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Viernes 05 agosto, 2022

Rostros de la migración

•La gloria y el infierno
•Jarochos en E.U.

ESCALERAS: Algunos rostros de la migración de Veracruz a Estados Unidos son los siguientes:
La migración es la señora Ele y sus tres hijos. El marido agarró su morralito con tres mudas de ropa que tenía y se fue al otro lado. Un año envió puntual los dólares. Sus remesas.
Luego, de pronto, el silencio. Incluso, la ruptura con la esposa y el trío de hijos. Allá se enroló con una migrante originaria de Guatemala y construyó nueva vida.

Luis Velázquez

Aquí, en el Estado jarocho, el abandono total para la señora Ele. Ella es ahora trabajadora doméstica de casa en casa y a los hijos menores los cuida su señora madre.

PASAMANOS: La migración es el señor P. y su esposa, la señora O. El hijo de veinte años, con salario de hambre pichurriento, desempleado, sin perspectiva económica local y regional, se fue al otro lado.
Un semestre después, el chico fue asesinado. Un tiro por ahí en un país donde las armas y de largo calibre y alcance pueden comprarse hasta en el tianguis.
Entonces, durante seis meses los padres esperaron el cadáver. Que trámites por todos lados.
Un semestre después les llegó su hijo… convertido en cenizas. Y en urna.

CORREDORES: La cara de la migración es Ciro y su familia. Del pueblo, Soledad de Doblado, se fue a EU. Un año después, envió por un hermano. Y al siguiente año, por el otro.
Luego, por la familia. Entonces, por los padres ya ancianos.
Todos, empleados en ranchos agrícolas. Ordeñando vacas y con aparatos tecnológicos.
Dice Ciro:
“Ya nada nos une al pueblo. Mi familia está aquí, en el estado de Texas, completita. Todos juntos. Mis hijos estudiaron la universidad y aquí han armado su vida”.

BALCONES: La señora V., dos, tres años desempleada, soltera, treinta años, se echó la maleta al hombro y se fue. Llegó a Texas. Allí, se estableció.
Primero, como trabajadora doméstica. Pero como “muchas cornadas suele dar el hambre”, siempre miraba lejos.
Entonces, se amarró las tripas y comenzó a ahorrar y seguir ahorrando con el legítimo sueño de un restaurante, un changarrito, de comida mexicana, sabroso sazón que le enseñara su señora madre con guisados del pueblo.
Ahora, tiene gran fonda. Y contrata a mujeres del pueblo. Incluso, varias de ellas, viven en Matamoros con sus familias y todos los días viajan al otro lado para su chamba.

PASILLOS: El joven C., 25 años, se fue a Carolina del Sur. Se empleó de albañil y pintor. También de fontanero y de ranchero.
Días felices compartidos con otros paisanos, a quienes siguió sus pasos.
Solteros todos, los fines de semana “dando vuelo a la hilacha” con mujeres migrantes. Bailongos. Borracheras. Sexo.
Le pegaron el VIH. Lo descubrió a destiempo, avanzada la enfermedad. Imposibilitado para trabajar duro y tupido como es la condición, ni modo, debió regresar al pueblo.
En el pueblo, espera la puerta.

VENTANAS: Los migrantes, sin excepción, se van por circunstancias parecidas.
Una, los salarios de hambre. Dos, el desempleo. Tres, el legítimo sueño de una vida mejor para los suyos. Y, cuatro, la violencia.
En muchos casos, quizá, siguiendo los pasos de los familiares y los amigos.
Más, en un país donde los salarios son de cinco y seis mil pesos mensuales. Salarios ultra contra súper jodidos.
Con todo, en EU hay un millón de paisanos que dicen académicos de la Universidad Veracruzana. 800 (ochocientos) mil que arguye la dirección de Atención a Migrantes del gobierno del Estado.


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