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Diario de un reportero
Sábado 28 diciembre, 2013

Manos libres pa”™l embute


•Los cronopios vengativos
•El góber piadoso…

DOMINGO
Manos libres para el embute

El director del periódico llamo a los cronopios reporteros a su oficina y les anunció con una frase bí­blica y apocalí­ptica lo siguiente:

--Cerraré el periódico.
-- ¿Por qué? preguntaron los cronopios al mismo tiempo, azorados, deslumbrados, atónitos.
--El gobierno ha cerrado la llave a los medios y tengo problemas de liquidez.
--Pero, jefe, ¿alguna solución?
--Ninguna. Cerrar el periódico.

Luis Velázquez

Diario de un reportero

•Manos libres pa”™l embute
•Los cronopios vengativos
•El góber piadoso…

Luis Velázquez
28 de diciembre de 2013
El viejo cronopio, que siempre solí­a dar la espalda a la pared y se escondí­a en medio de todos, pidió, entonces, cinco minutos de receso para intercambiar barajitas con los otros cronopios.

En la sala de redacción los cronopios debatieron. Llegaron a la conclusión: la sobrevivencia del diario. Cada uno expuso, digamos, alternativas salomónicas. Y cuando la luz alumbró la oscuridad en sus mentes angustiadas regresaron al privado del director.

--Jefe, si el problema es la nómina, los cronopios tenemos la solución.
--¿Cuál?, preguntó el director sonriendo ante quienes consideraba sus menores, porque él era, además de periodista, empresario, magnate, industrial, digamos, de la información.
--A partir de hoy, dijo el cronopio viejo, seguiremos trabajando sin sueldo.
--Entonces, ¿de qué vivirán?, preguntó el director.

Dijo el viejo cronopio:

--Denos manos libres para el embute.
El director estuvo de acuerdo.

LUNES
El cronopio suspicaz

El viejo cronopio se fue de gira con el presidente. Y como era costumbre en el ritual tricolor, soñaba con el sobre del embute en cada entidad federativa del paí­s. Incluso, por experiencia sabí­a que en el periplo debí­a llegar a la sala de prensa con una guayabera blanca, de las que tienen cuatro bolsas, dos superiores y dos inferiores.

Y, bueno, la guayabera con cuatro bolsas manifestaba el espacio suficiente para que ahí­, el jefecito de prensa del góber, del alcalde, del secretario, depositaran el sobrecito mágico con el embute.

El cronopio escribí­a la información de la visita presidencial dando fumadas al cigarro de mota, porque así­ tejí­a y destejí­a mejor el párrafo rí­tmico y vibrante, lleno de incienso para quien se pusiera bonito.

Entonces, el jefecito de prensa llegó hasta su silla y computadora en la sala de prensa y depositó, con fervor católico, el sobrecito en la bolsa izquierda superior de la guayabera.

Incrédulo, mejor dicho, agnóstico, el cronopio de inmediato tomó el sobre y palpó con la yema de los dedos. Volvió a palmar.
Otra vez. Así­, dijo al funcionario de la vocera:

--El sobrecito está muy flaquito. ¿Quién me crees, amiguito, un boletinero? ¡Hay que engordar la vaca!

Y regresó el sobre, porque el cronopio sabí­a, estaba seguro, que merecí­a más. Unos billetitos más.

Y el jefecito de prensa regresó más tarde con un sobrecito más abotargado, de tal manera que parecí­a rotoplas.

Supo el jefecito de prensa que en su reportaje el cronopio hablarí­a maravillas de su gobernador.

MARTES
Cronopios vengativos

Hacia la medianoche, cuando el montón de cronopios terminó de escribir en la sala de prensa, de gira presidencial en la entidad federativa, decidieron esperar la madrugada en el antro más famoso de la capital.

Y avisaron al jefecito de prensa, diciendo que lo esperaban más tarde.

Apenas entraron al prostí­bulo cada uno buscó a una chica Barbie para hacer menos aburrida la noche, pero además, para cumplir al pie de la letra el dicho popular de que a la tercera copa, máximo, chica a un lado.

Alguien habí­a enseñado a los cronopios a beber guisky, y pidieron dos, tres, cuatro botellas con suficientes hielitos y tehuacanes.

Cada uno con su Barbie, mariposillas nocturnas, desaparecieron “antes de que el gallo cantara tres veces” los pomos y pidieron más, sedientos como estaban en el calor tropical.

Una hora después hablaron al jefecito de prensa para recordarle que lo esperaban.

“Ahorita voy”.

Y nunca llegó, cuando a las 5, 6 de la mañana, casi los corrieron del antro. Y, bueno, ante la desaparición del jefe de prensa, a quien esperaban para liquidar la cuenta, entre todos cooperaron con su embute y hasta dejaron empeñados los relojes, porque la cuenta, con la chica incluida, sumaba miles de pesos.

Enfurecido, un cronopio propuso una venganza que todos aceptaron, felices como apaches: inventar una nota de 8 columnas al gobernador, nomás para que sintieran la fuerza de un cronopio defeño, aquellos a quienes llamaban los reporteros nacionales.

Y por tanto, ni hablar, la venganza de los cronopios fue inventar la entrevista con declaraciones tronantes del gobernador en contra del presidente de la república.

Al otro dí­a, en la mayor parte de sus medios la noticia fue de 8 columnas.

Y, bueno, en ningún momento el gobernador pudo quejarse ante los periódicos porque todos llevaban la noticia exclusiva.

Hubiera sido diferente si un solo cronopio la firmara.

Y es que cuando se irritan los cronopios son muy canijos.

MIÉRCOLES
Un cronopio doblega al góber

Los cronopios tecleadores jóvenes, imberbes, quisieron jugar una broma al viejo cronopio. Le preguntaron:

--¿Cuánto te dieron en tu sobre?
--5 mil pesos, contestó el cronopio vejete.
--Caray, hermanito, dijo el lí­der de los cronopios novatos, a nosotros nos dieron 15 mil pesos.
--¡No chingues! reviró el cronopio de la séptima década.
--Sí­, hermanito, claro, será porque mi periódico es más chingón que el tuyo.

Entonces, sin pronunciar una sola palabra, el cronopio vejete buscó al jefe de prensa en la sala de redacción y llegó a palacio de gobierno. Tampoco estaba. Así­, pidió audiencia al gobernador.

--Gobernador, dijo el cronopio, vengo a denunciar una injusticia.
--¿Cuál? preguntó el góber, sorprendido.
--Su jefe de prensa entregó embutes de 15 mil pesos a todos y a mí­ solo 5 mil.

El góber llamó por teléfono al jefecito y le juró y perjuró que a todos habí­a dado 5 mil pesos.

El cronopio reviró, diciendo que lo agarraban de tonto. Y que le daban los 10 mil pesos restantes, o de plano, armaba una nota en contra.

Fue tanta la rabia del cronopio que el mismo gobernador, mesiánico y protagónico como era, débil ante la pasarela mediática, lo recompensó con 15 mil pesitos más.

En la sala de redacción, el viejo cronopio mostró el sobrecito repleto de billetes. Y los cronopios imberbes enfurecieron. Pero el góber y el jefecito de prensa ya se habí­an retirado de palacio.

JUEVES
El alumno del cronopio

En la habitación 204 del hotel, el jefe de prensa entregaba el embute a cada reportero. Todos formados en fila india, donde se concitaban jóvenes y viejos tecleadores, unos alumnos de los otros, los otros, viejos reporteros que también eran profesores en la facultad de Comunicación.

Un cronopio imberbe llegó al último y se colocó, disciplinado, en el número 25 de la lista. Curioso, quiso identificar a quienes estaban formados.

--Profe, ¿usted aquí­ en la fila… para el embute? exclamó cuando miró a su maestro del Taller de Redacción.
--Calla, muchacho, que tú también está en la fila, reviró el viejo cronopio y académico.
--Pero, maestro, usted se ha cortado las venas en clase hablando de la ética periodí­stica.

Reviró el profesor:
--Mira, te doy una clasecita aquí­ rapidito: “Embute que no te corrompa… ¡agárralo!”.

El alumno y el maestro terminaron en la misma cantina gastándose el embute. Y desde entonces, el profe siempre le puso diez de calificación, aun cuando el chico, por el trabajo reporteril, habí­a perdido el derecho a examen por tantas faltas.

VIERNES
Reniega cronopio del periodismo

La mancuspia preguntó a su esposo, el cronopio:

--Pronto, nacerá nuestro bichito. ¿Querrás que sea reportero?
--No, pepenchita, no.
--¿Cómo, y si es su vocación?
--No, pepenchita, trabajas mucho y te pagan sueldos de hambre. Te despiden por cualquier idiotez.
--Pero, cariño, tú eres reportero.
--Sí­. Y soy feliz. Pero ya ves, en mi vida he andado como mariposilla nocturna, de periódico de periódico, sin echar raí­ces, buscando mi destino.
--Tu destino soy yo, mi fufurufo.
--Sí­. Pero no sólo de amor viven los cronopios. Y la vida cuesta muy caro. Ya ves, a ti te encanta la leche con vino.
--¡Ay, qué complicado es traer bichitos al mundo!

El cronopio solo alzó las cejas y siguió tecleando la quinta información del dí­a, pues en el periódico le pagaban a destajo. 30 pesos por nota publicada.


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