Me cautivó la caótica Egipto
•El país está lleno de mucha basura, por ejemplo; pero su encanto mayor son el Cairo y Alejandría
•El reportero y escritor Noé Zavaleta entró a Egipto deseando “rebajar el hedor de mis patas”
•Sin dominar el inglés ni el árabe, su único idioma fue el lenguaje corporal y así logró vacacionar con dignidad
•Frente al río Nilo tomando con amigos mexicanos las cervezas más deliciosas del planeta
Noé Zavaleta, En Misión Especial
Egipto es caótica, desordenada, con mucha basura, con muchas complicaciones, diría que anti turística; pero tiene su encanto. Es difícil no dejarse seducir por el Cairo y Alejandría.
Llegar a El Cairo ya es en si una calamidad, en migración del aeropuerto te enteras qué hay que pagar una visa de 25 dólares; y hacer una cola inmensa, similar a la que ya hiciste para intentar entrar. “Coyotes” aeroportuarios te acosan para que te ahorres ese trámite a cambio de “cash” un negocio frustrado, si eres turista latino que aún no pisa tierras egipcias y obvio en su cartera no trae ni una sola libra egipcia.
Tras 90 minutos de sacar mi mejor repertorio de inglés y del peor inglés que he escuchado en el mundo -los egipcios- logró entrar al país. No sin antes, una minuciosa revisión de mi talco envuelto en una bolsa de plástico para no empolvar mi ropa limpia. El policía hace una revisión minuciosa para corroborar que no es cocaína rebajada. Yo lo único que quiero rebajar es el hedor de mis patas.
Llego a mi hotel, no sin antes una mala pasada de mi Uber para cobrarme más. Egipto es muy barato para el turista latino, el prestador de servicios turísticos lo sabe, entonces siempre buscan la forma de sacarte un poco más de dinero, a veces lo logran, a veces solo te sacan un susto. Como a mi, que por cobrarme 50 libras mas -40 pesos más- me llevaron a un hotel todo lúgubre y caído. Para luego reencauzarme a mi destino con una tarifa “actualizada”.
Por fin en mi hotel, como puedo hago mi check inn. El choque cultural es fuerte, su inglés es pésimo; el mío otro tanto, a señas y con lenguaje corporal logro registrarme.
Salgo a las calles de la caótica “El Cairo” es imposible avanzar dos cuadras sin que vendedores, coyotes, comerciantes de lo lícito y lo prohibido té aborden. Me refugio en una tienda de abarrotes, dos veinteañeros que atienden se divierten conmigo utilizando el traductor de googleo y platicamos más de 40 minutos. Afuera una parvada de vendedores acechan al turista ignoto.
Por fin se van, en el Duty Free del Aeropuerto de El Cairo, compré un whisky por 20 dólares (el precio de dos cervezas en Qatar), procedo a ingerirlo, mientras pienso cómo sobrevivir en El Cairo y no morir en el intento.
Alguna vez, la putería tuvo que ser oportuna, me escribe una amiga que vio mis historia en Instagram y WhatsApp de que estaba en Egipto y me recomienda a un tal “Mamut”, que es un Egipto que conoció y que hace tour turísticos.
Le digo: “¿Donde carajos viniste a conocer un Egipcio sino sales de ligar en El Dique y en La Revolución?, le preguntó con mucha curiosidad. Mi amiga de identidad resguardada me responde: “Mijo la putería es mundial”. Punto para la putería.
Le escribo al tal Mamut y al otro día me promete una excursión en Alejandría, con más desconfianza que certezas acepto el tour. A final del día, mi whisky del Duty Free ha expirado y exaltado el último aliento.
Al día siguiente “Mamut” envía a su representante, y yo un poco receloso rechazo el tour. Media hora después me aclaran que es la misma agencia y bajo. Tengo resaca y el problema del choque cultural.
En la excursión van dos parejas de mexicanos y el cielo se abre. Unos recién comprometidos de León Guanajuato, Emiliano y Andrea -a quienes no soltaría hasta irme al Aeropuerto de vuelta a Doha- y Lirio y su vato. Y entonces, esta mini sucursal mexicana recorre las Catacumbas, el Mar Mediterráneo y un Palacio que fue escenario de algo.
Hacemos el shopping, a la mexicana -ósea regateando- y cenamos en un restaurante de mariscos frente al mar extremadamente coqueto.
Por la noche-madrugada me da un ataque de insomnio y no logro conciliar el sueño. Al otro día 7 am, voy pa” arriba. Con Emiliano y Andrea, hacemos un círculo-taller de fotografía, todos nos fotografiamos entre todos. El experimento resulta casi Perfecto, de no ser porque nunca nos hicimos una selfie al final.
Los tres quedamos impactados con las pirámides, los jeroglíficos, las piedras de sus edificaciones y todos los entre telones que rodean a la primera civilización de esta cosita llamada planeta tierra.
Nos trepamos al camello, Andrea no quiso subirse y solo posó al lado; yo con el nervio, tire de gritos cuando el camello se elevó, Emiliano quien monta a caballo, agarra al camello como si fuera un equino con gigantismo.
En la comida, nos llevan parrillada egipcia. La carne es muy decente y el pollo de aquí, es un extraño pariente del pollo feliz. Hay “Falafel” -frijol con maíz guisado en una extraña forma-, yo lo odio, pero mis paisanos me dicen que es de lo mejor del Egipto.
Por la noche, nuestra guía Ayna, la representante del “Mamut” en la tierra nos deja. Y Emiliano, Andrea y yo nos lanzamos a la aventura de echarnos unas cervezas a orillas del Río Nilo. En un restaurante espectacular, con vista maravillosa nos tomamos las cervezas más deliciosas del continente africano a un precio de 80 pesos mexicanos una cerveza de casi litro.
En ese Inter, filosofamos sobre la vida, el trabajo, la familia y esa cosita llamada proyecto de vida. Tengo nuevos mejores amigos en la tierra donde la vida no vale nada.
Mi trayecto al aeropuerto es tortuoso, el egipcio de migración y los de equipaje son unos “hijos de la chingada” y me quedo corto. A huevo te piden “mordida mexicana” para agilizar los trámites para salir del continente africano. Yo en modo “pa” hijo e puta, hijo e puta y medio” no doy una sola libra y luego me arrepiento. Casi pierdo mi vuelo pues llegue a embarque 28 minutos antes del despegue. Afortunadamente una turista peruana de ojos coquetos me dice riendo -vio mi cara de angustia- que el avión va retraso una hora, así que tengo tiempo de un último café. Ya no quiero una chingada más que volver a mi querido Doha. De mientras, contra todos sus contras y desorden, Egipto me ha cautivado.