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Martes 22 noviembre, 2022

Culto al súper ego

El escritor y agrónomo, Éric Patrocinio Cisneros Burgos está en el centro del Palacio Legislativo. Las dos manos, extendidas, abiertas en toda su plenitud, como algunos Sumos Pontífices cuando saludaban a la feligresía, y con una sonrisa tamaño sandía, la sandía del muralista Diego Rivera, y los ojos chiquitos.
Sobre el cuello pende una corona con crisantemos amarillos, quizá, su flor favorita como, digamos, las rosas amarillas eran las preferidas de su homólogo, el escritor Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura.

Luis Velázquez

  • Éric Cisneros. Aclamado como culto al Súper Ego/Yerania Rolón

Su sonrisa recuerda la frase memorable y citable, bíblica y relampagueante de Fidel Herrera Beltrán, de “la plenitud del pinche poder”.
Es una sonrisa de placer. Casi casi, orgasmo de dicha y felicidad.
Cisneros, glorificado por la mayoría de los diputados locales de MORENA.
A su lado, su ejército de fans y seguidores.
Uno de los días más felices del sexenio encaramado en el poder total y absoluto del gobierno de Veracruz.
La apoteosis.
Quizá por eso mismo Calígula, el emperador romano, solía exclamar que “hay días cuando me siento Dios”.
Y cuando Ignacio Ramírez, El Nigromante, dijo que “Dios no existe”, entonces, el escritor ruso, León Tolstói, reviró precisando que “si no hay Dios, entonces, yo soy Dios”.
Éric, el dios terrenal de la 4T en Veracruz.
Las manos alzadas de manera faraónica, los dedos extendidos y separados, la sonrisa petrificada, la calvicie sin brillar, el fulgor inmenso del poder.
El dueño del destino colectivo de los políticos.
El maestro de escuela en Baja California transfigurado en el secretario General de Gobierno.
El mural con su efigie en pared de Misantla.
El escritor que en motocicleta suele entrar a la más alta velocidad a pueblos de la Cuenca del Papaloapan.
“El Dos del palacio” que con recursos públicos compra bienes materiales en Baja California según famosa denuncia del diputado local y de MORENA, Magdaleno Torres Rosales.
El escritor que dona sus regalías para los niños pobres de Veracruz.
Yo soy la luz, decía aquel.
Aquí mando yo, expresó aquella.
“Apenas protesté como gobernador me volví guapo” aseguraba Javier Duarte.
Como presidente municipal las mujeres me sobraban recordaba el priista Efrén López Meza apoltronado en la silla embrujada del palacio jarocho.
“Estás conmigo o contra mí” preguntaba Ronald Reagan como presidente de Estados Unidos a los reporteros de la fuente.
“Mi reino, a tus pies” dijo el Emperador Marco Aurelio a Cleopatra, la reina de Egipto, tan sedienta de poder político.
El Castillo de Chapultepec, a tus plantas, dijo Maximiiano de Habsburgo a Mamá Carlota.
Y el día cuando los sandinistas derrocaron al dictador Anastacio Somoza en Nicaragua, la mamá de Somoza preguntó: “¿Pues no que Nicaragua era nuestra?”.
Idi Amín, el presidente y dictador de Uganda, decía a las mujeres: “Me amas o te mato”.
Y las mataba... si se resistían a sus caricias negras.
Falta precisar si Éric Cisneros es el Cristo Negro del siglo XXI, y/o en todo caso, el Yanga del nuevo siglo, y/o, caray, ambos a la vez.
La dicha radiante en el Palacio Legislativo.
El dueño del reino.
Casi casi, el Ignacio López Tarso como caporal en la hacienda de Pedro Páramo, el cacique y dueño de Comala.
Cisneros, levitando.
De hecho, volando al cielo como Remedios, la bella, en la novela “Cien años de soledad” de su colega Gabriel García Márquez. Se ignora si al salir del recinto parlamentario, “El dos del palacio” se hincó con fervor religioso y besó el piso, la tierra, el pasto del jardín, igual, igualito que cuando el Sumo Pontífice, Juan Pablo II, aterrizó en tierras mexicanas y besó la tierra...
El culto al ego en su más alto decibel de Cisneros Burgos de acuerdo con la oportuna y brillante gráfica de la respetada y respetada fotoperiodista Yerania Rolón.

EL SACERDOTE EN SU TEMPLO

La plebe, el pueblo, los ciudadanos de a pie, los subalternos, los fans, los seguidores de Cisneros, a un lado.
En todo, la sonrisa prolongada de manera perpetua.
Los ojos, llenos de chispa, afiebrados. Destilando emoción social y política.
Unos, claro, para congraciarse más.
Otros, deseando una oportunidad laboral.
¡Vaya, hasta los notarios públicos en primera fila, agradecidos con que nunca el secretario General de Gobierno ha apretado el botón nuclear en contra de sus concesiones!
Un sexenio suele durar el incienso, las loas y las alabanzas y los fuegos pirotécnicos y artificiales.
Luego, y con frecuencia, el olvido.
De la gloria al “infierno tan temido”.

ÉRIC CISNEROS, ACLAMADO

El viejito del barrio dice que “cargo público mata carita”.
Sus razones, entre otras, son las siguientes:
Uno.
“El dos del palacio”, como el góber da y quita.
Incluso, así, tal cual, lo predicaba con hechos Porfirio Díaz Mori.
Dos.
El titular de la SEGOB jarocha encumbra y hunde a las mujeres y hombres de acuerdo con el incienso que le tiren, es decir, la lealtad y fidelidad profesada.
Tres.
Más cuando se trata de un Político Automático, que por aquí asciende en la escalera del poder está pensando en el siguiente escalón.
Cuatro.
“El dos del palacio”, el segundo político más poderoso en los doscientos doce municipios de Veracruz.
Todo, absolutamente todo, gravitando a su alrededor.
Cinco.
Una palabra suya, como en la religión católica y apostólica, “basta para curar almas”.
Claro, cura. Pero también empeora.
Seis.
De la oscuridad y el bajo perfil en Baja California, Cisneros brincó a la brillantez en Veracruz.
Entonces, endiosado, con seguidores que lo idolatran así sea, claro, por conveniencia, se volvió un drogadicto del aplauso.
Nada lo expresa mejor como los brazos levantados, la sonrisa, la brillantez de sus ojos, la corona de crisantemos, rindiendo culto y pleitesía a la plebe que lo aclama.
Lealtad con lealtad se paga.
Nunca en la historia política local un hombre terrenal ha sido tan expresivo y elocuente con las irradiaciones del poder político.
Poder político y que es sinónimo de poder económico y social.
Y si en Misantla pintaron un mural con su rostro, entonces, ojalá en Otatitlán le erijan una estatua como a Yanga en Yanga.
Y a Miguel Alemán Valdés en Ciudad Universitaria, con todo y que en el movimiento estudiantil del 68 la tiraron.
Y a Vicente Fox Quesada en Boca del Río y a la que también las huestes priistas derrumbaron al grito del entonces diputado federal, Adolfo Mota, y el diputado local electo, Raúl Zarrabal Ferat: “¡Un ratero no merece una estatua... Los panistas no son dueños del municipio... Fox no se merece ni recordarlo!”. “¡Ya tírenla… ya tírenla..!”.
Éric Cisneros, aclamado.
El hombre que huyó de Otatitlán para sobrevivir... en la cresta más alta del poder.
La euforia.
El éxtasis.
La necesidad biológica, sicológica y espiritual y emocional del halago.
El mundo, a los pies de la egolatría y la vanidad y la superficialidad.
El aplauso... porque es jefe político.
Y el día cuando pierda y quede sin poder, únicamente vivirá del recuerdo y la nostalgia.
Ahora, los amigos de Éric Cisneros que lo respeten y quieran bien pudieran susurrarle al oído la estrofa de Vicente Huidobro: “Desde hoy nuestro deber es defenderte de ser Dios...”.


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