Entonces, y premisa cuatro, se pensaría que en las regiones indígenas, rurales también, de Veracruz, el COVID tiene a la población en el peor infierno del mundo.

PASAMANOS: Primero, por la miseria y la pobreza.
Segundo, porque la infraestructura hospitalaria en las ciudades es cien por ciento superior, años luz de distancia, que en las zonas marginadas.
Tercero, porque la autoridad suele centrarse en las ciudades, incluso, desatendiendo las regiones étnicas.
Cuarto, porque el escándalo político, social y epidemiológico resulta peor en las ciudades que en los pueblos aislados, lejanos y remotos.
Cinco, porque mientras en las ciudades hay montón de activistas levantando la voz ante el servicio sanitario deficiente, en los pueblos indígenas ni un predicador se ocupa.

CORREDORES: Bastaría, por ejemplo, con leer las noticias en los periódicos impresos y digitales y hasta en las redes sociales, donde la mayoría se ocupa de la tragedia epidemiológica en las ciudades.
A cada rato, por ejemplo, algunos medios llevan la contabilidad de la muerte urbana por el COVID, pero nunca, rara ocasión, excepcional, voltean hacia las zonas indígenas.

BALCONES: Y, bueno, si el coronavirus nació en una provincia de China, Whuan, y desde allí viajó en avión a todos los extremos del mundo, entonces, ni modo que las zonas indígenas tuvieran, digamos, un muro de Berlín para contrarrestar estragos.
El secretario de Salud estatal se ha ocupado de las ciudades urbanas con el COVID. Pero rara, extraña ocasión, parece que menos de cinco, de las consecuencias en los pueblos indígenas y campesinos.
PASILLOS: Más, y cuando, por ejemplo, como sucediera en Astacinga, en la sierra de Zongolica, pachangón popular por la fiesta religiosa del pueblo.
Y en Xico, donde la presidenta municipal lanzó la invitación para la fiesta tradicional con el poderosísimo argumento de que “de cualquier forma morirán”.
En los estados de Oaxaca y Sinaloa, seis alcaldes indígenas tomaron decisión estelar y decretaron el Toque de Queda… así se molestaran los gobernadores.
Primero y después, está la salud de la población y en la medida de lo posible, medidas duras y drásticas han de tomarse.

VENTANAS: En las regiones indígenas de Veracruz vive un millón de habitantes y en las campesinas dos millones. Tres millones en total.
Y sabemos, por ejemplo, de los estragos del COVID en los habitantes urbanos y semiurbanos. Pero nada se conoce del infierno, el rincón más arrinconado del infierno, que estarán viviendo y padeciendo los pueblos étnicos.
Ni siquiera, vaya, un boletín de la secretaría de Salud rindiendo cuentas del estado de salud de norte a sur y de este a oeste de la tierra jarocha.
Más indicativo y significativo: En treinta meses, unas dos ocasiones, y porque ya no quedaba de otra, el gobernador ha viajado a par de pueblos indígenas. Una, a Soteapan, cuando los indígenas tomaron la presa Yuribia, y la otra, a Soledad Atzompa, cuando los indígenas lincharon a un sexteto de secuestradores.
En Veracruz, habitantes de primera, segunda, tercera, cuarta y quinta, etcétera, categoría social.