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Viernes 23 abril, 2021

Fin del sueño migratorio

Los rostros sociales de la migración son así: El hombre, padre de familia, está arrodillado de espaldas al río Bravo, de cara a Estados Unidos. Es de noche y la mano izquierda la tiene en alto, con los dedos abiertos entre sí, distantes, lejanos. Y con la mano pide, convoca, perdón.
Con la mano derecha, abraza con intensidad a su hijo menor, quien se protege con la cabecita inclinada sobre el pecho del padre.

Luis Velázquez

A un lado, la esposa, de pie, mira hacia la obscuridad, hacia la noche, hacia el vacío, la orilla del precipicio en la vida humana.
Caray, salir huyendo de sus pueblos, pagar a “un pollero”, cruzar el río Bravo y cuando ya tenían un pie en Estados Unidos, a la altura de Texas, en el poblado Roma, la Patrulla Fronteriza los detuvo.
Fin del sueño.
Ellos cruzaron el río Bravo en la noche. Huyendo de la miseria, la pobreza, la jodidez y la violencia sus pueblos, quizá América Central (Honduras, Guatemala y San Salvador, quizá México), soñando con la tierra prometida, el paraíso terrenal, el otro lado del charco.
Y apenas, apenitas, cruzaron el río Bravo, tan impetuoso que es en tiempo de lluvias, tantos migrantes que han muerto, la policía migratoria los detuvo.
El padre, la madre, el niño, visten ropita sencillita y humilde. Pobres. “Pobres entre los pobres”, quizá, que dejaron sus pueblos para buscar un trabajo digno, estable, pagado con justicia laboral.
El pie de grabado en la portada de La Jornada dice que el hombre, su esposa y su hijo son originarios de Guatemala.
Quizá.
Pero bien puede tratarse de otro país, incluso, de México, si se considera lo siguiente:
En el mes de abril, de este año, la Policía Migratoria de Estados Unidos detuvo a más de 172 mil (ciento setenta y dos mil) migrantes, la cantidad más alta en los últimos quince años.
Y la mitad… son mexicanos.
Mexicanos que siguen huyendo de la jodidez y la violencia en el tiempo de la 4T.

LA PESADILLA DE TODOS LOS TIEMPOS

Es La Joya, en Texas. Sobre una barda de hierro y fierro, 3 familias están detenidas por la Patrulla Fronteriza.
El epicentro de la fotografía de la AFP es un jefe de familia, con su esposa y tres hijos.
Todos, vestidos con tenis sencillitos y modestos, comprados quizá en el tianguis o el mercado popular. Desgastados. Descoloridos. Ropita también baratita.
Los cinco están sentados sobre el suelo. El padre tiene a la derecha a un hijo de unos diez años. La madre, a un lado, está agotada y agobiada y duerme. Sobre el lado derecho otro hijo también duerme. Y sobre ella, una niña de unos 7, 8 años, también duerme.
El padre, con una cachuchita, está despierto, vigilante. Esperando el momento de la deportación. Otra vez, para atrás. Para su pueblo. Quizá, permanecer en la frontera norte para intentar de nuevo ingresar al otro lado.
Más adelantito, sobre la misma barda de hierro y fierro, dos padres más, con un hijo cada uno.
Desde América Central, desde México, atravesar ríos y montañas, caminos polvorientos y carreteras, trepados en el ferrocarril de carga conocido como “La bestia”, amontonados en carros de redilas transportados como animalitos, expuestos a morir asfixiados, perseguidos por la policía migratoria de México, cruzando el río Bravo…, de pronto, detenidos.
Y concentrados en una especie de campos de concentración mientras alistan la deportación.
Las dos fotos publicadas en La Jornada-México del 13 de abril son impresionantes.
Cierto, reproducen la misma historia de siempre desde que con Porfirio Díaz Mori inició la migración de México a Estados Unidos, sabrá el chamán el tiempo migratorio de América Central.
Tiempo aquel cuando Ignacio López Tarso filma una película sobre dos familias huyendo a Estados Unidos por el desierto y poco a poco todos van quedando muertos en el camino por el sol canicular, la falta de agua, sin árboles donde cobijarse y descansar y con hambre.

ERRÁTICA POLÍTICA ECONÓMICA

En todos los pueblos rurales y urbanos de Veracruz y del país hay migrantes. Se fueron, porque los jinetes del Apocalipsis los alcanzaron.
La autoridad dirá, por ejemplo, que hay empleos. Cierto. Pero…, primero, insuficientes para la demanda de la población.
Segundo, con salarios miserables.
Tercero, sin las prestaciones económicas, sociales y médicos establecidas en la Ley Federal del Trabajo.
Cuarto, trabajos inestables donde a la primera de cambios el patrón despide y sin miramientos, incluso, sin la liquidación contemplada en la ley.
Cinco, la contracción económica para crear empleos debido, entre otras razones poderosas, a la violencia, una violencia traducida en el secuestro y la extorsión, además de los crímenes.
Seis, los estragos de hoy con el COVID y la recesión, con todo y la campañita oficial de la secretaría de Salud de que las muertes por la pandemia van a la baja, en caída libre.
Y siete, y en el otro lado de la cancha, el jefe de familia que se va de migrante y suele quedarse allá, sin regresar al pueblo con los suyos dando paso a la más terrible y dañina desintegración familiar.


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