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Escenarios
Lunes 03 octubre, 2022

El fin del mundo

•Avisito parroquial
•Niños aterrorizados

UNO. “El mundo se acabará hoy”

A los diez años de edad, Héctor Fuentes Valdés aprendió a desconfiar de los sacerdotes de la iglesia católica.
Fue una mañana sabatina en el verano cuando cada ocho días iba a la doctrina en el curato con montón de niños.

Luis Velázquez

La sesión empezaba con un desayunito de 9 a diez de la mañana. Luego, estudiar la Biblia hasta las doce del día. Entonces, misa oficiada por el presbítero.
Aquel sábado del verano el padrecito subió al púlpito y pronunció homilía memorable y citable.
Y juró y perjuró que hacia las 5 de la tarde de aquel sábado “el mundo se acabaría”.

DOS. La tarde se volverá noche…

En nombre de Dios fue el juramento del curita. Incluso, hasta pintó el escenario.
En un dos por tres, dijo, la tarde se volverá noche. Y lloverá con relámpagos y truenos y hasta se llegaría a un huracán.
Peor tantito, el mundo temblaría. Y, claro, los muertos resucitarían y saldrían de sus tumbas en el camposanto.
Entonces, pidió a los niños que antes de las 5 de la tarde salieran de sus casas con sus padres y con su ropita guardada en los morrales y con el petate para tenderlo en el suelo y dormir si era necesario.

TRES. Tragedia en puerta

Los niños quedaron hipnotizados, paralizados, a punto de un paro cardiaco fulminante.
Asustados, perplejos, luego de escuchar misa se fueron a sus casas para contar a los padres la tragedia que se acercaba.
Y, caray, antes de las cinco de la tarde la calle de su barrio era un campamento de gitanos donde los padres y los hijos y los abuelos esperaban la hora fatídica.

CUATRO. Todos atemorizados

El niño recuerda que ningún vecino hablaba. Todos, callados, en silencio. Digamos, a la expectativa.
El único diálogo entre todos era visual. Unos a otros se miraban.
Quizá los padres de familia respetuosos de los hijos habrían actuado y tomado aquella aventura como un fin de semana en la playa y/o en el campo.
Incluso, el único niño quiso leer la Biblia como el sacerdote les recomendara a la hora de despedirse.
Es más, antes de las 5 de la tarde las campanas de la iglesia empezaron a repicar.
Y repicaban a duelo, como cuando un muerto era llevado en el féretro por las calles del pueblo polvoriento camino al panteón.

CINCO. Sacerdote terrorista

Dieron las cinco y las seis y las siete y las ocho de la noche y el mundo seguí ahí. Imperturbable. Tranquilo en aquel verano tibio.
Ninguna gota de lluvia. Ningún trueno. Ningún relámpago. Ningún muerto resucitado.
Ni siquiera, vaya, por ahí un chistocito disfrazado de Luzbel con el trinche en la mano y cuernos en la cabeza.
Entonces, el padre habló con su hijo de diez años, y le dijo que, ni modo, el presbítero era un mentiroso y le crecería la nariz como a Pinocho y que simplemente, por mentir a los niños se iría al infierno.

SEIS. La fe perdida

Desde entonces, nunca, más, se paró en la iglesia y dejó de asistir a la doctrina sabatina en el curato.
Simplemente, perdió la fe y el respeto en los sacerdotes, aun cuando mantuvo la creencia en un Ser Superior, que en seis días creó y recreó el mundo y en el séptimo se puso a descansar.
“Creo en Dios y a mi manera” se justificaba asegurando que cumple con los mandamientos. Como también con los derechos humanos.


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