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Lunes 13 marzo, 2023

La marcha fúnebre

En las calles y avenidas de la ciudad va caminando un duelo. Los hombres cargan dos féretros. Las mujeres cargan flores. Y una que otra una veladora y prendida.
Es la tarde y todos caminan en silencio. Y aun cuando algunos, a tono con la cultura y la tradición, quisieron llevar un mariachi para tocar y entonar canciones, la mayoría se opuso. Más vale el silencio, dijeron todos. El silencio también es un lenguaje. Y con frecuencia, de mayor significado que el lenguaje hablado.

Luis Velázquez

“Fuerte es el silencio” intituló la periodista y escritora, Elena Poniatowska, uno de sus grandes libros de crónicas.
Indicativo, en los féretros ningún cadáver humano.
En una caja mortuaria, el cadáver de la esperanza y la frustración social.
La muerte, pues, de la esperanza.
La esperanza perdida en un Veracruz donde la población, los niños, las mujeres, los hombres, los ancianos, viven con sobresaltos, el miedo espantoso a un secuestro y hasta en la propia casa, una desaparición, un crimen, una fosa clandestina.
La esperanza social diluida en cachitos cuando el desempleo y el subempleo y los miserables salarios de hambre causan duros y rudos estragos sociales y el jefe de familia, por ejemplo, termina de migrantes y sin papeles camino a Estados Unidos enfrentando, incluso, a la policía migratoria del país vecino luego de confrontarse con las policías municipales y estatales.
Simplemente, la derrota de la esperanza.
La desesperanza en un féretro.
En el otro féretro, los hombres cargan el coraje social y la indignación crónica (como en la caja de Pandora, como los siete Círculos del Infierno), pues ni modo que con todo el mundo en contra los seres humanos se crucen de brazos y se resignen y dejen de luchar.
Más cuando la vida es una lucha. Y en todos los frentes. Y en todos los sentidos.
Luchar para estar, ser y trascender.
Y para vivir con dignidad.
Los hombres y las mujeres caminan encorvados. Mucha, demasiada, excesiva, es la carga social y sicológica que llevan en las espaldas y en las conciencias y en el ánimo.
Incluso, los hombres, quienes se van turnando para cargar el par de féretros, sienten que las cargas son más pesadas que si en las cajas fueran unos cadáveres. Y cadáveres pesados, claro.
Pero es que, bueno, después de que en Veracruz un total de 79 (setenta y nueve) gobernadores han ocupado (y usufructuado) la silla embrujada del palacio (y embrujada porque a todos, sin excepción, marea y hasta los pone a levitar), la vida diaria, en un Veracruz pródigo en recursos naturales, gira alrededor de la miseria y el hambre y la jodidez.
Y lo peor entre lo peor, tantas tribus políticas han ejercido el poder que la esperanza social se volvió frustración canija y aun cuando solo resta fermentar la indignación crónica y el coraje, cuesta mucho, muchísimo, conservar el ánimo personal, familiar y colectivo.
Un curioso, informado del contenido del par de féretros, preguntó si iban al panteón y/o en todo caso, hacia dónde marchaban.
“No sabemos” dijo un hombre. “Pero aquí vamos”.
Y es que por lo general, cuando suele concitarse una marcha de protesta social, los manifestantes inconformes caminan en las calles rumbo al zócalo donde suelen estar el palacio de gobierno y la Catedral.
Y allí se plantan.
Y bien pueden declararse en huelga de hambre.
Si es, por ejemplo, la protesta de mujeres estudiantes de escuelas secundarias y Bachilleratos en contra de profesores sicópatas, entonces, se forman afuera de la escuela y bloquean la circulación en la calle y piden una autoridad para hablar y negociar y pactar.
Si son unos Colectivos, integrados con padres con hijos secuestrados y desaparecidos, y declarados en protesta, entonces, esperan la llegada al pueblo del jefe político y lo encaran sin rodeos ni medias tintas como sucediera la semana anterior en Orizaba y también en Orizaba frente a Javier Duarte, el góber de “Aquí no pasa nada”.
Incluso, hay quienes se plantan en el Memorial del Recuerdo donde las fotos de los hijos plagiados y desaparecidos son exhibidas de manera permanente.
Pero en este caso, con los cadáveres de la esperanza social y la indignación crónica en par de féretros, los ciudadanos de a pie quizá decidieron marchar en el cortejo sin un destino final en las calles y avenidas y en silencio para mostrar y exhibir la calidad de vida de una población sin quimeras, sin sueños y sin ilusiones sociales.
Nada peor en un pueblo como el asesinato de la esperanza personal, familiar y colectiva.

MOMENTO DEL ZARPAZO SOCIAL

En ningún momento, los semblantes de las mujeres y los hombres parecen fatigados. Menos, resignados. Tampoco, indiferentes.
Condenados a esperar siempre que las tribus en el poder sexenal observen el llamado Estado de Derecho, en las venas aortas de cada uno, como si estuvieran inflamadas, inflamadas de rabia social, parece existir tensión sociológica.
Caminan con el rostro sumido en el suelo unas veces pavimentado, y otras, de polvo.
Y cuando por el lado izquierdo las rebasa un automóvil y levanta el polvo que titila en el medio ambiente, y aun cuando muchos son asmáticos y padecen alergias históricas, nada los detiene ni dobla ni arrodilla.
Igual, igualito que los topos y las panteras y los tigres, y más, mucho más, los elefantes, habituados a la prudencia y la mesura.
Y por añadidura, a esperar el momento del zarpazo social.
Son, serán, entonces, sus rostros los de mujeres y hombres fríos y calculadores soñando con el momento estelar para asestar un jab derecho, derechito, al estómago y las neuronas oficiales.
Lo decía Regis Debray, el ideólogo preferido de Fidel Castro Ruz: “Imposible dejar de luchar”.
El simple y sencillo hecho de la caminata con los féretros conteniendo la muerte de la esperanza y la indignación crónica manifiesta “los pies en la tierra”.
Casi casi como diciendo a la autoridad: “¡Aquí estoy! ¡Aquí estamos!”.


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