Alejandro Almazán, el contador de historias que iba a ser microbusero
•Cronista ganador del premio “FNPI, Gabriel García Márquez” creció en los talleres de “Excélsior”, entre las planchas de plomo y los linotipos, los cuales fueron sus pasillos de juegos
•Tres veces ganador del Premio Nacional del Periodismo en la categoría “Crónica” se enamoró del periodismo oyendo contar historias a su madre, “reina del mitote”, en una colonia popular y violenta de la Ciudad de México
•Ahora, después de participar como guionista en la Tercera Temporada de “El Chapo”, participará en una serie sobre periodistas en tributo a Jesús Blancornelas, también para la plataforma Netflix
•Amenazado de muerte en varias ocasiones por escribir sobre narcotráfico asegura que trata de “vivir con miedo” y “en bajo perfil” para estar siempre alerta
•A los 47 años, reinventado como periodista y como persona, aconseja a periodistas disfrutar los 15 minutos de fama cuando se obtiene un reconocimiento o un premio y después “bajarse” para no perder piso
Por NOÉ ZAVALETA/En Misión Especial
Esta entrevista fue publicada el 18 de junio de 2018
El área de juegos del periodista Alejandro Almazán en su infancia eran los talleres del periódico “Excélsior”, ahí trabajaba su padre. Entre las planchas de plomo y los linotipos, el tres veces ganador del Premio Nacional de Periodismo en la categoría “Crónica” consideraba fascinante la forma cómo una noticia originada en África o en Europa podría llegar a la Ciudad de México a través de un telefax.
“En aquel entonces me parecía un gran invento” explica Almazán para evocar su primer acercamiento con el periodismo. La segunda causa que lo llevo a ser periodista, no menos definitiva, era, que su mama era “muy mitotera”. Desde una tienda de abarrotes, “Doña Elena” se enteraba de todos los chismes que rodeaban al resto de habitantes de la colonia Arenal, un barrio popular y violento por rumbos del metro Pantitlán en la Ciudad de México.
“Mi mamá era el eslabón principal de la cadena alimenticia del mitote” expone Alejandro Almazán en entrevista realizada en Xalapa. Viste una playera con el símbolo del Blue Demon, el ídolo nacional de la lucha libre, trae gafas, de las cuales se despoja en el momento que empieza a desgranar sus historias. Ríe, reflexiona, a ratos se acongoja al hacer un pequeño repaso de sus 28 años como periodista.
“Mi mama sabía contar historias, con escaso lenguaje, pues solo estudio la secundaria. Nos ayudaba a hacer la tarea en la primaria, en una máquina de escribir nos hacía la biografía de Benito Juárez en cinco minutos”.
Con 47 años de edad, con aires de eterno chavorruco, antes de ser estudiante de Ciencias Políticas de la UNAM, previo a entrar a la preparatoria, Almazán, quien vivió infancia y adolescencia entre fuertes precariedades económicas, se tuvo que plantear si seguiría estudiando, aunque tenía intenciones de “ser doctor”, sabía que eso conllevaba fuertes erogaciones económicas.
“Yo estaba preparado para ser microbusero, por el barrio en el que vivía, violento, pobre, si no iba a la prepa (sic), ya ni pedo, a manejar un camión. Fui a la prepa y la vida cambió para mí”.
Ahí en la preparatoria, Alejandro Almazán se topó con su primera vergüenza literaria. Sus compañeros de clase ya habían leído “mil libros” y él ninguno, quien a la postre sería el Premio Internacional Gabriel García Márquez de la Nueva Fundación de Periodismo Iberoamericano (FNPI) no tenía en sus primeros quince años de vida ningún contacto con la literatura.
“Mi papá siempre llevaba libro, pero a mí me valían madre, los agarraban mis hermanos, fue hasta la prepa que me dio vergüenza ser tan ignorante”.
“La Plaza” de Luis Spota fue su primer libro, el segundo fue “Adis, Lecumberri” de Goyo Cárdenas, de ahí, "Los Hornos de Hitler” de Olga Lengyel, ediciones que su papá iba llevando a su casa.
Almazán como periodista disfruta mucho de las imágenes, la fotografía, incluso mucho de sus grandes amigos son fotoperiodistas. “Me da pena decirles güey, enséñame”. El periodista chilango no lo dice, pero en sus libros “El más buscado”, “Entre Perros” y en la crónica “Acapulco Kids”, con sus palabras, con su narrativa crea imágenes en la menta, en su descripción acomoda las imágenes, emulando, en la medida de lo posible, al cine, 24 imágenes por segundo.
Hoy, Almazán, quien ha pasado por Milenio, La revista, Emeequis. Reforma, El Universal. Ha colaborado en El País, en Más por Más, en Gatopardo, en Periodistas de a Pie, en El Mundo insiste en que el periodismo “no le da plata”, pero le ha abierto puertas para poder mantenerse, como ahora lo hace de guionista en las series de Netflix en las que ha participado.
“No me interesan los bienes materiales, pero si es muy jodido, que del periodismo no se pueda vivir”.
“VIVIR CON MIEDO, POR PRECAUCIÓN”
Entre los “grandes carnales” de Alejandro Almazán se encuentra Javier Valdés, periodista asesinado en Culiacán, Sinaloa el 15 de mayo del 2017, el fundador del Semanario Río Doce con quien convivía con frecuencia en la cantina “El Guayabo”, con quien compartía su pasión por el periodismo y por los libros. A partir de ahí, Almazán aprendió una lección: “Vivir con miedo, para estar alerta siempre”.
Sobre todo, cuando en diversas ocasiones ha sido amenazado de muerte, la más fuerte, cuando contó la historia de Lino Portillo, un gatillero de los Arellano Félix que previniendo la muerte, contó su historia al periodista, para días después ser acribillado.
Desde tres lustros antes, Almazán ya había vivido el desplazamiento, el perder el sueño, el tomar las amenazas con humor negro, como un descompresor de la presión. Continuó así durante la década siguiente, cubriendo narcotráfico, entrevistando sicarios, a víctimas, con el aguijón bajo la nuca y mientras subía sus créditos como periodista, como narrador, cuando los premios iban cayendo, uno sobre otro, no advirtió que su matrimonio se estaba pulverizando. Que su pareja de vida, asegura “terminó aborreciendo” a la pareja que tenía al lado, pues no soportó, la fama del periodista que tenía como pareja y en lo que se estaba convirtiendo.
Y vino la reinvención, en el peor momento emocional, de seguridad, de autoestima del ya laureado periodista mexicano, vino el premio, Gabriel García Márquez para Alejandro Almazán, una “responsabilidad” y “un reto”, que Almazán solo quiso “disfrutar quince minutos” y bajarse de la fama y regresar a una vida rutinaria: “vivir chingón y en paz”. Escribir, trabajar en sus series, hacer periodismo cuando se puede, leer un libro y sacar por la mañana y por la noche a pasear a su perro.
“Yo me asusté cuando gane el premio. Llegué a la habitación del hotel en Colombia y me dio miedo. Ha sido el mejor regalo, sobre todo porque necesitaba recuperar mi confianza, venía arrastrando un divorcio”.
El premió FNPI, Almazán lo recibió de manos de Martín Caparrós, el cronista argentino quien ha publicado una veintena de libros, catedrático de la escuela “García Márquez” y de quien Alejandro se declara “su Fan número 1”.
Un premio, en el que Almazán solo tiene gratitud para la FNPI a quien ve como “una gran familia”, pero quien también le hizo reflexionar sobre sus grandes mentores y a quienes les debe parte de su trayectoria periodística: Ignacio Rodríguez Reyna, Raymundo Riva Palacio, Ciro Gómez Leyva y Ramón Márquez.
“Con algunos ya no coincidió ideológicamente, pero soy agradecido y sé que les debo”.
Después del premio, Almazán rechazó dar talleres, conferencias, andar en ponencias por el país y el extranjero: “En la FNPI me llegaron a preguntar: Güey, ¿por qué desapareciste? Porque quería vivir en paz y chingón y todos los maestros de la fundación me entendieron, no quise perderme. Ya me había caído en otras ocasiones. Estuvo bueno el putazo”.
EL CHAPO Y BLANCORNELAS
En la plataforma Netflix, Alejandro Almazán ya acumula tres temporadas como guionista de la serie “El Chapo”, dos temporadas en las que ha sido gratificante llegar a una masividad. Almazán asegura que mientras a través de sus libros, su trabajo pudo haber llegado a 30 mil personas “si acaso, cuando mucho”, la serie del narcotraficante más poderoso del mundo ha llegado a 50 millones de personas.
“El periodismo es un trabajo solitario, en las series, en el cine tenemos que trabajar en conjunto. Y creo que hicimos un buen equipo. No es periodismo, es una serie de ficción, lo que sí te puedo asegurar, es que investigamos, cruzamos versiones y tuvimos decisiones que tomar para darle curso a la serie. Me siento muy orgulloso y verme bien servido por el capítulo 8 de la serie, el cual habla de las víctimas de esta guerra”.
En el más reciente proyecto que Almazán ya fue invitado a trabajar, es una serie que de alguna manera rendirá tributo al periodista tijuanense, Jesús Blancornelas y al semanario Zeta, una historia de periodistas, que en un país donde más de 150 periodistas han sido asesinados en las últimas dos décadas, cobra una coyuntura nacional.
Almazán asoma la mirada a su teléfono celular para ver la hora, faltan escasos quince minutos para abordar su autobús a la Ciudad de México, se levanta del restaurante, recoge una maleta mediana en un hotel de Xalapa y atraviesa la central de autobuses; pasa desapercibido, pocos se enteraron que el mejor periodista mexicano estuvo en suelo veracruzano durante tres días. Él mismo lo dice: “No me interesa estar en la tele, hablando diario de El Chapo o de otras cosas, entendí que el bajo perfil es mejor. Soy reportero y quiero seguir siendo reportero”.