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Sábado 03 abril, 2021

Violencia policiaca

Pasó en Estados Unidos. Un policía mató a un hombre de color.
Pasó en Tulum, Quintana Roo. Cuatro policías mataron a una migrante de San Salvador.
Pasó en Veracruz. En Atzacan, un policía rafagueó a un pordiosero, que enfermo de sus facultades mentales.
Claro, desde el poder público siempre recurrirán al mismo argumento:

Luis Velázquez

Primero, una disculpa, como si fuera suficiente considerando que toda vida humana es invaluable.
Segundo, dirán que el policía será sometido a proceso penal y/o en todo caso, reubicado, que sabrá el chamán.
Tercero, que “ni modo, la violencia es inevitable” y que ni hablar, “la vida es así y así es la vida”.
Y más, cuando se vive en poblaciones súper habitadas.
Por eso, quizá, la encuestadora Latinobarómetro demuestra con estadística que los policías están en el sótano de la confianza ciudadana, igual, por cierto, que los políticos y los reporteros, en el mismo escalón.
Pero, caray, cuando los policías son como los burócratas, el primer contacto oficial con los ciudadanos y cuando de acuerdo con el llamado Estado de Derecho las policías han de garantizar la seguridad en la vida, entonces, resulta inverosímil.
Más inverosímil lo sucedido en la reacción social.
En Estados Unidos, con el afroamericano asesinado, gran protesta popular.
En Tulum y en la Ciudad de México, gente amotinada protestando por el crimen de la salvadoreña.
Y en Atzacan, con el crimen del indigente apenas, apenitas, indignación en las redes sociales. Pero ninguna protesta callejera, ningún defensor de los derechos humanos levantando la voz.
Quizá, claro, los ciudadanos de a pie tengan miedo a un arresto y hasta cárcel de 2 a 6 años si en la protesta, digamos, alguien por ahí vocifera, agrede, veja, ofende, lastima a un policía como está considerado en las reformas al Código Penal.
Ya se sabe, la Ley Garrote. La Ley Bozal. La Ley Mordaza.
Y mientras son peras o manzanas, la vida así camina.

RESABIOS DE LA LEYENDA NEGRA…

En el siglo pasado, la versión se impuso y convirtió en leyenda negra.
Entonces, se afirmaba que si un ciudadano camina sobre una banqueta y de su lado mira venir a un policía y del otro lado mira a un expreso y manifiesto ladrón, mil veces pasarse a la otra orilla.
Y mil veces porque un ladrón asalta, roba y sale corriendo y un policía asalta, roba, madrea, detiene y lleva a la barandilla acusando de ultrajes a la autoridad, con la cárcel inevitable y multa de ñapa.
La leyenda negra o blanca fue caminando y trascendió al siglo XXI y todavía en la población electoral hay miedo, terror y pánico si de pronto mira venir a un policía o a varios policías en una patrulla, escondida la identidad atrás de unos lentes negros, luciendo el bigotito corto, pistola al cincho y garrote y tolete en mano.
Y si el policía jala un perro amaestrado, entonces, tantito peor.
Más, con aquella imagen heredada por el duartazgo de la alianza sórdida y siniestra de jefes policiacos, policías y carteles y cartelitos para la desaparición forzada.
Tiempo aquel cuando Veracruz trascendiera en el continente con fama negra de las fosas clandestinas, entonces, Colinas de Santa Fe, la más siniestra y sórdida.
Y cuando en las carreteras, la policía en los retenes detenía y levantaba y desaparecía a los conductores y copilotos.
La denuncia pública de la comunidad sexual de Xalapa, por ejemplo, la capital, la sede de los tres Poderes, de que la policía los esquilma en las noches y madrugadas para dejarlos trabajar.
La fama pública que en el cuartel policiaco de San José, en Xalapa, suelen matar a los detenidos, incluso, y como sucediera el año anterior, la familia y los amigos paseando enfrente el cadáver en el féretro de un chico rapero asesinado.
El tiradero de cadáveres y de impunidad de norte a sur y de este a oeste manifiesta la ineficiencia y la ineficacia oficial para despertar la confianza ciudadana en la policía.

POLICÍAS REGALARÍAN DULCES A LOS NIÑOS

Por eso quizá en su momento crearon la Fuerza Civil y también después la Guardia Nacional para, digamos, crear y recrear otra imagen policiaca.
De poco ha servido.
En Estados Unidos, sobre todo, con la policía migratoria, y en Quintana Roo con los policías montoneros y en Atzacan, Veracruz, con el policía iracundo disparando, háganos favor, a un indigente, además, enfermo de las facultades mentales, es la imagen universal predominante.
En la 4T, los policías han sido puestos a sembrar arbolitos en los camellones para endulzar la relación con los ciudadanos y solo falta los habiliten, por ejemplo, para regalar dulces a los niños el próximo 30 de abril y abrazos a las madres y profesores en su día.
Basta y sobra con que de pronto, por ahí, aparezcan unos policías para que los ciudadanos queden petrificados, con el corazón paralizado, rezando incluso unas oraciones a su dios, para sentirse protegidos y blindados.
Cada vez, por ejemplo, aparecen más fosas clandestinas. Veracruz, un fosario, decía el curita José Alejandro Solalinde Guerra.
Y las fosas clandestinas únicamente pueden entenderse a partir de la alianza de jefes policiacos y policías.
La fama pública de que muchos ladrones y asaltantes de casas y comercios operan con la bendición policiaca, los meros jefes.


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