El peor de los mundos
•Familia enfermiza
•Juntos todos los males
UNO. Expuestos a 3 mil enfermedades
Vive y padece una familia el peor de los mundos. La abuela, Alzheimer. El abuelo, Parkinson. El padre, cáncer. La madre, leucemia. Un hijo, con un accidente automovilístico a los veinte años de edad y que lo dejara paralítico. En silla de ruedas.
Luis Velázquez
Es la hora, ni modo, de las vacas flacas. Las vacas flacas que describe el relato bíblico son más, mucho más en la vida que las vacas gordas, tan poquitas.
Cierto, las personas de la séptima, octava, novena década, solemos cargar en la espalda y en los días y las noches la mayor parte de los males.
Tres mil enfermedades a las que estamos expuestos desde el primer segundo cuando todos llegamos a la vida según afirma un médico.
DOS. “El infierno tan temido”
Entonces, en el penúltimo y último tramo de la vida, los males afloran y germinan en tierra fértil.
En todo caso, es ley de la vida.
La familia vive, entonces, un infierno todos los días. “El infierno tan temido” de que hablaba sor Juan Inés de la Cruz.
TRES. Capotear la adversidad
Los otros tres hijos capotean los males de los abuelos y los padres y el hermano.
Por fortuna, una fraternidad y solidaridad entre ellos para juntos, sin celos ni recelos, empujar la carreta.
Más porque los tres trabajan, en el tiempo del COVID, la recesión y la inflación fuera de control, han de contratar, y de manera permanente, a una o dos enfermeras para estar pendientes de los abuelos y los padres y el hermano.
Más duro y rudo aún, porque cada enfermera cobra “las perlas de la virgen”.
Turnos, cierto, de doce horas por doce horas.
CUATRO. Realidad avasallante
Ni de Alzheimer ni de Parkinson, parece, una persona muere.
Podrá durar varios años con los males. Pero de pronto, quizá un paro cardiaco se atraviese y acabe con la vida.
Otros males suelen aparecer en tiempo y forma con la edad. Con todo y longevidad.
Y ni modo, ha de aprenderse (¡y cuesta mucho y es muy difícil!) a vivir con la realidad.
Un geriatra lo dice así:
Desde el primer segundo que llegamos a la vida, el bebé está expuesto a una enfermedad.
CINCO. Red familiar y amical
Por fortuna, la familia tiene la solidaridad de los parientes. Y todos, echan montón para auxiliarlos y auxiliares.
Por ejemplo, con un enfermo de Alzheimer y Parkinson, nada mejor, dice un terapeuta, que integrar una red familiar y/o amical para estar pendientes y en todo caso, turnarse.
Así, el pendiente se vuelve soportable, pues una sencilla guardia de ocho horas cerca de los enfermos es dura, muy dura.
Más, parece, con el enfermo de Alzheimer porque de pronto, y en un descuido suelen escapar de casa y caminar y perderse, claro.
SEIS. Desgaste emocional
Mucho, demasiado, excesivo desgaste familiar. También, desde luego, económico. Social, ni se diga.
Los días y noches para estar pendiente de los enfermos.
La vida reducida a la vigilancia diurna y nocturna. De entrada, por ejemplo, las medicinas a las horas dispuestas por el médico para, digamos, llevar la fiesta en paz, porque nada cura el Alzheimer, el Parkinson, el cáncer ni la leucemia.
Hasta el día de hoy, la ciencia médica ha fracasado, aun cuando, claro, es capaz de garantizar una luna de miel en el planeta Marte y de seguir viajando a la luna para explorar la superficie lunar.