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Malecón del paseo
Sábado 02 octubre, 2021

La peste en Londres

•Ricos y generosos
•Loas a Dios

EMBARCADERO: Hacia el año 1661, la peste flageló a Londres... En 3 semanas, hubo treinta mil muertos y cerca de cien mil personas contagiadas según cuenta el reportero y escritor Daniel Defoe, en su crónica de largo alcance, 405 páginas, intitulada, en libro, “Diario del año de la peste”... Fueron 3 semanas cuando la muerte, el pánico, el terror, el miedo y “el miedo al miedo” (León Felipe) estremecieron a Europa... Y en aquellos días sombríos registraron, sin embargo, dos hechos

Luis Velázquez

significativos que enaltecieron el corazón humano y la solidaridad…

ROMPEOLAS: El primero, cuenta Defoe, cuando los ricos y pudientes se volvieron las personas más desprendidas de las tierras y mirando que la muerte causaba los peores estragos y lo peor, sin posibilidad de que la peste se fuera, donaban su riqueza y fortuna al gobierno para repartir el dinero entre los pobres… Y entre los pobres para comprar medicinas… Y segundo, para comer, porque el desempleo, propio de la recesión generada por la epidemia, se multiplicaba…

ARRECIFES: El otro hecho singular fue que la población seguía muriendo y que la autoridad se vio obligada a crear “El carro de la muerte” para levantar los cadáveres en las casas y en las calles y avenidas de Londres, y nunca la población y los ciudadanos de a pie renegaron de la religión… Y mucho menos maldijeron al Ser Superior… Por el contrario, cuando la peste empezó a descender, la mitad de Londres y la otra mitad quedaron convencidos que “el cambio procedía de la mano oculta e invisible de Dios, la misma que antes había enviado aquel mal como un castigo sobre nosotros” escribió Defoe…

ESCOLLERAS: Entonces, las iglesias volvieron a llenarse con los feligreses cantando y loando al Señor de Señores… “Los médicos más desprovistos de religión se vieron obligados a reconocer que todo aquello había sido sobrenatural y que la desaparición lenta y continua de la peste no se podía explicar de ningún otro modo”… De hecho y derecho, repitiéndose la historia de Job, quien despojado de sus bienes materiales nunca renegó de Dios y lo seguía bendiciendo porque lo mantenía con vida…

PLAZOLETA: “El pueblo bajo, escribió Defoe, iba por las calles dando gracias a Dios por haberles librado de la muerte”… La población repetía la misma frase… “En Londres murieron más de cien mil personas por la peste, pero yo aún estoy vivo”… Y los vivos, pobres y ricos, ricos y pobres, se abrazaban y se amaban “los unos a los otros” y se declaraban hermanos putativos y juraban apoyarse, sin rencores ni venganzas, intrigas ni calumnias… Todos, cantando alabanzas a Dios, aun cuando familias completas habían fallecido por la peste… Incluso, y como fue decretado por la autoridad sanitaria, hasta quemadas, incendiadas las casas de los muertos para evitar el contagio…

PALMERAS: Entonces, el mundo creía que “la gente iba a vivir unida con un espíritu nuevo”, digamos, como en la primera comuna del planeta creada por los apóstoles de Jesucristo en las goteras de Jerusalem y que fue, y por desgracia, el único antecedente… Pero “pasado un ratito”, la discordia cobró vigor y fuerza y los odios entre la iglesia de Inglaterra y los presbiterianos se volvieron irreconciliables… Y volvieron a atacarse y condenarse… Y una vez más, el mundo se condenó a sí mismo resucitando aquel viejo axioma de que “el hombre es el lobo del hombre”… Londres siguió oliendo a rencillas y sangre…


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