Es la república, entre otros, de los siguientes mexicanos:
Los volonaveros. Los tragafuegos. Los barquilleros. Las Marías. Los chicleros. Los dulceros. Los floristas. “Los viene-viene”.

PASAMANOS: Las trabajadoras sexuales. Los lava-coches. Los globeros. Los billeteros. Los voceadores.
Los boleros, lustradores de zapatos y botas. Los aboneros. Los barrenderos. Los lecheros. Los torteros. Los taqueros. Los ambulantes.
Los albañiles. Los pintores. Los jardineros. Los pedigüeños.
Los migrantes. Los camioneros. Los macheteros. Las trabajadoras domésticas. Los mecánicos. Los cargadores en los mercados populares.
Los ayudantes de todo y de nada. Los comisionistas. Los talleristas. Los aprendices de oficios múltiples.
Etecé. Etecé.
Es la otra república amorosa. Y por añadidura, el otro Veracruz. El Veracruz, pródigo en recursos naturales. Habitado por gente en la miseria, el último grado de la dignidad humana para llevar el itacate y la torta a casa.
Y la gente en la pobreza. Los pichurrientos y miserables salarios de hambre. El desempleo. La jodidez.

CORREDORES: Es la gente, hija de la errática política económica. Aquella incapaz de alentar la creación de empleos indígenas, rurales, suburbanos y urbanos. La mismita que como obliga a la migración donde muchos, muchísimos parten y pocos, poquísimos, la hacen.
Treinta millones de mexicanos en el país vecino de la “Estatua de la Libertad”.
Un millón de paisanos de Veracruz, en el otro lado.

BALCONES: En todos ellos parece cumplirse la leyenda bíblica. Pobre naces. Pobre vives. Pobre mueres y morirás.
Así, igual fue en los orígenes de la humanidad. Y así es hoy en el siglo XXI. Incluso, luego de la guerra de Independencia (600 mil muertos) y de la Revolución (un millón de muertos).
Los grandes héroes, ajá, que lucharon por dejarnos una patria.
Una patria jodida, donde seis de cada diez habitantes de la república amorosa están en la jodidez y el resto en la medianía y unos cuantos, poquísimos, son ultra contra súper millonarios.
Entre ellos, las tribus políticas que cada sexenio (priista, panista, perredista y morenista, etecé, etecé) debutan como nuevos ricos.

PASILLOS: Quizá un filme citable y memorable es “El Mil Usos” con Héctor Suárez.
El campesino jodido que migra de su pueblo a la Ciudad de México y desempeña los peores trabajos que “ni siquiera los negros se atreverían en Estados Unidos” como decía el filósofo panista, Vicente Fox Quesada.
Y cuando ha sido de todo y con todo, entonces, en una pulquería se convence de que el paraíso terrenal está en Estados Unidos.
Y parte pa’allá.
Pero solo para enfrentar el peor exilio y destierro de la vida.
Y de nuevo, pa’atrás, pa’el pueblo, fracasado, decepcionado, para seguir igual, o peor, de jodido y pobre.

VENTANAS: Un sexenio inicia y termina. Y en el camino, las elites gobernantes le regalan programitas sociales y bequitas bimensuales.
Y se los obsequian con el único objetivo de amarrar simpatías y votos en las urnas en cada elección.
En ningún momento por una acendrada vocación social, pues, y en todo caso, más que regalar el pescadito se les ha de enseñar a pescar como dice el viejito del barrio.
De sexenio en sexenio, los pobres son arrumbados en el rincón más turbulento del infierno.