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8 Columnas
Jueves 30 junio, 2022

Avanza en tropel la izquierda


Témoris Grecko/Tomado de Milenio

En el momento de mayor expansión de la marea rosa, en el año 2011, presidentes que se presentaban como izquierdistas gobernaban en 12 de los 19 países del continente, lo que representaba el 62 por ciento de su población. Luego vino un fuerte reflujo pendular hacia las derechas.

A principios de 2018, sólo quedaban los mandatarios de naciones de escaso peso demográfico, Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia. Y esta última, el gobierno de Evo Morales y la continuidad democrática tenían los días contados.

El relanzamiento izquierdista empezó en México, en julio de ese año, con Andrés Manuel López Obrador; Alberto Fernández siguió en octubre de 2019, en Argentina; justo un año después, el golpe de Estado contra Morales en Bolivia fue revertido con la elección de Luis Arce; y sólo en 2021, se produjeron las victorias de Pedro Castillo en Perú (julio), Xiomara Castro en Honduras (noviembre) y Gabriel Boric en Chile (diciembre).

Con el triunfo de Gustavo Petro en Colombia, hace apenas unos días, el mapa político pintó 10 posiciones para las izquierdas, mientras que las derechas conservan nueve países.

Si Castillo consigue evitar que lo derriben y sobre todo, si se materializan lo pronósticos de una victoria de Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil, tras las elecciones del 2 de octubre en ese país, las izquierdas estarán gobernando al 90 por ciento de las y los latinoamericanos.

En todo caso, pluralizar “izquierdas” se hace cada vez más necesario, aunque el novelista y reciente ideólogo de la extrema derecha Mario Vargas Llosa no lo entienda. Evo Morales por insistencia y Lula por urgencia, por ejemplo, coinciden con los bolivarianos en la idea de que el líder debe permanecer en la Presidencia, a la inversa de López Obrador y de Boric.

El treintañero chileno, por otro lado, contrasta con el hexagenario mexicano por su mejor comprensión de las versátiles configuraciones sociales de estos años 20 y de las veloces dinámicas que las siguen transformando. Boric plantea una exigente y constante renovación de ideas que para pensamientos vigésimoseculares resulta difícil enfrentar.

La diferencia entre los dirigentes que necesita cada época y los que actúan pensando en tiempos anteriores no está en la edad, sino en la capacidad de atender, entender y reaccionar.

Consideremos también los pactos con L’Ancien Régime: presidentes al tercer (Andrés Manuel López Obrador, Petro) y hasta cuarto intento (Lula), son líderes que cuestionaron intransigentemente al sistema pero eventualmente asumieron que tenían que acordar y ser integradores, que en lugar de amenazar con la destrucción y reconstrucción de las macroestructuras de la sociedad, sólo podrían aspirar a reformarlas.

"Realpolitik"

En la reciente campaña colombiana, en la que el petrismo denunció múltiples señales de que se preparaba un fraude electoral para arrebatarle la victoria, una fuerte señal de que el establishment ya empezaba a aceptarla y digerirla, de que pretendía acomodarse a un Petro presidente para acomodarlo a él, se dio dos días antes de los comicios, el 17 de junio, en una reunión en Bogotá en la que el todavía candidato y políticos prominentes del centro y la derecha moderada se plantearon crear un “gran acuerdo nacional”.

Uno de los oradores principales fue Rudolf Hommes, la gran figura del neoliberalismo colombiano, quien como ministro de Hacienda de César Gaviria, entre 1990 y 1994, dirigió la apertura del mercado nacional, privatizó el Banco de Colombia y licitó la telefonía celular. El nombre del siguiente titular de Hacienda sería el de Hommes o el de Alejandro Gaviria, dice la prensa local. Es probable que ambos lleguen al gabinete.

En palabras de Petro, se trata de “una confluencia política como hace mucho no vemos, desde el liberalismo, el conservatismo, las izquierdas, las sociedades, los trabajadores, los militares, desde las etnias, etc. Una confluencia que es parte de esa nación que hemos construido, que pueda entender, que pueda dialogar entre sí, que, a pesar de tener diferencias, no se van a matar entre sí”.

Es realpolitik. La que políticos de oficio y larga experiencia, como son también López Obrador, Lula, Fernández y Arce, han aceptado y adoptado tras muchos tropiezos: no derrotar a los poderes de facto sino convivir con ellos. Y admitir que influyan en la toma de decisiones.

Autoritarismo y democracia

“En estos días podemos estar perdiendo América Latina”, sostuvo Vargas Llosa en Miami, el 10 de diciembre de 2021, en un foro patrocinado por Atlas Network, un proyecto continental de ultraderecha. “La extrema izquierda avanza de una manera sistemática y todo el continente está amenazado. ¿Qué es lo que queda en América Latina? Uruguay y Ecuador”.

Desde esa perspectiva radical, el añejo dictador nicaragüense Daniel Ortega y el joven presidente Boric son lo mismo, “una izquierda fanática y dogmática”. Pero esta marea rosa que hoy transforma la región tiene una diversidad que desde la radicalizada postura del novelista es imposible descubrir, y es diferente de la que le antecedió, la de la primera década del siglo.

Sin duda, los regímenes anatemizados por Washington están encontrando alivio, como lo demostró la indisposición de los gobernantes de México, Argentina, Bolivia, Chile y Honduras a aceptar que Estados Unidos continúe decidiendo a su antojo quién forma parte de la comunidad continental y quién no.

Eso no significa, sin embargo, compartir sus abusos, como explicó el mismo Boric al criticar las exclusiones de la Cumbre de las Américas: “Prefiero discutir con Cuba, decirle al señor Ortega que libere a los presos políticos de Nicaragua en la cara, en una cumbre de igual a igual; cómo podemos garantizar que las elecciones en Venezuela sean íntegramente democráticas”.

“Provengo de una izquierda que es profundamente democrática, que valora y respeta los derechos humanos de una manera irrestricta”: con esta frase el chileno señaló la ancha grieta que hay entre el autoritarismo de Managua, Caracas y La Habana, frente al movimiento progresista regional. Pero no es la única línea divisoria.

En los distintos países, las limitaciones que impone la realidad política a los proyectos de transformación profunda irritan en las izquierdas de base. Desde abajo, se toma como traición que los líderes lleguen a las alturas para hacer estos pactos. Cunde la frustración.

“Sin Francia Márquez, Gustavo Petro no gana”, me dijeron insistentemente simpatizantes de la nóvel vicepresidenta en distintos lugares de la región Pacífico, la siempre ignorada y más discriminada y pisoteada de Colombia, de mayoría negra y lugar de origen de la líder social.

Los análisis postelectorales lo comprueban: de los cinco departamentos que concentraron la gran remontada de Petro, tres son de Pacífico (Cauca, Valle y Nariño), cuatro de alta población afrodescendiente (los tres anteriores y Atlántico) y en el quinto (Bogotá) hay un núcleo significativo de simpatizantes de Márquez. El aspirante rival Rodolfo Hernández fue superado por 700 mil votos a nivel nacional. En Pacífico, quedó un millón 700 mil sufragios por debajo. Si el Pacífico no hubiera votado masivamente por Petro, hubiese sido derrotado.

Como definición estratégica, Petro estuvo muy tentado a ampliar su base de apoyo hacia el centro, incorporando como candidato a vicepresidente a una figura del establishment tradicional como el liberal Alejandro Gaviria. No obstante, el poderoso desempeño de Francia Márquez en las elecciones primarias de marzo, en la que fue la tercera aspirante más votada entre todos los sectores políticos, la posicionó como compañera de fórmula indispensable.

Tuvo un impresionante desempeño electoral en representación, en sus palabras, de “las mujeres, los jóvenes, las personas LGTBIQ+, los indígenas, los campesinos, los trabajadores, las víctimas, mi pueblo negro”. Lo cual añade un importante factor de complejidad al ya enredado escenario de la emergente izquierda latinoamericana.

Pluralidad

La novedad evidente es que Francia Márquez será la primera mujer negra que llegue al nivel de vicepresidenta, en Colombia y Latinoamérica. Lo que es más significativo que su género y su raza, sin embargo, es que les da voz a los sectores siempre marginados.

Petro y la mayor parte de los mandatarios latinoamericanos, de derechas o de izquierdas,son presidencialistas,al estilo antiguo: creen que la política inicia y termina en la figura central del presidente, que en él se debe concentrar el poder porque sabe mejor que nadie qué es lo que hay que hacer.

Pero en consonancia con Boric (que dijo en su toma de posesión que “un gobierno no avanza solo, basta de despotismo ilustrado de los que creen que se puede hacer un gobierno para el pueblo pero sin el pueblo”), Márquez parece decidida a ser el contrapeso que equilibre la balanza entre los políticos de profesión y las aspiraciones de los movimientos populares.

No será el caso de Lula, quien para garantizar la derrota del actual presidente ultraderechista Jair Bolsonaro (que pretende reelegirse),y con la desilusión del ala izquierda de su Partido del Trabajo y de organizaciones de base,apostó por crear un frente amplio al cederle la candidatura a la Vicepresidencia a una importante figura de la derecha moderada, Geraldo Alckmin, ex gobernador de São Paulo.

Esta es la pluralidad de las izquierdas democráticas que se extienden por el continente: unas son feministas, antirracistas, ambientalistas, derecho humanistas y diversas, otrastropiezancon reflejos del pasado; unas buscan formas de horizontalidad participativa, otras se anclan en la verticalidad del presidencialismo. En el debate entre estas corrientes deberán florecer capacidades para responder a los retos del futuro.


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