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Miércoles 22 marzo, 2023

Al diablo la austeridad

Ahora sí, y como dijera AMLO de que “al diablo las instituciones”, en Veracruz, con excepciones, los presidentes municipales han mandado “al diablo” la austeridad franciscana, la austeridad republicana, la purificación moral, la honestidad valiente y la 4T.
Más en un tiempo cuando la inflación cobra estragos y duros y rudos en la Canasta Básica.
Subieron, entre otros, la leche, la tortilla, los huevos, la carne de pollo y los refrescos embotellados.

Caray, hasta el precio del motel por cuatro horas de pasión intensa y volcánica.
Y en contraparte, los alcaldes “dando vuelo a la hilacha”.
Por ejemplo:
Sillas de escritorios... de 80 mil pesos.
Teléfonos celulares... de lujo.
Cafés de alto costo.
Vaya, compra de máquinas para hacer palomitas y comer en la jornada burocrática... como si fueran al cine.
Caray, camionetas de lujo.
El presidente municipal de Hueyapan de Ocampo, padre del diputado Juan Javier Gómez Cazarín, quien en nombre de la 4T lo impuso de primera autoridad local, se compró camionetita de 345 mil pesos.
El alcalde de Magdalena, en la sierra de Zongolica, trece municipios ultra contra súper jodidos, adquirió camionetita de 439 mil pesos para pasear entre los compitas indígenas.
¡Qué austeridad ni que ocho cuartos!
Más porque el poder edilicio únicamente dura cuatro años. Uno y cuatro meses que ya van.
Entonces, “a ordeñar la vaca y meter la mano al cajón”, de entrada, con la austeridad.
Claro, claro, claro, si gobiernan el pueblo y gobiernan bien, ajá, para enaltecer la calidad de vida de los ciudadanos de a pie y la población electoral, tienen legítimo derecho a la dicha, el gozo y la felicidad en el ejercicio del poder.
Además, son autoridad.
Los jefes máximos de los pueblos y en sus pueblos.
¡Hosanna, hosanna, y porfis, que sirvan igual para todos... que la casa paga!
Muchos años de su vida, AMLO, el presidente, en el PRD y como jefe de Gobierno en la Ciudad de México, se movió en un sencillo y modesto Tsuru.
Caray, hasta los aviones presidenciales puso en venta y a moverse en el avión comercial.
Y el día cuando una secretaria del gabinete legal, Josefa González-Blanco Ortiz-Mena, retrasó 38 minutos un vuelo comercial simplemente AMLO la renunció.
La Comisión de Vigilancia de la LXVI Legislatura de Gómez Cazarín, pendiente, entonces, de la austeridad franciscana de los alcaldes.
Y pendiente, aplicando el principio francés de “dejar hacer y dejar pasar”.
Gabriel García Márquez escribió “Cien años de soledad” en una máquina mecánica de escribir viejita y destartalada.
Y sobre una mesita y una sillita de madera comprada a unos inditos que pasaban por ahí en la Ciudad de México.
Toda su vida, el menosprecio y el desprecio de Albert Camus, Premio Nobel de Literatura, sobre el lujo y los bienes materiales.
Caray, sillitas de escritorios que valen ochenta mil pesos para sentarse los ediles.
Y en vez de cafecito de olla (tan sabroso) cafeteras para hacerse los tipos de café anunciados en el ranking publicitario.
Teléfonos celulares de lujo cuando los básicos valen trescientos pesitos en el mercado.
Tenis de lujo como los usados por la alcaldesa de Minatitlán (y de MORENA) para levitar en el pueblo.
Y camionetitas de lujo y con chofer y con escolta.
Ni hablar, son los privilegiados del poder público.
Los mesiánicos.
Enviados por el Ser Superior para redimir a los pueblos y “por el bien de todos, primero (ajá) los pobres”.
Al carajo, pues, la austeridad.
Y si el Órgano de Fiscalización Superior, ORFIS, y la Auditoría Superior de la Federación, ASF, detectan irregularidades en la Cuenta Pública... ya se moverán las relaciones, los amigos, los contactos, para “una salida decorosa”.
Y hasta los diputados locales de la Comisión de Vigilancia... saldrán en defensa de todos ellos.

LLAMADITAS A MISA

Los llamados a la austeridad son, digamos, como las campanadas de la iglesia llamando a misa y avisando que un muertito va en el féretro cargado por los suyos camino al panteón.
Además, imponer por decreto la austeridad franciscana es tanto como prohibir el alcohol en el tiempo de la recesión en Estados Unidos. Todo mundo tiende a ultrajar la ley.
Además, la certeza de cada político de que nunca, jamás, jamás, jamás, “les caerán en la maroma”.
Y si les caen, ni modo, a otros pueden culparse.
La cultura, el hábito, la práctica de la corrupción es tan vieja como el relato bíblico.
Su más alto decibel fue logrado cuando los caciques indígenas desde Tabasco a la vieja Tenochtitlán, pasando por Veracruz, obsequiaban burritos con oro y veinte doncellas, todas jóvenes, todas vírgenes, a Hernán Cortés y su primer círculo del poder.
Muchos años después fue acuñada la frase bíblica de que “el viejo (Venustiano Carranza) no roba... pero deja robar”.
En el tiempo priista, la frasecita memorable y citable de que “nadie avanza... si no tranza”.
La corrupción política, con la vida imperial y faraónica a un lado, se volvió una ley no escrita a tal grado que, por ejemplo, la honestidad se volvió un pecado mortal.
Por eso, entre otras cositas, y en el Veracruz del siglo XXI, montón de presidentes municipales enviando “al carajo las instituciones”, la más importante, la austeridad.
Los políticos, revolcándose en las cañerías y multiplicando el estercolero.
Y de paso, claro, para purificarse, “dándose golpes de pecho”.
Y es que si los alcaldes descarrilan en la compra de bienes materiales se entendería que las dependencias encargadas de vigilar el gasto público (ORFIS, Contraloría, Comisión de Vigilancia del Congreso local, tesoreros municipales, regidores de oposición, Auditoría Superior de la Federación, etcétera) han de endurecerse mucho más con otras medidas, pues con todo y los sistemas de purificación moral, el destrampe continúa, inalterable.


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