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Viernes 24 marzo, 2023

Huir del pueblo…

**Excesivo desempleo
**Hambre descarrilada

ESCALERAS: Se fue del pueblo, migró, por dos razones de peso y con peso. La primera, el desempleo. Y la segunda, el hambre, la comida, el itacate y la torta en el día con día.
Se fue, además, sin despedirse de nadie. Claro, más que de la familia. Y antes, hizo jurar y perjurar a los suyos que a nadie dirían su nuevo destino.

Luis Velázquez

Quizá la vergüenza porque todos lo miraban como un desempleado. Casi casi, una gente sin suerte. Incluso, caray, un amigo le decía palabras hirientes. “Estás salado”.
Entonces, a los treinta años de edad, casado, dos hijos, se echó al hombro un morralito con dos muditas de ropa y unos zapatos y agarró camino.

PASAMANOS: Argentina fue su tierra prometida. El sueño. Acogiéndose a los programas oficiales a través de un familiar que ya antes había barbechado el surco.
Y se sometió a un curso que el país establece como garantía.
De la esposa y los hijos dejó de ocuparse y preocuparse un tiempo. Sus padres “le hicieron el paro”, pues ellos están convencidos de que la tarea de una madre, un padre, nunca termina. Son padres, incluso, un segundo antes de morir.

CORREDORES: El curso se prolongó a un año. Y en Argentina, lo sostuvieron. Y en el pueblo, en Veracruz, “los padres le siguieron haciendo el paro”.
Pero varios meses después de su estancia en el país vecino, comenzaron los estragos del alma.
La soledad y que era doble. De adentro y de afuera. La soledad recrudecida los fines de semana. La soledad en las noches y las madrugadas con frío. Y de ñapa, el insomnio de mirar negros, oscuros, los días y los años.

BALCONES: El joven Z. sin dinero para un viaje rápido al pueblo. Y sin dinero para enviar a la familia y pudieran viajar para un encuentro furtivo.
A veces, un consuelo esporádico hablando por el celular y enviándose mensajes con la esposa y los hijos.
Pero en otras ocasiones, sin saldo en el cel., pues ni para eso le alcanzaba.
Vaya, ni siquiera podía acompañar a los conocidos a un cafecito por falta de morrallita.
Bien escribió Luis Spota, “muchas cornadas da el hambre”.
PASILLOS: Pudo en la soledad hallar una pareja. Una compañera latina. Y como ella andaba igual, entonces, empalmaron días y noches. Más, las noches, cuando ella quedaba en el departamento donde vivía y temprano salía de prisa y con prisa a su trabajo.
Y el olor de la mujer se fue compenetrando en el depa. El depa chiquito olía a ella. Y a él. Y a los dos.
Y era el olor de los cuerpos en el encuentro intenso y volcánico, hijo de la soledad. Pero también del deseo.
Las ganas de sentirse vivos. De estar vivos.
Y tanto era el olor que el joven Z. se acostumbró. Y su olfato se fue sensibilizando, mejor dicho, habituando.

VENTANAS: El fin de año fue sorpresivo. Y duro y rudo. La esposa llegó de sorpresa a Argentina. Y le cayó en el depa, digamos, pensando en que así, sin avisar, la dicha sería multiplicada.
Para su fortuna, dormía solo. Pero su cara “irradiaba la mágica exuberancia que deja el sexo”. Y en la cama y el baño, en la recámara y una salita modesta tipo Infonavit, el olor de ella.
Y la esposa lo percibió. Y por más justificaciones del joven Z. todos los argumentos se desplomaban.
Allí rompió aquel matrimonio. La ruptura inevitable. Y que ella nunca ha perdonado.


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