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Jueves 19 enero, 2023

Desintegración familiar

•Hijos migrantes
•Cada quien su vida

UNO. Desintegración familiar

La errática política económica para alentar la creación de empleos ha causado la peor tragedia humanitaria como es la desintegración familiar.
Los hijos, por ejemplo, con padres ancianos, urgidos de migrar al resto del país en estados con crecimiento y desarrollo económico y hasta

Luis Velázquez

el extranjero.
Y, claro, los padres ancianos dejados “a la buena de Dios” con un familiar y/o una trabajadora doméstica de día y otra de noche para evitar sorpresas fatídicas.

DOS. Vivir solos, peor tragedia

El señor G. tiene setenta años. Un hijo trabajando en Cancún. Una hija en Nueva York. Y un tercer hijo en España.
Cada uno agarró camino a un destino mejor que Veracruz y ni modo, allá están arraigados, sin ninguna posibilidad de volver a la entidad federativa donde nacieron, aquí, dice la cantaleta del góber de la 4T, donde la gente “puede soñar”.
La historia familiar inició hace tres años y desde entonces, los hijos han vuelto entrada de salida para visitar al padre, carcomiéndose en la más espantosa y dura de las soledades.
Solo día y noche. Solo a la hora de desayunar, comer y cenar. Solo durmiendo en su camita cada noche.

TRES. Apegarse a la tierra

De lo de menos es que los hijos se turnaran para tener un tiempecito a su señor padre en Cancún, Nueva York y España.
Pero el señor, de unos setenta años, está enfermo. Y se resiste a moverse. Y como aquí está sepultada su esposa, entonces, se apega más a la tierra.
Además, si los hijos chambean todo el día, entonces, condenado a vivir la misma soledad en aquellas latitudes geográficas.

CUATRO. Vivir como ermitaño

En ocasiones, de vez en vez, el padre sale a tomar el cafecito con los amigos, pero desde el encierro obligatorio en el tiempo del COVID, se creó y recreó el hábito y la costumbre de vivir como ermitaño, reducido a su casa.
Una trabajadora doméstica asea la casa y le procura con los alimentos y ahí la lleva.
Y aun cuando se distrae leyendo y mirando los noticieros de la tele, la soledad carcome. Y se mete hasta el tuétano. Y se recicla en el hígado recordando los días nublados y negros.
A veces cree, siente, está seguro de estar resignado a la llegada de la muerte.

CINCO. Cada quien su vida

Está claro y ni modo, la vida es así: los abuelos vivieron su vida. El ya vivió la suya. Ahora, toca a los hijos vivir.
Y por más y más que aquí, en Veracruz, tocaron puertas y ventanas laborales nunca se abrieron.
Ya el COVID. La recesión. La inflación. La incapacidad oficial para recuperar los miles de empleos perdidos en el tiempo fatídico del coronavirus. La mala suerte para sus tres hijos. El mal fario, el peor karma, los astros acomodados en contra.
El caso es que el padre solo y cada uno de sus tres hijos en destinos lejanos.

SEIS. Los hijos son prestados

Es la vida, cierto. Pero qué duro y rudo y difícil es vivir.
La conseja popular lo establece con claridad: los hijos son prestados. Un tiempo de unos veinte años, aprox., están con los padres y luego, apenas, apenitas pueden volar, se van.
Lo de menos es que el padre fuera internado en un asilo para, digamos, convivir y coexistir con sus pares.
Pero al mismo tiempo, el señor G. nunca se ha sentido un inválido y todavía se mueve solito.
Día llegará cuando quede, acaso, incapacitado, y entonces, desde ahora está pensando en la Eutanasia, el estado ideal y utópico para dejar el mundo.


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