La Declaracionitis
•Diarrea verbal
•Mal del periodismo
ESCALERAS: La peor enfermedad en el periodismo, el pecado mortal número uno, la más terrible maldición de la caja de Pandora, es la Declaracionitis.
En un mal sencillo. Se da todos los días, cuando el reportero pregunta de todo al político y funcionario público y ellos contestan de todo.
Incluso, “poniendo demasiada, excesiva crema a los tacos”.
Luis Velázquez
Y si les preguntan sobre energía nuclear, o la posible vida humana en algún planeta del sistema solar, contestan con firmeza, sin titubeos.
PASAMANOS: Si el lector lee un periódico o escucha un noticiero con lupa y lentes de aumento advertirá de inmediato que el 96, 97, 98 por ciento de los contenidos son declaraciones de las tribus políticas.
Todos, descarrilando en el palenque público.
Las declaraciones, privilegiadas por encima de los hechos. Lo que importa es la opinión del político, rara, extraordinaria ocasión los sucesos concretos, específicos y macizos.
En la mayor parte de los casos, los entrevistados resbalan en la llamada diarrea verbal.
Por aquí miran un reportero con el celular en la mano, el micrófono televisivo y radiofónico, las hormonas se les alborotan para ser entrevistados.
CORREDORES: La Declaracionitis es una enfermedad peor que el Sida, el cáncer, la leucemia y la próstata y que son, a primera vista, incurables.
Incurable también la Declaracionitis, pues nunca, políticos ni reporteros han aprendido a amarrarse la lengua como sugiere el Eclesiastés.
Prohibido, entonces, la Ley Bozal, la Ley Cubre-bocas, la Ley Mordaza, cuando se trata de una entrevista periodística a los hombres y mujeres de la vida pública.
Bastaría comprobar la diarrea verbal en los días que caminan del mes de mayo con los candidatos a presidentes municipales y diputados locales y federales.
La tribu lenguaraz. Los pecados mortales por culpa de la lengua.
BALCONES: En los orígenes, el periodismo se basó en los hechos del día con día.
Por ejemplo, los famosos heraldos que recorrían los pueblos contando las historias de otros pueblos.
Los escritores de los Evangelios, Juan, Mateos, Marcos y Lucas contaron historias, unos como testigos presenciales, otros reporteando a las fuentes informativas, otros revisando archivos y otros más escuchando, incluso, los rumores.
Y siempre, de manera inalterable, alrededor de los hechos.
Luego, vendría el despapaye y el desorden y los hechos fueron relevados por los puntos de vista, las opiniones, hasta llegar a las mañaneras donde la vida pública se revuelca en medio de la Declaracionitis.
PASILLOS: En la Ciudad de México, por ejemplo, se cayó el Metro de la Línea Doce.
Entonces, luego luego, el secretario de Relaciones Exteriores, el presidenciable Marcelo Ebrard Casaubon, el jefe de Gobierno en la Ciudad de México que construyera aquella parte del Metro, levantó la mano y alardeó su declaracionitis: “El que nada debe… nada teme”.
Entonces, López Obrador “tiró su espada en prenda” por la Jefa de Gobierno, su favorita presidenciable, Claudia Sheinbaum, y dijo: “Es una mujer excepcional”.
Las declaraciones se impusieron y levantaron una cortina impenetrable alrededor del par de funcionarios.
¡Pobre de Miguel Ángel Mancera, senador de la república, otro de los presuntos responsables, a quien nadie defendió y necesitó defenderse él mismo!
La palabra de unos contra la palabra de los otros. La verborrea, pues.
VENTANAS: Cada vez que en la 4T de Veracruz se da un asesinato de nombre y renombre, el góber repite como chachalaca la misma frasecita bíblica:
“No quedará impune”, y que, bueno, ojalá que Paquita la del barrio pudiera convertir en canción pegajosa y exitosa.
La Declaracionitis en su máxima expresión demagógica y populista.