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Expediente 2024
Sábado 17 julio, 2021

¡Ah los programas sociales!

Nadie sale de la pobreza ni menos de la miseria con los programitas sociales.
Son, cierto, una especie de paliativo y se van en un dos por tres.
Pero como la recesión anda tan dura y ruda y canija, a causa, ya se sabe, del COVID, entonces los apoyos bimensuales del obradorismo a los pobres y a la gente en la miseria, igual que en los tiempos priistas y panistas significan un respiro.
Por eso cada dos meses cuando, por ejemplo, los entregan a las personas de la sexta, séptima y octava década, las filas son interminables.

Luis Velázquez

Incluso, desesperantes, porque la mayoría los necesitan con urgencia, quizá para pagar a la tiendita de la colonia y al carnicero del mercado popular y al panadero y el tortillero.
Se aplica, además, la vieja analogía de que las tribus gobernantes han de enseñar a pescar a los jodidos para que ellos pudieran agarrar el camino.
Y es que en ningún momento sirviendo, digamos, el pescado a la gente se traduce en posibilidad laboral a plazo largo.
Todos, sin excepción, viven atenidos al dinerito bimensual que cae y que, se insiste, aunque sea poquito, es como una gotita en el desierto, un frijolito en el arroz, un árbol donde cobijarse del sol.
Es más, en la lista de los beneficiarios existe hasta gente pudiente, ricos, millonarios.
Peor tantito, hay señoras ricas que envían al chofer a cobrar el dinerito.
Pero está visto y comprobado que nunca, jamás, los programas sociales, cualesquiera sea la tendencia partidista de las tribus políticas empoderadas en el trono imperial y faraónico, sirven para dejar la pobreza.
Digamos, los programitas son como una especie de diezmo del gobierno a los jodidos. El diezmo de la iglesia católica que cobraba con fervor patrio a los feligreses en los trescientos años de la Conquista.
En cada pueblo conquistado en la revolución, el primer acto de gobierno de Pancho Villa era repartir dinero entre los pobres, de mano en mano, para evitar que su gente “metiera la mano al cajón”.
Incluso, el mismito Pancho Villa supervisaba que la gente recibiera la lanita según cuenta el cronista Martín Luis Guzmán en “Memorias de Pancho Villa”.
En el fondo se debe a que el gobierno es incapaz de alentar la creación de empleos suficientes para la población urbana, suburbana, campesina e indígena.
Entonces, un paliativo. La ayudadita bimensual y que, caray, en el tiempo electoral fue anticipada para congraciarse con cada ciudadano de a pie y sembrar la posibilidad de votar por los candidatos del partido oficial, MORENA.

CADA MAESTRO… CON SU LIBRITO

Carlos Salinas, el amiguito de López Obrador, llevó la ayudadita a los pobres a la sublimidad. Creó el programa Solidaridad y que incluía la construcción de servicios públicos básicos como, por ejemplo, escuelas, aulas, centros de salud, parques y calles pavimentadas.
Jornadas aquellas donde la gente, los ciudadanos de a pie, los jefes de familia, participaban con la mano de obra y que les pagaban.
Pero se fue Salinas y llegó Ernesto Zedillo y aplicó su filosofía personal de ejercer el poder.
Tal cual ha sido en toda la historia pública del país. Cada maestrito… con su librito.
Ahora, los programas sociales se llaman López Obrador y los gritonean, como es natural y ha ocurrido siempre, en el palenque público.
Pero al mismo tiempo, y de cara al pasado y el presente, los pobres siguen naciendo pobres y viviendo pobres y muriendo pobres y zambulléndose en el peor infierno social llamado miseria.
Y, bueno, ahí están los programitas sociales como una mano tendida a la mitad del desierto y el sol canicular, sin un ánfora con agua y sin un árbol para cobijarse con la sombra.
La errónea política económica anda tan jodida que, por ejemplo, muchos padres de familia, ancianos, dan el dinerito a los hijos casados para estirar la quincena y multiplicar por un ratito los peces y los panes.
Más, por la recesión vivida y padecida pues cada vez cierran más negocios, comercios, changarros y empresas, y el desempleo se agiganta, imparable, fuera de control, parece.
Los abuelos, las madres solteras, los campesinos sembrando árboles y los ninis, chicos que ni estudian ni trabajan, ajá, viven soñando con el “Bienestar Social” de la 4T y que significa “la misma gata” de los tiempos priistas, panistas y perredistas, aunque “revolcada”.
En todos los casos, los pobres como “carne de cañón” pues el programita social se convierte en una estrategia electoral.
Los sexenios pasan y ningún pobre sale de la jodidez. Es la zanahoria del conejito. La venta burda de esperanzas. Un alka-seltzer social. Una ilusión pasajera.
Pero, bueno, también de los sueños, las quimeras, se alimentan los días y las noches.


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