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Diario de un reportero
Sábado 27 febrero, 2021

La Soledad del Poder

El Poder de la Soledad
•Historias verosímiles


DOMINGO
La soledad del poder



Nada retrata tanto a un político como la soledad del poder.
Dueños del día y de la noche, dueños de vidas ajenas, dueños del presupuesto y jefes máximos del recurso público, los diputados locales y federales, los poderes Legislativo y Judicial, los policías y parte de los medios, en la soledad del poder se vuelven, digamos, seres humanos, como cualquier persona.Y en ese viaje esotérico quedan desnudos. Como son.
Por ejemplo, Gabriel García Márquez contaba la noche en que con William Styron y Carlos Fuentes Macías, Bill Clinton los invitara a cenar en la Casa Blanca.
Durante la cena, Clinton se la pasó hablando. Recitó una página completa de una novela de William Faulkner. Y otra de “Cien años de soledad” del Gabo. Incluso, Chelsea, su hija, apareció de pronto para recitar otra página de memoria.

Hacia el final de la cena, Clinton pidió permiso de salir un ratito y se fue derecho a la cocina. García Márquez lo siguió. Y por una rendija miró cuando el presidente de Estados Unidos se atragantaba un mendrugo con desesperación.
El Gabo miró y sintió y percibió la inalterable soledad de un político.

LUNES
La soledad de un reclusorio

Dante Delgado Rannauro estuvo preso en el penal de Pacho Viejo. Patricio Chirinos, el góber, había ordenado vigilar y elegir sus visitas y tachar a los incómodos.
En la cárcel, falleció el padre de Dante. Y Chirinos le ofreció que podría viajar a Córdoba para el sepelio, pero siempre y cuando fuera esposado de las manos y los pies y con vigilancia policiaca… por si intentaba huir.
En Pacho Viejo Dante tomó decisiones estelares de su vida. Una, renunció al PRI. Y dos, decidió fundar su partido político nacional, Convergencia por la Democracia.
A través de par de secretarios, Guillermo Herrera Mendoza y Alfredo Tress, y los amigos en la Ciudad de México, y en la soledad de la cárcel, Dante fue tejiendo y destejiendo y volviendo a tejer su partido político.
Primero, lo concibió en la mente, y sin decir a nadie, fue escribiendo la ruta crítica. Los pasos claves. Los amigos firmes. El sueño partidista.
En Pacho Viejo, entonces, Convergencia, ahora Movimiento Ciudadano, fue incubado.
Según Alfredo Tress, Dante le fue dictando un libro que escribía en su computadora. Pero, bueno, nunca quiso Tress darlo a conocer. Años después, se deslindaría de Dante y formó su efímero partido político estatal.

MARTES
El político más solitario

En confianza con los amigos, Agustín Acosta Lagunes, gobernador de Veracruz, se mostraba como el hombre más solitario, frágil, del mundo.
Por ejemplo:
Luego de cada comida solía quitarse la placa dental y la metía en un vaso con agua tibia que lo esperaba.
Después, tomaba un lápiz y agitaba la placa mental y la sumergía y volvía a sumergir y le daba vueltas como un carrusel de caballitos en la fiesta pueblerina y en la colonia popular.
El góber clavaba la mirada en su placa y la miraba en silencio, como ausente, absorto, hipnotizado, quizá recordando el tiempo de cuando sus dientes estaban completos y nunca había ido al dentista.
El góber callaba mientras su placa dental nadaba en aquellas aguas tranquilas y apacibles como dándose un baño de pueblo.
Y como los amigos también sirven para respetar los silencios, también callaban. Incluso, había quienes de plano centraban su mirada en la placa, igual, igualito que el jefe máximo, el tótem, el tlatoani.
Era como un viaje mágico donde el góber alcanzaba, más que “la plenitud del pinche poder”, la felicidad total en la soledad del poder.
El hombre, solo, ante su placa dental.

MIÉRCOLES
Un sándwich con el bufete

Dante Delgado hablaba y hablaba en la cena. Era una noche en el viejo Hotel Veracruz. Entonces, gobernador. Traía atravesado el destino de los Tiburones Rojos. Y la requisa portuaria. Y la nominación de candidatos a diputados federales.
Hablaba y los 2, 3 invitados a cenar seguían comiendo, ni modo, pues el hambre es canija.
Y Dante hablaba y seguía tomando agua.
Había en la mesa una especie de bufete que los meseros habían expuesto a petición del góber.
El góber paseaba la mirada por los platillos sin detenerse en uno.
Y seguía hablando. Analizaba los pros y los contras de los escenarios ante, digamos, las contingencias.
Aceleraba el motor y desaceleraba. Empujaba la carreta y la soltaba.
Llegó el final de la cena, ya tarde, casi en la madrugada. Y el capitán de meseros avisó que, porfis, lo entendieran, pero desde hace ratito era la hora de cerrar.
Entonces, Dante tomó dos panes blancos Bimbo y él mismo se fue preparando un sándwich. Se lo fue comiendo en el elevador mientras subía a la habitación asignada.
Bien dice el viejito del pueblo, a la hora del hambre todos somos iguales.
El góber de Veracruz, en la más canija soledad.

JUEVES
Congelado 3 meses

En Martínez de la Torre, los escoltas de la familia Arámburo, dueños de tierras donde la vista se perdía en el horizonte, se fueron en contra de unos campesinos invasores. En aquella orgía de sangre dejaron 7 muertos. Los niños y las mujeres llorando en aquel infierno oloroso a pólvora.
Gobernaba Rafael Hernández Ochoa. Luis Echeverría Álvarez, el presidente. Su líder agrario preferido y consentido, Alfredo Vladimir Bonfil, aquel de la frase bíblica: “A una voz de usted, señor Presidente, este país se inflama o se apacigua”.
Fue dura la protesta de Bonfil ante Echeverría acusando a Hernández Ochoa de negligencia.
Durante 3 meses, Echeverría congeló al gobernador. Ni una audiencia. Ni un saludito. El teléfono rojo, fuera de servicio.
La leyenda siempre contó que la esposa de Hernández Ochoa, Teresita Peñafiel, cabildeó ante su comadrita, la compañera María Esther Zuno de Echeverría, para que el presidente perdonara al gobernador.
3 meses, el góber, en la soledad del poder. Fueron sus peores 90 días.

VIERNES
Un alcalde en la soledad

Soledad canija, dura, ruda, la de Juan Maldonado Pereda congelado por el gobernador Rafael Murillo Vidal.
Era don Juan presidente municipal de Veracruz. Luis Echeverría Álvarez en gira jarocha. Tiempo cuando se debatía la sucesión. Manuel Carbonell de la Hoz, en la recta final, de hecho y derecho, el único caballo fuerte en el carril.
En el autobús, Echeverría llamó a Maldonado y delante de Murillo Vidal le preguntó sobre la sucesión.
Y Maldonado, un político ferozmente honesto, habló. Y dijo su verdad. Y cuestionó y evidenció a Carbonell.
A un lado, el diputado federal, Mario Vargas Saldaña, escuchaba. Y anotaba en sus neuronas el diálogo.
Luego, se lo contó a un reportero. Y la noticia fue publicada a 8 columnas en el Excélsior de don Julio Scherer García.
Y Murillo Vidal se encabritó. Y durante varios meses, quizá un semestre, congeló a Maldonado.
Le negó el habla. Le negó el saludo. Le negó audiencias. Se negó a contestarle el teléfono.
Entonces, Maldonado le escribió una carta de puño y letra. Larga. Extensa. Tres hojas que escribía y volvía a escribir, puliendo, cuidadoso, el contenido.
Dura, ruda, canija, aquella soledad del alcalde.


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