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Diario de un reportero
Lunes 11 enero, 2021

El trabajo de rastreo de la Quinta Brigada en el Norte de Veracruz


Violeta Santiago/Parte I

(La Fundación para el Periodismo en Iberoamérica Gabriel García Márquez eligió entre casi mil quinientos reporteros concursantes para el premio anual, a 40 periodistas del continente como finalistas. Entre ellos, a Violeta Santiago, de Veracruz.
Aquí, publicamos la serie que versa sobre los desaparecidos en el estado jarocho. Primera Parte)


La Quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas se realizó en el norte de Veracruz entre el 10 y el 21 de febrero de 2020.
Es la tercera vez que los colectivos se organizan para buscar restos humanos en tierras veracruzanas, pero es la primera que se hace en dicha región, donde se registraron 276 denuncias por desaparición hasta el 2016, aunque el número real sería mucho mayor, de acuerdo con estimaciones del colectivo María Herrera, de Poza Rica. Esta Brigada fue un reto para las experimentadas y experimentados buscadores.

Además de enfrentarse con las inclemencias del tiempo y condiciones adversas en un terreno que casi siempre reverdece, el mayor descubrimiento de la Brigada fueron las “cocinas”: una práctica perfeccionada de la desaparición humana, realizada sistemáticamente y bajo el silencio y contubernio de las instituciones de Seguridad Pública de Veracruz y México.

Más de nueve años han tenido que pasar para que se hable en el norte de Veracruz de lo que ocurrió con los desaparecidos. Aunque las “cocinas” reducen de golpe las esperanzas de hallar a sus seres queridos, las familiares del colectivo María Herrera permanecen en su búsqueda y luchan para detener este tipo de actividades y proteger a las familiares del dolor por la incertidumbre de no saber dónde está el ser amado.

Durante casi dos semanas acompañamos a la Quinta Brigada establecida en el norte veracruzano para componer esta historia coral con el objetivo de visibilizar la problemática de las desapariciones en esta región de México, compartir el sentir de quienes rastrean para llamar la empatía de la ciudadanía y servir de espacio de memoria para quienes buscan y son buscados.

Porque aunque se borren las huellas, las historias permanecen.

Capítulo 1. Dimensionar las desapariciones

Se dice en Veracruz que la violencia entró por arriba. Entre 2008 y 2010 el crimen se asentó en las ciudades del norte y paulatinamente se irradió hacia el centro y el sur. Para 2014, prácticamente todo el estado que bordea más de 700 kilómetros del Golfo de México conocía las desapariciones y fosas clandestinas.

Los primeros testigos de lo que marcaría a Veracruz en la última década, del incremento de una violencia sin precedentes a través de las desapariciones forzadas y las fosas, fueron los municipios de la Huasteca y el Totonacapan, desde Pueblo Viejo hasta Tecolutla, zonas que destacan por su producción petrolera y actividad citrícola.

La base de datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas (RNPED) evidencia el aumento de las denuncias por desaparición a partir de 2011, cuando Javier Duarte de Ochoa inició su mandato como gobernador de Veracruz.

En promedio, 1 de cada 10 desapariciones de personas entre 2006 y 2016 ocurrió en alguno de los municipios de la zona norte de Veracruz según el “Registro de Desaparecidos” de la Fiscalía General del Estado, la base de datos más completa y hecha pública durante el Gobierno panista de Miguel Ángel Yunes Linares (2016-2018), aunque omitieron incluir datos correspondientes a su período.

Según este registro, en una década se abrieron en Veracruz 5,934 expedientes por desaparición. 3,501 personas fueron localizadas (90% con vida), pero 2,433 no han sido encontradas. De esos casos 1,723 son hombres, 709 son mujeres y en un registro no se especifica el género.

De 212 municipios que componen Veracruz, 130 tienen, cuando menos, un caso de desaparición. Las ciudades del norte suman 276 denuncias por desaparición en la base de la FGE (un 11.35% del total): Poza Rica, importante ciudad petrolera, ocupa el cuarto lugar estatal con 113 casos; en el noveno sitio está Papantla, con 41 desapariciones; y también destacan Tuxpan y Tihuatlán con 21 casos cada una. Sin embargo, el número real de desaparecidos en la zona norte, estima Maricel Torres Melo, del colectivo María Herrera, dista mucho del que tienen las autoridades, pues no todos los casos se denunciaron.

Las fosas clandestinas son lugares en donde se inhuman los cuerpos de personas privadas de su libertad. Los primeros casos de Veracruz ocurrieron en el norte hasta extenderse a 58 municipios, dejando una cicatriz en el estado.

Entre la solicitud de información 02173318 realizada a la FGE y registros hemerográficos se calcula que, en Veracruz, entre 2010 y 2018, se encontraron 460 fosas y 5 pozos con restos, mientras que las víctimas ascienden a 993. La zona norte acumuló cerca del 10% del total de fosas con 35 emplazamientos y menos del 5% de los hallazgos de personas, con 45 cuerpos, número bajo si se compara con las 276 denuncias por desaparición en esa región, pionera en el registro de casos de personas llevadas a la fuerza y de las que no se encontraba cuerpo alguno: algunas veces, por secuestro; la mayoría, sin dejar rastro ni existir comunicación posterior de personas que reclamaran dinero a cambio de la vida.

El secreto guardado por casi nueve años es que, aunque hay regiones que posteriormente dominaron en número de fosas y cadáveres, la falta de hallazgos de cuerpos en el norte de Veracruz no obedece a que el número de desapariciones sea bajo o disminuyera, sino a que la mayoría de las personas privadas de su libertad fueron reducidas hasta convertirse en menos que cenizas: fueron “cocinadas”. Irreconocibles de por vida. Desaparecidos para siempre.


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