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Diario de un reportero
Sábado 29 julio, 2023

Trabajadores informales

**Cornadas del hambre
**Historias desgarradoras
**Empujar la carreta

DOMINGO
Vivir vendiendo masa…



He aquí algunas historias de trabajadores informales:
Durante varios años, el joven Ciro llevaba el itacate a casa vendiendo masa para echar tortillas en la banqueta frente al changarro donde un hombre tenía un molino de nixtamal y le molía el maíz temprano hacia las 4 de la mañana antes de iniciar la molienda diaria.
En la banqueta, Ciro tenía una sencilla y modesta básculadonde pesaba el kilo y/o el medio kilo, el cuarto de kilo de masa que compraba cada ama de casa.
Había decidido vender masa luego de andar tocando puertas y ventanas para una oportunidad laboral en el pueblo.
Pero todos los negocitos y comercios saturados con la mano de obra.
De pronto, al pueblo llegó un hombre con dinerito y primero puso una maquiladora donde las tortillitas salían casi casi...

Luis Velázquez

echaditas a mano y calientitas y baratitas.
Después puso otra y otra y otra maquiladora en el norte y el sur y el este del pueblo.
Y los cuatro molinos de nixtamal fueron quebrando pues el 95 por ciento de las mujeres prefería comprar las tortillitas en la maquiladora.
El joven Ciro también quebró. Luego, con tantas cornadas del hambre terminó de migrante en el Estado de Texas donde vive dichoso y feliz.

LUNES
El afilador de tijeritas

Desde unos treinta años, cada quince días pasa por la calle el afilador de tijeras y tijeritas y quien así de piquito en piquito va juntando la morrallita para llevar la torta a la familia.
Camina despacio cargando un morralito con su maquinita de afilar y se anuncia con un silbato que las señoras conocen y luego luego se asoman a la calle para gritarle que necesitan el servicio.
Su centro de trabajo es la banqueta. Sobre la banqueta coloca la maquinita y ahí con amorosa delicadeza va sacando el filo a las tijeritas, una miniatura que sirve para cortar, incluso, la cutícula de las uñas.
Es un hombre de mediana estatura y le apodan “El medio metro” porque más o menos mide de estatura.
Es delgado y garrudo y tiene arrugados el cuello y los brazos y las manos, pero con su mirada y la mitad de una sonrisa ilumina la plática y cae bien a la clientela femenina.
Así gana la vida.
Apenas, apenitas, pudo terminar la escuela primaria.

MARTES
Barquillero y esquitero

Barquillero en las mañanas durante la primavera, el verano y el otoño y esquitero en las tardes, el señor Ruperto suele anunciarse en la colonia con un “Tiling tiling”.
Trepado en una bicicleta y empujando el carrito con los instrumentos de trabajo los niños y las señoras lo conocen y lo sienten hasta un miembro de la familia.
Un mediodía, un policía lo quiso detener acusando que ningún permiso del Ayuntamiento de Boca del Río tiene para vender barquillos y esquites.
Y cuando el policía se quería llevar la bicicleta y el carrito, de pronto montón de señoras y niños se fueron juntando y se fueron contra el policía.
En ningún momento expresaron agravios, ofensas, injurias, contra el poli por aquello de la llamada Ley Ultraje, derogada ya por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Pero fueron categóricas con el garante del orden público.
“Don Ruperto, le dijeron, tiene más de quince años en el barrio y lo conocemos y queremos y no lo detendrás”.
El poli fue paciente y sereno y moderado y se alejó hasta pidiendo una disculpa a don Ruperto.

MIÉRCOLES
El panadero del pueblo

Se ganaba la vida comprando pan en Córdoba todas las madrugadas y lo revendía de casa en casa en el pueblo.
Y le iba bien. Por ejemplo, pudo casarse. Construyó casita modesta con ladrillos que él mismo con un amigo albañil hicieran en un horno en el patio. Y procreó con su esposa el primer hijo.
Trabajaba duro y tupido de lunes a sábado y descansaba el domingo. Y el dominguito el ritual iniciaba a las ocho de la mañana escuchando misa y confesando y comulgando y luego un desayunito de picadas y gordas en el mercado popular.
Y durante unos años siguió empujando la carreta hasta que el ramalazo apareció con la primera competencia de un paisano que también viajaba a Córdoba a comprar el pancito para revenderlo.
Y al ratito otro competidor. Y otro más.
Y en el pueblo hubo un cuarteto de vendedores de pan y las ventas se desplomaron y la vida se volvió difícil y ruda.
Y los papeles se invirtieron. Él se convirtió en la ama de casa guisando todos los días y lavando y planchando y cuidando al niño y la esposa se metió de trabajadora doméstica todos los días, incluido el domingo.

JUEVES
Trío “Los Solecitos”

Los tres amigos desempleados, uno con carrera universitaria, los otros dos con bachillerato, los tres músicos decidieron integrar un trío para dar serenatas en el pueblo.
Los tres tocaban la guitarra. Y dos de ellos cantaban. Y habían pulido y vuelto a pulir sus voces en el coro de la iglesia y en donde, además, el trío tocaba la guitarra en la misa dominical de las ocho de la mañana y de las siete de la noche.
Y pronto alcanzaron buena demanda. Cada noche, por ejemplo, dos, tres serenatas. Unas seis el viernes y el sábado en la noche.
En cada serenata cantaban una cinco, seis canciones, y cobraban cuatrocientos pesos.
Y se repartían el ingreso por partes iguales.
Un guitarrista empezó a llegar ebrio a las serenatas. Y, claro, la voz se le iba, pero también, el rasgueo de las cuerdas y perdía el ritmo.
Y cuando los otros dos amigos le pedían se moderara siempre lo ofrecía, pero nunca cumplía.
Luego, el otro guitarrista también entró al trago argumentando que en estado de ebriedad tocaba y cantaba mejor.
Y cuando los enamorados del pueblo lo advirtieron empezaron a cancelar las serenatas hasta la noche en que de plano el trío conocido como “Los Solecitos” se quedaban en el parque del pueblo esperando clientes, dos de ellos en estado incróspido.

VIERNES
El criador de conejos

Un amigo le convención de criar conejos. “Mira, es una carne fresca. Carne que gusta. De casa en casa en el pueblo la puedes ofrecer. Y en los restaurantes. Y los conejitos son promiscuos. Y siempre tendrás a la mano”.
Entonces era el verano. Y solicitó préstamos al padre, la madre, un hermano, un primo, un tío. Y se lanzó a la aventura.
Fue bien el verano. Y el otoño. Y el patio de su casa se llenó de conejeras. Y hasta les puso música para hacerlos dichosos y felices.
Y llegó la primavera. Y los calores encendidos y volcánicos. Peor con la canícula.
Y una madrugada murió el primer conejito. Y luego otro. Y otros. Y otros.
En casa, tremenda matazón de conejos. Ni abasto se daba para sepultarlos. Y hasta abrió una fosa común.
Y el amigo de los conejos quedó en la ruina pues iba reinvirtiendo las ganancias. Y, claro, endrogado con la familia.


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