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Martes 05 octubre, 2021

El mesero de la risa fácil

•Solía comprar libros
•Murió de COVID

UNO. Morir de COVID

Se llamaba Omar Martínez Velasco y era capitán de meseros en La Parroquia 207 años. Era de estatura napoleónica y gordito. Y transmitía buena química y mejor karma.
Estaba casado y padre de dos niñas. Una, parece, de 12, 13 años.

Luis Velázquez

Y la otra, de 6, 7 años. Y era originario del Estado de México, pero desde hace muchos años avecindado en la ciudad de Veracruz.
Y unas 2, 3, 4, semanas anteriores, murió de COVID. Es uno de los diez mil 560 muertos que van por la pandemia del mes de marzo del año 2020 a la fecha.

DOS. Capitán servicial y leal

Durante quince días permaneció internado en el hospital luchando entre la vida y la muerte.
Los compañeros meseros hicieron una colecta entre todos ellos y se la entregaron a la esposa porque los días vividos eran cardiacos en materia económica.
Se fue y la familia a la deriva. Ojalá los patrones le hayan extendido la mano a la viuda, digamos, por ahí, con un empleo, porque Omar Martínez sirvió con entrega total y absoluta a la causa empresarial.

TRES. El mesero que compraba libros

Tenía una sonrisa fácil. Y hasta cuando hablaba de cosas duras y rudas, peores, infaustas, sonreía.
Y en ningún momento porque se burlara o pitorreaba sino porque era su estado emocional. Pensar y sentir, digamos, con sentido positivo.
En el Estado de México estudió el bachillerato, y ni modo, “como más cornadas da el hambre”, dejó la escuela.
Pero en el salón de clases le nació el gusto por la lectura y recordaba las novelas y cuentos leídos con precisión matemática.
Y los seguía leyendo. Su curiosidad era universal. Y solía comprar libros.

CUATRO. También fue taxista

Siempre andaba con pantalón café y guayabera blanca de manga larga. Y los botones de la guayabera estaban a punto de reventar porque como intituló el caricaturista Rius a uno de sus libros, “la panza es primero”.
Trabajaba mucho para llevar el itacate y la torta a casa. Había alquilado unas placas de taxi y comprado un carrito habilitado como taxi y luego de cumplir la faena laboral en los 207 años se quitaba el uniforme y se volvía taxista.

CINCO. Buen fario

Gozaba de la confianza de uno de los patrones, el capitán.
Todas las mañanas estaba pendiente de que cuando llegara al restaurante, el cafecito con una canilla estuviera servido, humeante, en su oficina.
Además, pendiente de servir el desayuno.
Cumplía con atención y esmero “al pie de la letra” aquella frasecita de un cronista defeño. Aquí, en La Parroquia, se trata a la persona sencilla y modesta como presidente de la república y al presidente de la república como a un ciudadano de a pie.

SEIS. El carro de los muertos

Llevamos 18 meses y medio con la pandemia y por ningún lado se mira una lucecita alumbrando el largo y extenso túnel de la desesperanza.
Todos los días hay muertos y más contagiados. Y aun cuando el gobierno decretó la vuelta a la normalidad con los estudiantes en el salón de clases, la decisión significó una temeridad, quizá pensando en el flautista de Hamelín para que en automático la mitad del mundo y la otra mitad hicieran el miedo y el temor a un lado.
Cada uno su COVID ha de cuidarse entre sí, pues “al paso que vamos”, cada presidente municipal necesitará habilitar en sus pueblos “El carro de los muertos” para levantar cadáveres y llevarlos a la fosa común.


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