme el mecate con que amarraron las manos. Me está doliendo.
Y el par de pistoleros indiferentes. Sordos.
--Por favor, aflójenme el mecate con que amarraron las manos. Me está doliendo.
--¿Dónde está el dinero?
--¡No hay dinero en esta casa! ¡Soy jubilado y vivo al día!
Hecho el departamento “patas arriba”, los malosos se llevaron los cinco mil pesos y el celular y se fueron tan serenos y campantes.

PASILLOS: El hombre de la sexta década quedó amarrado con una reata a la silla y por fortuna los pies en libertad.
Y poco a poco y como pudo fue empujándose a la puerta y caminó al departamento vecino y se tardó una eternidad y tocó y le abrieron la puerta y lo desamarraron.
Y contó “el infierno tan temido” y vivido en unos cuantos minutos, los malosos como picoteando los ojos de un cadáver abandonado en un lote baldío.

VENTANAS: Es la vida hoy en Veracruz. De norte a sur. Y de este a oeste. En los doscientos doce municipios. Incluidas las rancherías y comunidades.
Simplemente, nadie, ningún ciudadano de a pie, ninguna familia, ningún pueblo puede festinar que libró el tsunami de incertidumbre, zozobra, inseguridad e impunidad.
Y cada vez “de mal en peor y con la tristeza lloviendo como nunca”.
Jamás como ahora en otro sexenio (quizá cuando Agustín Acosta Lagunes y “La Sonora Matancera” y Javier Duarte y su desaparición forzada) se ha vivido la peor desventura sexenal.
La vida, a orilla del precipicio. Mejor dicho, rodando en la ladera. Caminando al Gólgota en medio de cardos y espinas.