Pobres y jodidos
María Félix llega de maestra rural a un poblado jodido entre los jodidos. Se llama “Río escondido”. Y está habitado por indígenas, los llamados, ajá, “pobres entre los pobres”.
En el pueblo gobierna y manda el presidente municipal, un cacique, latifundista, dueño de tierras y de vidas humanas, que tiene un ejército de sicarios y pistoleros que intimidan, azuzan, vejan, humillan, golpetean y matan a los indígenas contestatarios.
Luis Velázquez
Y lo interpreta Carlos López Moctezuma.
Un cacique, además, que ejerce el llamado derecho de pernada como Pedro Páramo en la novela y película de Juan Rulfo, y mujer que se le antoja la hace suya.
Incluso, cuando la profe rural, María Félix, llega al pueblo se obsesiona con hacerla de su propiedad.
Peor tantito, para entonces, el cacique tiene de amante a una indígena (Columba Domínguez) y luego luego ordena a sus pistoleros que la destierren, pero que en el camino la maten y tener disponible la casa grande para María Félix.
La película está dirigida por Emilio “El Indio” Fernández, y actúa su hermano Fernando Fernández como el médico recién egresado de la universidad que llega a la región para cuidar de la salud de los indígenas.
La película, filmada en 1948, la pasan en la tele comercial como uno de los grandes filmes del cine mexicano.
Y 74 (setenta y cuatro) años después su vigencia resulta insólita en un país donde 6 de cada diez habitantes viven en la miseria, la pobreza, el desempleo y la jodidez.
Además, un país que únicamente ha producido migrantes a Estados Unidos. Treinta mexicanos en el otro lado, entre ellos, un millón de jarochos.
Además, claro, que en las regiones indígenas y campesinas los caciques tienen vigencia. Señores “de hora y cuchillo”. Los mandamases dueños del dinero y el poder. Blindados por sicarios.
El México de 1948, igual, igualito, quizá con menor intensidad, al México del año 2022.
TIERRA DE CACIQUES
Hay caciques indígenas. Y campesinos. Y políticos. Y sindicales. Y económicos. Y hasta universitarios.
Todos perpetuados en el poder. Más de veinte y treinta años en la cima.
Todos, la mayoría, en el paraíso terrenal. Dueños de la vida y el destino colectivo de pueblos y asociaciones. Habituados a imponer su ley “por la buena y la mala”.
La imagen de todos ellos encarnada en el actor Carlos López Moctezuma, cuya sola presencia física, sin hablar una sola palabra, sin hacer ningún gesto o musaraña en la cara, sin manotear, representa a un hombre duro, arbitrario, autoritario, capaz de enfrentarse y derrotar al diablo.
En la película “Río Escondido”, López Moctezuma es el propietario de todo.
Presidente municipal, juez, jefe policiaco, latifundista, cacique, dueño de las tierras, dueño del agua que controla para su servicio, entre ellos, para sus animales (vacas, becerros, toros, y caballos y burros), por encima del agua para los indígenas.
Incluso, por sus pistolas cerró el único salón de clases de la escuela primaria y lo convirtió en un establo para el ganado bovino, equino y asnal, y en donde, además, todos los días ordeñan las vacas.
Además, dueño de la única tienda del pueblo y la única cantina, además de imponer su ley al sacerdote del pueblo.
Pocas, excepcionales películas del siglo pasado retrataron a plenitud la fuerza social, económica y política de un cacique como en “Río Escondido”.
Y, claro, con la dirección de Emilio “El indio” Fernández, explorando y explotando la capacidad artística de María Félix. López Moctezuma y Fernando Fernández.
LOS POBRES, ELEMENTOS DESECHABLES
Se le pregunta al maestro en Ciencias Políticas y doctor en Sociología, Carlos Ernesto Ronzón Verónica, si los pobres están condenados a nacer pobres, vivir pobres y morir pobres.
Su respuesta es un monosílabo. “Sí”.
Y aporta las siguientes razones:
1) Hay un condicionamiento religioso, dice. El mexicano no tiene miedo a la muerte y la jodidez le vale. Cree que la muerte es la expiación en el cielo donde todos serán felices. Y aguanta vara con la miseria y la pobreza.
2) Somos infelices porque no tenemos lo deseado. Y vivimos frustrados. Pero también, resentidos. Y al mismo tiempo, vaya paradoja, resignados. La pobreza como un mal inevitable. Y dejamos de luchar con tesón.
3) Llegamos a creer que todo es normal. La pobreza, normal. La miseria, normal. La violencia, normal. La inseguridad, normal. La impunidad, normal. La desigualdad económica y social, normal. Es la herencia sórdida y siniestra de trescientos años de la Conquista.
4) Incluso vemos normal que AMLO, el presidente, por ejemplo, se aliara con los ricos para ganar la elección presidencial en el año 2018. Y siga aliado hoy cuando los empresarios y magnates poderosos forman parte del equipo selecto de sus asesores. Y en ese mismo orden, la alianza con las elites militares y las elites eclesiásticas. Y eso que viste con el ropaje social de los pobres.
5) La vida pública reducida al pan y al circo. Antes como antes y ahora como ahora. Inverosímil: la Línea Doce del Metro fue construida por Carlos Slim, el hombre más rico del país. Y ahora, AMLO le concesionó la construcción de parte fundamental del Tren Maya.
6) Estados Unidos sigue metiéndose en el país. Por ejemplo: cuando Enrique Peña Nieto abrió la puerta a la inversión china con la construcción del tren de México a Querétaro, EU se irritó. Entonces, filtró el reportaje de la Casa Blanca de “La Gaviota”. Ahora, cuando AMLO, el presidente, tiene en marcha la reforma eléctrica, en EU sienten que los intereses de los magnates y poderosos están en riesgo. Y filtraron el reportaje de la “Casa Gris” del hijo mayor de AMLO. Incluso, las redes sociales se lanzaron en contra de AMLO y ninguna duda hay de que fueron manejadas desde el país vecino.
Es decir, asegura el politólogo Ernesto Ronzón, por encima de los pobres hay grandes intereses económicos, sociales y políticos, donde los jodidos son elementos desechables, utilizados, en todo caso, para ganar elecciones. Los pobres nunca han importado como política pública, sino como política electoral y electorera.