Y con dulzura y ternura, Pandora la convenció para cumplir el designio de Zeus.
También forma parte de los llamados “Siete círculos del infierno” del poeta André Bretón.
Ha, entonces, de preguntarse cuáles son los oficios donde los seres humanos alcanzan el decibel más alto de vanidad.
Es decir, los vanidosos por excelencia.
Y, claro, además de frívolos, soberbios y altivos. Mesiánicos. Enviados por un Ser Superior para salvar la tierra. Unos les llaman Siervos de la Nación.

DOS. Dioses terrenales

Por ejemplo, se tiene la certeza de que los artistas, mujeres y hombres, son los más vanidosos del planeta.
Por aquí filman una película exitosa, taquillera, alcanzan la dimensión existencial de Calígula cuando afirmaba que “hay días cuando me siento Dios”.
Pero, bueno, si de vanidosos hablamos, entonces, los poetas, novelistas y cuentistas también son campeones.
Incluso hay escritores que llegan a creerse más que dioses porque igual que Dios también crean y crean mundos paralelos.

TRES. La Virgencita del Tepeyac

Vanidosas, claro, y por razón natural, “las flores más bellas del ejido”.
Y las reinas del carnaval. Las reinas estudiantiles. Vaya, hasta la Reina Gay del carnaval.
Ni se digan los líderes sindicales. Más, aquellos perpetuados en el trono. Digamos, con más de veinte, treinta años, reelegidos.
Vanidad y absoluta de las barbies. Más, si se trata de una barbie secretaria del jefe máximo.
Y si la barbie sostiene relaciones íntimas con el patroncito, entonces, hasta llega a creerse la Virgencita MORENA del Tepeyac.

CUATRO. Políticos, campeones

Vanidosos, los políticos encaramados en el escalón más alto de la escalera del poder público.
Dueños del día y de la noche y del destino del erario y comandantes en jefes de las fuerzas armadas y jefe naturales del gabinete legal y ampliado y jefe de parte de los Poderes Legislativo y Judicial, y hasta jefes de parte de los medios de información, con tanto poder terrenal, los políticos suelen perder el equilibrio y la razón y la cordura y la prudencia y levitan.
Bien pudiera escribirse que los políticos son las personas frívolas y vanidosas por excelencia.

CINCO. Las vidas, al cine

La vanidad en su máxima dimensión cuando Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, decidió llevar su vida a la pantalla y la actriz Kate del Castillo se prestó.
Y cuando la televisión francesa filmó la vida del cacique priista de Guerrero, Rubén Figueroa Figueroa, incluso, hasta nadando desnudo en la alberca de su mansión.
Incluyendo, su secuestro en la sierra de Guerrero por el guerrillero Lucio Cabañas.
La vanidad del sacerdote más pedófilo en la historia de la iglesia, Marcial Maciel, cuando contratara séquito para filmar su vida donde era declarado alma pura, el más grande benefactor de la iglesia católica y apostólica.

SEIS. Estragos incalculables

Mucha, demasiada razón tenía la vanidad cuando se escondiera en el rincón más arrinconado de la caja de Pandora y se resistía a salir.
Vaya, las mujeres y hombres y hasta políticos y empresarios aplicándose cirugías plásticas en la cara, pero también en las nalguitas para tener unas caderas insolentes y lucir a plenitud sus contrafachadas.
La locura humana de andar soñando en la vida con parecerse a Dios.
“Si Dios no existe, yo soy Dios” decía León Tolstói.