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Viernes 27 noviembre, 2020

La vida por una medalla

•8 horas en el infierno
•Presea Manuel Altamirano

ESCALERAS: Andy Wharol, el máximo creador del pop art, dice que los seres humanos suelen tener quince minutos de fama en la vida. El chamán del barrio habla de las tentaciones del poder. El sicólogo dice, por ejemplo, que en cosas de la vanidad se alcanzan lí­mites insospechados.

Luis Velázquez

Con todo, hay quienes, por ejemplo, arriesgan la vida… por merecer un diplomita, una medallita, y ganarse una presea para colgar en la sala de casa, además, de unos 5 minutos de aplausos.
Fue el caso, por ejemplo, de los sesenta maestros que aguantaron 8 horas seguiditas, muchos en sillas de ruedas, para entregar los documentos soñando con ganar la medalla Manuel Altamirano por cuarenta años de antigí¼edad otorgada por la secretarí­a de Educación.

PASAMANOS: Los profes fueron citados en Xalapa la semana anterior. Montón de papeles a entregarse para ver la posibilidad de quedarse con la medallita dichosa.
Entonces, en el papeleo burocrático, el profe Zenyazen Escobar, secretario de Educación, les hizo permanecer unas 8 horas seguiditas, ahí­, de pie, esperando el turno, llenando y rellenando los papeles.
Ni hablar, es la naturaleza humana. Peor tantito, si se consideran los riesgos del COVID, el peligrosí­simo rebote que obligara, entre otras cositas, a decretar el Toque de Queda en Chihuahua y la orden terminante de cárcel en Cuernavaca a quienes, desobedientes, circulen en la calle sin tapabocas.

CORREDORES: Lo más angustiante es que nunca la vida cambia ni mucho menos mejora, cuando un profe de la sexta, séptima, octava década sale premiado con la medalla Manuel Altamirano.
Quizá legí­timo orgullo será colgarlo en la recámara para festí­n de los hijos y los nietos. Pero nunca podrá cambiarse por la felicidad y la dicha plena de pasar las horas en el salón de clases.

BALCONES: Un diplomita, una medallita, equivalen a la famosa zanahoria del conejo.
En teorí­a sirve, ajá, para motivar. Pero, caray, cuando ya se tienen 60, 70, 80 años, sirve para nada.
Más, cuando los achaques y las enfermedades se cargan en la espalda como un fardo.
Mucho peor cuando como en el caso, haces fila en la SEV para entregar los papelitos encaramado en una silla de ruedas empujada por un familiar.

PASILLOS: En el tiempo de la tecnologí­a y el desastre epidemiológico resulta inverosí­mil la insensibilidad, el desdén y el menosprecio de Zenyazen para los maestros viejitos.
Tan sencillo y simple como, por ejemplo, digamos, abrir un espacio tecnológico para enviar los papeles, de igual manera, como las clases virtuales.
O en todo caso, si necesitan los papeles originales facultar a un hijo, un nieto, un familiar, para entregar los documentos.
Incluso, habilitar las oficinas regionales o municipales de la SEV para la entrega correspondiente.
Pero, bueno, cada quien tiene su COVID y su librito y su estrategia para hacerse el importante.

VENTANAS: La obsesiva obsesión magisterial por la medalla Manuel Altamirano se explica, además, a partir del siguiente impacto sicológico:
Hay médicos y abogados, entre tantos otros, que tienen el consultorio y el despacho tapizado de diplomas. Incluso, con universidades extranjeras con nombres raros y extraños, creyéndose que así­ impactarán al paciente y cliente.
Es más, entre ellos suelen platicarse con unos jaiboles encima el número de diplomas en sus oficinas para alardearse entre sí­.
Más aún, hay quienes, profesores, por ejemplo, festinan que su nombre fue impuesto a un salón de clases en la escuela donde enseñaban.
La vida, entonces, reducida a un papelito como el máximo logro de una vida completa.
Ta´gí¼eno.


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