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Escenarios
Sábado 20 noviembre, 2021

Cine en el pueblo

•Filmes en blanco y negro
•El quinto mundo

UNO. “¡Cácaros, cácaros!”

En el pueblo existía un cine. Era un cine construido con madera y la madera se estaba destartalando. Las bancas, de madera, sumiéndose. Se caminaba en el pasillo y las tablas parecían arena movediza.

Luis Velázquez

Se llamaba “Cine Soledad” y el experto en el proyector era un hombre apodado “Macaco” que antes habías sido velador.
Y como lo habían entrenado, entonces a cada rato fallaba y en muchas ocasiones hasta rompió la cinta cinematográfica.
Y el griterío de los cinéfilos era inmenso. “¡Cácaros, cácaros, cácaros!”.

DOS. El sacerdote censor

En aquel cine exhibían películas mexicanas en blanco y negro.
El dueño tenía preferencia por Pedro Armendáriz, María Félix y Elsa Aguirre.
Incluso, argumentando el éxito inusitado, las exhibía durante dos y tres semanas.
En aquel tiempo, pasó la película “La cucaracha” con María Félix y desde el púlpito de la iglesia, que estaba enfrente, el presbítero condenando el filme y prohibiendo que los feligreses asistieran.

TRES. El cura iba al cine

La lucha entre el dueño del cine y el curita se volvió “a tiro por viaje” y hasta el presidente municipal debió intervenir.
Por un lado, montón de películas prohibidas según el padrecito. Y por el otro, filmes aprobados por la secretaría de Gobernación según el empresario.
Y ni hablar, la solución era salomónica, cuando, y por ejemplo, el alcalde invitaba al curita para una exhibición privada de la película y la censurara antes de su promoción en la cartelera.

CUATRO. A punto de quemar el cine

A veces, los cinéfilos se enojaban con el dueño. Era cuando una semana exhibían una película donde un actor interpretaba a un ladrón y/o asesino, y en la siguiente semana, el mismo actor era un hombre bueno, por ejemplo, un padre amoroso.
En una ocasión llegó a tanto el coraje que los clientes casi prenden fuego al cine y solo la intervención oportuna de la policía lo evitó.
Pero, bueno, era el nivel cinematográfico de la población y si es mediodía y el pueblo dice que es de noche solo queda prender las farolas.

CINCO. Diversión pueblerina

Con las lluvias torrenciales y los años y la madera vieja, casi deshaciéndose, llegó el día cuando el empresario cerró el cine.
Muchos años transcurrieron para que otro empresario llegara al pueblo y pusiera un cine donde de igual manera, las películas eran en blanco y negro.
Ni siquiera, vaya, películas con Charles Chaplin en aquel cine mudo tan famoso de la época.
Novedad al fin, repetían las mismas películas de Pedro Armendáriz, María Félix y Elsa Aguirre, y ni modo, única distracción pueblerina y aldeana, todos iban.

SEIS. El chico de los ronquidos

El único recuerdo vigente de aquel cine es el siguiente:
Los fines de semana, cuando exhibían películas, siempre asistía un joven apodado “El bolillo”. Era de baja estatura y gordito. Casi casi, un Rotoplas. Trabaja de panadero y entraba a trabajar a las doce de la noche para tener calientito el pan hacia las 5 de la mañana.
El cine empezaba a las 8 de la noche y terminaba hacia las once, once y media.
Y “El bolillo” siempre iba. Y sentado en la última fila, se dormía. Y echaba unos ronquitos gloriosos y memoriosos, que llamaban más, mucho más la atención que la película.
Y sus ronquidos era un deleite para la alegría y el corazón. Y aun cuando algún compita lo despertaba porque sentía que se ahogaba, en automático volvía a conciliar el sueño y a roncar como si estuviera en una feroz competencia de ronquidos.


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