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Diario de un reportero
Sábado 11 junio, 2022

Su vida peligra: Carlos Payán

No publiques la verdad: Rafael Arias
•“¡Deja de escribir!”: Morales Lechuga


DOMINGO
“Su vida peligra”



Iracundo, molesto, enfurecido, harto, en la plenitud del poder, virrey en su pueblo, el economista Agustín Acosta Lagunes citó en la oficina de palacio a sus 3 jefes de prensa y asesores en comunicación social:
-¿Quién se lleva con Héctor Fuentes Valdés?
Al oír el tono de voz golpeada, el economista Rafael Arias Hernández y el reportero Cecilio García Cruz hicieron como que Dios les hablaba y hundieron la barbilla en el pecho. Ángel Leodegario Gutiérrez Castellanos levantó la voz y dijo “yo”.
-Entonces, ordenó Acosta Lagunes, dómalo. ¡Ya me tiene hasta la madre!
Pero los días transcurrieron y Gutiérrez Castellanos daba vueltas al asunto, no tanto por el trabajo periodístico de Fuentes Valdés, sino, primero, en el semanario Proceso, y luego, en La Jornada.

Luis Velázquez

Así, más irritado que nunca, Acosta Lagunes se trasladó a la ciudad de México y habló con Julio Scherer García y con Carlos Payán Velver.
Después, viajó a la ciudad de Veracruz y habló con Juan Malpica Mimendi, director general de El Dictamen.
En Proceso, don Julio Scherer dijo a Fuentes Valdés: “Su gobernador está loco”.
En La jornada, Payán Velver advirtió: “Su vida peligra. Dejará de publicar en La Jornada, pero le seguiremos pagando”.
En El Dictamen, Juan Malpica ordenó: “Quiten a Héctor Fuentes de reportero y póngalo de corrector de estilo”.
Años después, una persona preguntaría a Héctor Fuentes: “Si tanto odio te tenía Acosta Lagunes, ¿por qué no te mandó a matar, teniendo a La Sonora Matancera?”.
“Le faltó dar el siguiente paso”.

LUNES
No publiques la verdad: Rafael Arias

En un rancho de Martínez de la Torre, los sicarios dispararon 120 balazos al automóvil en que viajaban Roque Spinoso Foglia, líder nacional de los cañeros.
Veracruz era gobernado por el economista Agustín Acosta Lagunes y su jefe de prensa en turno, de los 3 que tuvo, el economista Rafael Arias Hernández dijo a Héctor Fuentes Valdés: “No vayas a publicar que fueron 120 balazos”.
“Fueron 120, Rafael”.
“Sí, pero publica que fueron menos”.
“Fueron 120, Rafael”.
“Pero además, Rafael, estás como la canción de Rosita Alvírez, que de todos los balazos que le dieron solamente 3 eran mortales”.
“Ja, ja, ja”.
La nota fue publicada como segunda de importancia en el diario La Jornada, en portada, inaugurando una cadena de crímenes que luego sucederían en Veracruz, hasta terminar en el último año del sexenio con el asesinato de Demetrio Ruiz Malerva, ex diputado federal, ex líder del PRI, amigo íntimo del presidente Carlos Salinas de Gortari.
Fue la última vez en que Héctor Fuentes platicó con el jefe de prensa de Acosta Lagunes.

MARTES
“¡Deja de escribir!”: Morales Lechuga

En 30 días de un mes de gobierno del economista Agustín Acosta Lagunes, una vez por semana, los ladrones robaron la casa familiar del reportero Héctor Fuentes Valdés.
En la primera ocasión los rateros entraron al mediodía, en que la familia había pasado por sus dos hijos a la escuela primaria.
La segunda vez ingresaron un fin de semana, cuando la casa estaba vacía por un viaje familiar al pueblo de origen.
En la tercera, a las 2, 3, 4 de la mañana, la familia durmiendo, rociando gas en el interior de la vivienda para hundir a todos en un sueño profundo.
En la cuarta, los rateros se metieron a las 5 de la mañana, satisfaciendo sus necesidades fisiológicas, a propósito, en la sala de la casa.
Héctor Fuentes habló por teléfono con Ignacio Rey Morales Lechuga, poderosísimo subsecretario de Gobierno:
“Ignacio, tus ladrones han robado mi casa en 4 ocasiones”.
“¿Cómo, de qué hablas?”.
“Ignacio, por favor, no se hagan. ¿De qué se trata?”.
“¿De qué hablas?”.
“¡No te hagas!”.
“¡Deja de escribir!”.
“¡Ya párenle! ¡Métanse conmigo, mi familia es aparte!”.
Morales Lechuga tuvo, entonces, piedad y los ladrones dejaron de robar la vivienda de Héctor Fuentes.
El aviso ya estaba...

MIÉRCOLES
“No te pasará nada”: Acosta Lagunes

En una casita de Medellín, la fiesta campirana estaba a todo dar. El trío, las cervezas frías, el ceviche, el cóctel de camarones, los tamales de masa y cerdo cocinándose en la paila, las señoras echando tortillas a mano con maíz blanco y en comal, los frijoles charros, la fiesta, la pachanga, las bailarinas de tahitiano.
Roberto Acosta, uno de los sicarios de “La Sonora Matancera”, crecida a la sombra sexenal del economista Agustín Acosta Lagunes, dijo, copitas en el estómago y en las neuronas: “¡Muerto el perro... se acaba la rabia! Y apenas don Agustín me diga, yo me quiebro a Héctor Fuentes”.
Al otro día, Héctor Fuentes habló con Rafael Arias, jefe de prensa de Acosta Lagunes.
“Yo le diré al gobernador. No te preocupes”.
A la semana, Héctor Fuentes pidió audiencia (forzada) con Acosta Lagunes.
“Sólo vine a informar lo que el sábado anterior dijo su pistolero, Roberto Acosta, en un rancho en Medellín”.
En la medida que Acosta Lagunes escuchaba el rostro se le desdibujaba y la mirada enfurecía, colérica.
Tocó el timbre.
“¡Que venga Rafael Arias!” ordenó.
Dos, tres minutos, trepando los escalones de la planta baja al primer piso de palacio, Rafael Arias llegó agitada la respiración, tenso.
“¿Por qué no me informaste lo de Roberto Acosta?”.
“Se lo iba a informar, señor”.
“Esas cosas deben informarse luego luego”.
“Sí, señor”.
“No te preocupes no te pasará nada” dijo Acosta Lagunes a Héctor Fuentes.

JUEVES
“El gobernador está encabronado”

--Maestro (Alfonso) Valencia, ya, por favor, levánteme el castigo, pidió el reportero Héctor Fuentes Valdés al jefe de Información, en El Dictamen.
--Lo siento, estás castigado, es orden superior.
--Ni hablar, maestro, ¿pero qué hice?
--Acosta Lagunes está encabronado contigo.
--Pero él no es mi jefe de Información. Yo no trabajo para Acosta Lagunes. Usted es mi jefe.
--Pues sí, pero está molesto contigo.
--Entonces...
--Entonces, seguirás de corrector de estilo.
--¿Hasta cuándo, maestro?
--No sé.
--Maestro, usted lo sabe porque usted me lo enseñó en el aula, el destino de un reportero es andar de un medio a otro medio, y más cuando pasan cosas así.
Alfonso Valencia continuó escribiendo, a paso veloz, aprisa y deprisa antes de que los datos se le atropellaran en la mente.
Semanas después, y por otras razones más que se fueron amontonando, Héctor Fuentes renunciaba a El Dictamen para el resto de su vida.

VIERNES
“Ni a Dios se le dice la fuente”

Jorge Malpica Martínez, subdirector editorial de El Dictamen, fue lapidario en la orden:
“El reportaje de Coatzacoalcos se suspende”.
“Pero, Jorge, dijo el reportero Héctor Fuentes Valdés, aquí están las pruebas del fraude. Son 4 mil millones de pesos”.
“Pues sí, pero se pospone”.
“Pero tengo dos semanas trabajando el tema y aquí están los documentos”.
“Habla con Acosta Lagunes".
“Pero ¿para qué, Jorge, para qué?”.
“¡Escúchalo!”.
Héctor Fuentes tomó la primera probadita del café con Acosta Lagunes, en su casa, en el fraccionamiento “Las Ánimas”:
“¿Quién te pasó los documentos?”.
“Perdón, Gobernador, pero la fuente informativa no se le dice ni a Dios”.
“¿Quién te las pasó? Si no me dices hablaré con Jorge Malpica”.
“No se las diré. Y hable usted con él”.
“¡No seas grosero!”.
“No soy grosero”.
“¿Quién te las dio?”.
“Lo siento. La fuente no se le dice ni a Dios”.
“De cualquier manera, el reportaje no se publicará” dijo, aventuró, porfió Acosta Lagunes.
El café negro se quedó enfriando en la taza.
Y en efecto, el reportaje sobre un fraude de 4 mil millones de pesos en Coatzacoalcos se perdió en la burocracia periodística de todos los días.
¡Nunca fue publicado!

Posdatita: se ha querido así conmemorar el llamado Día de la Libertad de Prensa.


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