cargando

En twitter:

Barandal
Jueves 24 septiembre, 2020

Peluquero con Parkinson

•Especie de maldición
•Un hombre derrotado

ESCALERAS: Muchos años después, el peluquero del barrio lloraba. Y lloraba de pronto cuando experto en el manejo de la tijera y la navaja para rasurar el pelo, el bigote y la barba, el mal de Parkinson le sobrevino.
Su único ingreso, y a comisión (el 60 por ciento para la dueña de la peluquerí­a, herencia familiar, y el resto para los empleados), estaba sujeto al salario precario y las propinas.

Luis Velázquez

Y con tres hijos y una esposa, el Parkinson se convirtió en una especie de maldición.

PASAMANOS: Siguió en la chamba, pero escaso, poco, limitado tiempo. Fue retirado del servicio luego de que hirió a un cliente en la barbilla. Y como el pulso le fallaba, también picoteó en la cabeza a otros.
El Parkinson, como la peor enfermedad de su vida, de igual manera, digamos, como para un playboy el mal de la próstata y para un beisbolista la presión arterial alta.
Jubilado en el Seguro Social, su pensión llegaba a tres mil pesos mensuales. Nada, con un trí­o de hijos creciendo soñando con la universidad.

CORREDORES: Un hijo, el mayor, se metió de peluquero, pero terminó de migrante sin papeles en Estados Unidos. La hija solo cursó la secundaria y a emplearse como trabajadora doméstica con la familia de un cliente.
Los dos hijos mayores fueron solidarios y están pagando la universidad del hijo menor. Y lo que cae de la pensión, apenas para comer una quincena.
El Parkinson le llegó a los sesenta años de edad. Los dí­as más rí­spidos los vivió sentado en un rincón de la peluquerí­a esperando que algún cliente fiel lo buscara. Pero como la fama del mal trascendió pronto y rápido, los ahuyentaba.
La dueña y gerente general le pidió su retiro. Tu jubilación está lista, le dijo, quizá, solidaria.

BALCONES: Como peluquero era un hombre que nunca, jamás, hablaba ni formaba plática, a menos que el cliente la iniciara. Callado, se esmeraba en cada corte de pelo como obra máxima de creación artí­stica.
Las tijeras y la navaja las tení­a bien afiladitas, el pulso firme, y cuando la enfermedad fue ganando espacio y vigencia en sus dí­as y noches, la tristeza lo avasalló y se volvió más callado, por más que la hija intentaba alegrar sus horas.
PASILLOS: Se llamaba Aurelio. Y a sus colegas entristecí­a que todas las mañanas, como en los últimos treinta años llegara a la peluquerí­a puntual, bien bañadito y mejor rasurado, para esperar a los clientes, y ahora, ni modo, la jubilación forzada.
Era un hombre de baja estatura, chaparrito, con una guayabera de manga corta que usaba y parecí­a bata para dormir. Flaco, más o menos como Agustí­n Lara, las arrugas se amontonaban en la frente, la cara, el cuello y las manos que parecí­an aletear con el Parkinson como un caballo desbocado, sin freno, en el carril, y que siempre lo avergonzaba como si la enfermedad fuera el peor mal del mundo.

VENTANAS: Todo en Aurelio estaba apachurrado. Con las pilas bajas, el estado de ánimo era deplorable. Más que la tristeza, la depresión germinando en tierra fértil. Y la verdad daba mucha tristeza mirarlo, porque hasta su mirada estaba llena de dolor, sin brillo ni resplandor, sin fuego ni alegrí­a.
Era la suya la imagen de un hombre derrotado y aniquilado porque sus manos eran el instrumento de trabajo y eficacia y sus manos estaban de hecho muertas, sin vida. Fue cuando comenzó a pensar en el suicidio…
Su esquela la vimos en el periódico a nombre de la Unión de Peluqueros dando el pésame a la familia.


Deja un comentario

Acerca del blog

Blog de noticias desde Veracruz.
Aquí, deseamos contar la historia de cada día.
Y cada día es un nuevo comienzo.
Y todos los días se empieza de cero...

Portal de noticias de Veracruz.