La tierra prometida
•Paraíso de escritores
•Vivir para adentro
UNO. La tierra prometida
Ahora con el tiradero de cadáveres y de impunidad en Veracruz, primer lugar nacional en secuestros, feminicidios y extorsiones, quizá convendría copiar a varios escritores que se crearon y recrearon su paraíso terrenal para vivir.
Luis Velázquez
Por ejemplo, una casita de campo en un poblado rural donde refugiarse en la sexta, séptima, octava década, incluso, y como los elefantes para esperar la muerte.
En sus tierras prometidas, los escritores pasaron los últimos mejores años de sus vidas.
DOS. Isla Negra y Comala
Por ejemplo, el paraíso de Gabriel García Márquez con Macondo y que hasta canción le compuso el caifán Oscar Chávez.
Pablo Neruda con su casita a la orilla de la playa, y en la montaña, conocida como “Isla Negra”, y en donde cada semana el cartero del pueblo le llevaba la correspondencia que recibía en su apartado postal.
Julio Cortázar, el famoso cronopio argentino, con su casita de campo en Saignom, y en donde pasara los mejores días y noches de su vida.
Juan Rulfo con su paraíso en Comala, allí donde floreciera el cacique Pedro Páramo.
TRES. Hacienda El Lencero, su refugio
Ernest Hemigway con su Finca Vigía en Cuba y en donde viviera unos veinte años, acompañado de un perrito y cincuenta gatos, uno de ellos, el preferido, al que solía trepar a la mesa a la hora de la comida y le servía un platito con leche aderezado con unas gotitas de whisky y que tanto gustaban al animalito.
Carlos Monsiváis con su casita en la Ciudad de México, y en donde vivía acompañado de trece gatos, la mayoría con nombres de políticos y que le servían para pitorrearse con sus amigos.
Gabriela Mistral, la primera escritora de América Latina, originaria de Chile, paisana de Pablo Neruda, y que viviera en la hacienda de “El Lencero”, en Xalapa.
CUATRO. Pueblo imaginario
Malcolm Lowry, el famoso escritor autor de la novela más famosa, Bajo el volcán, viviendo en un pueblito de Morelos.
Carlos Fuentes Macías en su departamento en Londres, donde nadie lo visitaba y de día escribía y en la tarde/noche iba al teatro con su esposa, la periodista Silvia Lemus, y a cenar.
William Faulkner, con Yonapatawpha, el pueblo imaginario donde ocurren todas sus novelas, la lucha libertaria de la gente de color.
CINCO. El paraíso del abuelo
El abuelo nunca fue escritor ni artista, ni intelectual, pero tenía paraíso terrenal.
En San Miguel El Soldado, a un ladito de Xalapa, compró un lote y construyó una casita modesta, con una sola recámara y baño, y allí se refugió el fin de sus días y años luego del divorcio.
Entonces, contrató a una chica de unos veinte años de edad y con el tiempo se quedó a vivir y se convirtió en su ángel de la guarda.
Vivía el abuelo de forma sencilla de su pensión y su dicha cotidiana era treparse en su caballo para pasear en los alrededores explorando y conociendo la región, allí donde las nubes se empalmaban con los árboles.
SEIS. Vivir para adentro
Incluso, y considerando que una es la soledad de adentro y otra la soledad de afuera, el paraíso terrenal bien puede levantarse en casa, en la ciudad urbana, llevando vida monástica.
Leyendo, escuchando música, escribiendo, navegando en el Internet, teniendo amigos cibernéticos en el otro extremo del planeta, digamos, como estrategia para llevar la vida.
Bien pudiera hasta considerarse una sabia enseñanza del covid para vivir cada día y noche en un viaje interior.
La mayoría de aquellos escritores se retiraron del “mundanal ruido” para vivir a plenitud consigo mismos.