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Sábado 18 septiembre, 2021

Países felices

Otra vez México fue excluido de la lista privilegiada de los países más felices del mundo. Ni siquiera, vaya, aparece por ahí en medio de las cien repúblicas amorosas calificadas.
Indicativo y significativo porque para declararse un ciudadano feliz únicamente se necesitan dos cositas según aprecia el viejito del barrio quien tanto ha vivido.
Una, tener una persona que lo quiera y que, bueno, todos tenemos en la vida, empezando por los familiares, los padres, la pareja, los hijos, los hermanos, etcétera.

Luis Velázquez

Y dos, tener un trabajo donde la persona se sienta a gusto para llegar contento y dicho todos los días a checar el reloj de entrada a tiempo, ya porque esté feliz con el tipo de chamba, se tengan amigos generosos y respetuosos con un buen ambiente laboral, los patrones sean justos.
Además, claro, porque en la población donde se habite la vida social esté llena de oportunidades para el desarrollo humano.
En los primeros lugares mundiales, Finlandia, Islandia, Dinamarca, Suiza, los Países Bajos, Suecia, Alemania, Noruega, Israel, Estados Unidos y Francia.
Ninguno de América Latina, qué caray.
Los países más infelices Afganistán (con todo y los talibanes en el poder), Zimbabwe, Tanzania y Jordania.
En el año 2020, segundo del obradorismo, por ahí publicitaron la lista de países de América Latina más felices.
En primer lugar, Costa Rica. México, en segundo. Uruguay, la Uruguay de José Mujica, el presidente de la república más íntegro y honesto del mundo, en tercer lugar.
Fue entonces cuando López Obrador festinó el segundo lugar en el continente. Lejos, muy lejos, lejísimos, claro, de la dicha y la felicidad en el resto del mundo.
Por fortuna, y aun cuando Estados Unidos es la nación más poderosa del planeta, quedó en el lugar número catorce de la felicidad ciudadana, en tanto Francia, con la maravilla Emmanuel Macron, el presidente, en el lugar número veinte.
Canadá, con el primer Ministro, el galanazo Justin Trudeau, ni siquiera se asomó a la lista privilegiada de los primeros veinte.
Sirva, entonces, caray, de aliento para México.
¡Vaya paradoja! El hecho de tener dinero de sobra, casita de campo, yate en el Golfo de México, avión para pasar el fin de semana en el otro extremo del mundo, nunca hace más felices a los ricos y riquillos.

DICHOSOS Y FELICES EN MÉXICO

Se ignora si en algún momento estelar fuimos dichosos y felices en el país.
Por ejemplo, con Benito Juárez García de presidente, o Francisco Ignacio Madero o Lázaro Cárdenas.
Nunca, claro, lo fuimos con José López Portillo y Carlos Salinas de Gortari declarando por decreto que México había entrado a los países más desarrollados del mundo.
Menos, mucho menos, fuimos felices en el sexenio de Vicente Fox Quesada con todo y sus desplantes y locuras mediáticas de agarrar a patadas, mejor dicho, a botazos a unas imaginarias víboras y tepocatas encarnando al partido tricolor.
Quizá cuando la Virgencita de Guadalupe se le apareció al indito Juan Diego en el Tepeyac el país alcanzó el nivel más alto de felicidad en el mundo.
Incluso, cuando Hernán Cortés llegó avasallante con su ejército y caminó de las playas de Chalchihuecan a la vieja Tenochtitlán arropado por montón de indígenas jóvenes y vírgenes, de 20 años de edad, que le entregaban los caciques regionales México pudo declararse la república amorosa más feliz del planeta.
Y, bueno, ojalá que para entonces los científicos del mundo evaluaran la felicidad mundial.
Ahora, ni modo, cuando han transcurrido casi tres años de la 4T, nadie mira a México como un país habitado por gente que se sienta y crea feliz y dichosa.
Quizá, sin duda, todos tendrán personas que los quieran, pero mucho se duda usufructúen un empleo digno y cubierto con salario justo.

LA FELICIDAD DE LA MALINCHE

Según el chamán del barrio, la felicitad total y absoluta nunca ha existido. Ni siquiera, vaya, el emperador Adriano la tuvo con su efebo de 17 años, Antínoo, pues de pronto, el chamaquito se dejó ahogar.
En todo caso, la dicha es pasajera y la felicidad se integra con un montón de ratitos que han de guardarse para tantos tiempos de las vacas flacas y sumirse en la nostalgia y el recuerdo.
Y, sin embargo, ni así los mexicanos nos vemos como un país feliz. Menos, ahora, cuando llevamos dieciocho meses de COVID y cada vez, con la Tercera Ola, más contagiados y más muertos, incluidos, menores de edad y hasta recién nacidos.
Es más, pudiera sentirse y percibirse que desde tiempo legendario y mítico las tribus políticas en el poder público dejaron de ocuparse de crear y recrear un país habitado por gente feliz.
Más cuando, por ejemplo, en Veracruz hemos tenido 79 (setenta y nueve) gobernadores y el resultado social es el siguiente:
6 millones de los 8 millones y 150 mil habitantes, en la miseria, la pobreza y la jodidez según el INEGI y los Cuadernillos Municipales de la secretaría de Finanzas y Planeación.
Y si somos un pueblo que ríe y sonríe bastaría referir que Veracruz entró a la fascinación mundial por las famosas caritas sonrientes de los indígenas expresando un estado de ánimo y que al mismo tiempo era momentáneo.
Quizá aquellas caritas sonrientes sonrientes se volvieron cuando conocieron a la Malinche, la mujer indígena más bella y hermosa de su tiempo regalada, por cierto, por un cacique de Tabasco a Hernán Cortés a su paso por el Edén, pues la Malinche, caray, era tabasqueña…


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