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Escenarios
Jueves 30 marzo, 2023

El pordiosero jarocho

**Una limosnita por Dios
**Siguiendo sus pasos...

UNO. El pordiosero jarocho

Una mañana, Héctor Fuentes Valdés siguió a un pordiosero. Además, en forma visible, enfermo de las facultades mentales.
Sin zapatos. Los pies habituados a andar sin zapatos. Los dedos de los pies ennegrecidos y gruesos y duros, parecía.

Luis Velázquez

Con una playerita vieja y despintada y un short deslavado y roto y que todo indicaba habría espulgado en alguna bolsa negra de la basura.
La barba crecida. Y el cabello alborotado, desperdigado, con la huella manifiesta de una guerra abierta al jabón y el agua.

DOS. “Una limosnita por el amor de Dios”

Caminaba sin rumbo ni destino. Casi casi como las águilas que se quedan a dormir donde la noche les agarra y sorprende.
Hablaba con alguien. Un fantasma, digamos, imaginario. Y ademaneaba. Y gesticulaba con feas muecas.
Caminaba sobre la banqueta. Luego, exponiendo la vida ante la circulación de los automóviles en la avenida, paso al camellón.
Nunca miró el semáforo rojo. Tampoco le interesó. Y, claro, los automovilistas debieron conducir con tiento, librándolo.
Entonces, se metió al estacionamiento de una plaza comercial y extendía la mano al peatón. Digamos, como pidiendo una limosnita.

TRES. Sacó para el volován

Ahí permaneció una hora. Con la mano tendida. Y uno que otro peatón le fueron dando unas moneditas.
Y de seguro completó para un volován y fue y lo compró al señor de la esquina. Y sentó en una banqueta para banquetazo. Sin refresco embotellado. Sin una botellita con agua.
El pordiosero fue elegante comiendo su volován. Por ejemplo, se demoraba mucho tiempo masticando como dicen los médicos ha de comerse. Triturando la comida para que así se vaya al estómago y ahorrar la masticada a las tripas.

CUATRO. Bañito de sol

Luego se zambulló en el reposo del guerrero. Sentado sobre la banqueta, calentó los huesitos al sol. Aun cuando a cada rato se rascaba la cabeza y la piel. Ene número de días y noches sin bañarse, digamos.
Después, se puso de pie y caminó hacia el camellón para seguir el camino. Y de nuevo, exponiendo la vida en medio de la circulación de los automovilistas y autobuses de pasajeros.

CINCO. Un coyotito…

El hombre aquel de unos cuarenta años, moreno moreno, sentó en una banca instalada en el camellón.
Ahí, “se echó la mona”. “Un coyotito”. Incluso, se acostó sobre la banca, se puso en posición fetal, y a dormir.
Y nadie lo molestó. Ni siquiera un policía en el paso efímero. Menos, un agente de Tránsito pues en ningún momento obstaculizaba la circulación.
Dueño del día y de la noche, dueño de sus horas, dueño de su tiempo, siguió durmiendo. Reposando una hora su desayuno del volován.

SEIS. A la defensiva

Al despertar una hora después, Héctor Fuentes se acercó para ver si era posible un diálogo.
Pero por aquí le dio las buenas tardes, el pordiosero lo miró con furia, a la contraofensiva y proliferando palabras altisonantes, ininteligibles.
Y braceando, como si tuviera guantes listos para la pelea estelar.
Entonces, mejor decidió retirarse.
Incluso, esconderse por ahí atrás de una palmera para seguir mirándolo desde lejos.
El hombre continuó caminando… como si persiguiera la puesta del sol. Y otra vez se colocó a la entrada de una plaza comercial. Y extendiendo la mano para una limosnita.
Y cuando sintió logrado el objetivo se fue a una cafetería ambulante y extendiendo el dinerito al cajero compró un cafecito y volvió a la banca del camellón para estar en paz y tomarse el lechero.


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