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Jueves 14 octubre, 2021

Lucha por la dignidad humana

Hay una pelea estelar por la dignidad humana en Veracruz. En ningún momento es una batalla para hacerse rico. Ni menos para apropiarse de un cargo público.
Por el contrario, es vivir con “los guantes puestos”. Quizá, “con una mirada de león enjaulado” (Eduardo Galeano, a propósito de Ernesto El Che Guevara) para alcanzar la dignidad en el día con día, noche a noche.
Es la lucha, entre tantas otras, por encontrar al familiar (hija, hijo, hermano, padre, tío, sobrino, etcétera) con vida luego de un secuestro y una desaparición.

Luis Velázquez

Es la lucha y, en todo caso, por hallar el cadáver del familiar, en el peor de los casos, de que estuviera muerto y hubiera sido sepultado en una fosa clandestina para tener un lugar en el panteón donde llevarle veladoras, flores y oraciones y hasta una misa.
Es la lucha, pues, para estar en paz, si fuera posible, con uno mismo.
También es la lucha por encontrar a los asesinos físicos e intelectuales de los hijos y de los padres para encararlos y quizá preguntarles las razones por las cuales les quitaron la vida.
Es una simple y sencilla lucha para vivir sin sobresaltos ni premuras, a la quinta pregunta si el día de hoy sobreviviremos al tsunami de inseguridad, incertidumbre, zozobra e impunidad avasallante y volcánica.
El viejito del barrio, quien tanto ha vivido, dice que hacia el final el ser humano vive para recuperar un poco la dignidad perdida en el camino.
Y, bueno, tal es la búsqueda incesante en cada nuevo amanecer. Más, cuando en casa vemos la recámara vacía donde dormía el hijo secuestrado y desaparecido. Y cuando todos los días, a la hora del desayuno, la comida y la cena, la silla que ocupaba siempre está vacía. Y cuando el día de su cumpleaños, ni siquiera, vaya, se tiene una tumba en el cementerio municipal para rezarle un padre nuestro y un ave maría.
Por eso, ¡qué dura y difícil y ruda es la batalla diaria por la dignidad humana!

NUNCA RENDIRSE, NUNCA FLAQUEAR

Nada impacta tanto el corazón humano como mirar las fotos y videos de las madres con hijos desaparecidos, integradas en los Colectivos de Veracruz (y del país) buscando a los suyos en terrenos baldíos donde pudieran existir fosas clandestinas.
Nada sobrecoge tanto como mirarlas con su ropita sencilla y modesta, una camisita de manga larga para cubrir la piel del sol calcinante y un sombrerito campesino de ala ancha y con el cubrebocas rastreando pistas, unas a otras apoyándose para nunca rendirse ni flaquear ni debilitarse en la esperanza latente.
Nada zangolotea las neuronas como saber que todos los días se reúnen a primera hora para reanudar la búsqueda de los suyos en una batalla incesante e inacabable por la dignidad humana.
Y si de pronto, en alguna parte de Veracruz y hasta del país trasciende que una fosa clandestina más fue descubierta, entonces, salen volando al nuevo lugar de la tragedia con la legítima esperanza de que si tantos meses y años han buscado a los suyos sin éxito, entonces cuando menos, cuando menos, cuando menos, pudieran ubicar su cadáver.
Más, cuando, y por desgracia, muchos años han transcurrido de su plagio y desaparición.
Y sin embargo, seguir con la esperanza de que pudiera estar vivo por ahí, en alguna parte.
Es el dolor y el sufrimiento más terrible y espantoso de que se tenga memoria en el corazón humano.
Es vivir con el pendiente de seguir buscando y buscando y buscando, sin desmayar nunca, porque el hijo, el pariente, desaparecido, desaparecido continúa.

DE LA FELICIDAD AL SUFRIMIENTO

Nunca nadie imaginó un Veracruz así.
¡Ay, la noche tibia y callada de Agustín Lara!
¡Ay, el Veracruz que tanto deslumbrara a Alejandro de Humboldt, Rubén Darío, Gabriela Mistral y Pablo Neruda!
¡Ay, Gabriel García Márquez, deslumbrado con Veracruz con su novela “El coronel no tiene quien le escriba”, filmada en Chalcaltianguis, y su cuento, “La viuda de Montiel”, filmado en Tlacotalpan, suficiente para decidir quedarse a vivir en el país!
¡Ay, Pepe Guízar, viviendo en su casita llena de flores y pájaros en Mocambo!
El Veracruz maravilloso que ya se fue, tiempo cuando podía vivirse con tranquilidad, sin hijos y familiares secuestrados, desaparecidos y asesinados, y sin las horrorosas fosas clandestinas que tanto dominaran América Latina en el siglo pasado con las dictaduras militares.
La felicidad de entonces relevada por el sufrimiento de hoy.
La dicha de vivir en aquel tiempo, sustituida por el oleaje del olor a pólvora y sangre en el siglo XXI.
La batalla diaria por la dignidad humana cuando ninguna lucecita alumbra el largo y extenso viaje nocturno siniestro, sórdido, truculento y sombrío.
¡Qué difícil es vivir!


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