Nunca, hasta donde se recuerda si se recuerda bien, se leyó una nota informativa, una crónica, un reportaje de su autoría.
Pero era un profesor gigante del periodismo que sabía enseñar y transmitir el conocimiento con eficiencia y eficacia.

DOS. Cafetear la noticia

De vez en vez, solía invitar un cafecito para platicar sobre periodismo y la vida en Veracruz.
Nunca, jamás, invitó una copa. Tampoco a una francachela. Ni menos a encerronas. Sabía guardar la distancia moral de manera fina y elegante.
Todos los días encargaba que el estudiante escribiera un texto. Algunas veces, daba el tema y pedía una crónica para el día siguiente. Otras, lo dejaba a elección.
Y en el café, agarraba el lapicero y era dichoso escudriñando párrafo por párrafo con el único propósito de orientar y reorientar al futuro reportero.

TRES. Tertulias reporteriles

Nunca impuso sus enseñanzas. Se mostraba con gran sentido pedagógico y exhibía como en un abanico multicolor opciones narrativas.
Incluso, recomendaba nombres de escritores y reporteros con libros publicados para revisar sus estilos y elegir uno, o en todo caso, tomarlos como referencia en la búsqueda de un estilo propio.
Varios fueron los compañeros a quienes invitó como auxiliares en la secretaría de Redacción de El Dictamen, donde trabajara toda su vida.
Y mientras en el salón de clases les enseñaba la teoría y la práctica del periodismo, en la sala de redacción ampliaba el escenario.

CUATRO. Generoso y solidario

De profesor de escuela primaria, igual, igualito, entre otros, que sus contemporáneos, don Alfonso Valencia Ríos y Antonio Salazar Páez, estudió Periodismo y luego se convirtió en maestro y llegó a la dirección de la Facultad de la Universidad Veracruzana.
Entonces, seguía alternando la vocación magisterial con la periodística, con un apostolado fuera de serie, que siempre daba a los estudiantes, incluso, y a quienes conseguía becas o financiamiento para un viaje al exterior en plan de estudios.

CINCO. Conspiración estudiantil

En aquel tiempo hubo generación estudiantil obsesionada con cambiar el mundo y lo primero que se les ocurrió fue destituir a varios maestros.
Uno de ellos, don Alfonso Valencia. Otra, la profe Bárbara Ebrard de Navarro. Y el tercero, Francisco Gutiérrez.
Le pusieron “un cuatro” con una alumna que lo señaló de acoso sexual y lo llevaron a Junta Académica con un representante de la Rectoría de la UV.
Y lo destituyeron… por más y más que se trataba de un infundio, tiempo aquel del movimiento estudiantil del 68 cuando los jóvenes andaban muy alebrestados creyéndose dueños del mundo.

SEIS. Amigo en la vida

Aquella generación estudiantil se hizo talco y polvo. Nunca trascendió. Ni siquiera, vaya, profetas en sus pueblos.
Y en contraparte, cada vez se agigantan más las figuras de Alfonso Valencia, Bárbara Ebrard y Francisco Gutiérrez, los tres profesores, los tres reporteros, los tres con un legado pedagógico fuera de serie.
Gutiérrez González fue un maestro prudente y mesurado, bueno y justo, siempre rigiendo su vida con cordura.
Fue profesor en el salón de clases. Pero más, mucho más, amigo en la vida.
Un gran señor. Y que, además, prestaba y regalaba libros. Y se quitaba la camisa para ayudar a quien era necesario. Siempre discreto. Siempre con bajo perfil. Sin alardear de las cosas y los hechos.