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Miércoles 23 septiembre, 2020

Vivir de la nostalgia

•La sazón de mamá
•El Super Saturday

UNO. Vivir de la nostalgia

Con tanto encierro, 7 meses ya, la nostalgia brinca y se adueña de la vida. Y solo resta viajar hacia el pasado para llenar los huecos del desastre epidemiológico.
Por ejemplo, en los dí­as y noches desventuradas que caminan y trotan,

Luis Velázquez

nada enciende más el corazón, la memoria y los recuerdos como las sabrosas picadas y gordas de mamá, con maí­z blanco molido en el molino casero y cocidas en el brasero con leña.

DOS. La sazón de mamá

Las sabrosas albóndigas que solí­a hacer con sus manos hábiles y cariñosas para la felicidad y la dicha de sus hijos y que revoloteaba con frijolitos refritos en el caldo y significaba el mejor banquete de la vida.
El café de olla, negro, que hací­a, y sin azúcar, porque si se le echaba, decí­a, entonces el café sabí­a a azúcar y que a veces permití­a en las noches una piscacha de aguardiente para el mejor sabor.
Los fines de semana, en el desayuno para iniciar el sábado, caray, una sabrosa salsa de chicharrón con frijolitos y tortillitas de maí­z blanco echadas a mano, todaví­a humeante el brasero y el humo que salí­a por la ventana superior de la cocina y trepaba al cielo donde se diluí­a.

TRES. Delicioso ponche

Papá, lleno de envidia de la buena con el sazón de mamá, invitaba a su parcelita para ordeñar dos vaquitas que tení­a y hacer un ponche delicioso de lechita recién ordeñada con unos piquetitos de aguardiente y que solí­amos tomar sentados a la orilla del rí­o Jamapa mirando a un caporal, el único que tení­a, bañar a los becerritos.
A veces, sorprendí­a con una bolsita con pan recién horneado en la panaderí­a del pueblo y entonces aquel era sabrosí­simo banquete cuando todaví­a faltaba mucho tiempo para que el sol saliera y el agua del rí­o estaba tibia y era más delicia zambullirse.

CUATRO. El Super Saturday

Los sábados eran, como canturrean los chicos de Londres, de Super Saturday. Pero entonces, en el pueblo nadie conocí­a las discos y el pachangón era en la única casita de citas con mesalinas que llegaban de la ciudad de Veracruz como si fueran modelos de casa de moda VIP.
Habí­a una señora de unos treinta años a quien apodaban “La quinceañera”, porque siempre preferí­a enseñar a los chicos las artes amatorias y ser la primera en sus vidas sexuales.
Y era tan generosa y solidaria que por lo regular cobraba la mitad de su tarifa porque ella también era feliz.

CINCO. Refocilarse como los gatos

Los domingos con los padres era mañana de misa y confesarse arrodillados ante el sacerdote y confesar.
Pero el festí­n estaba luego en el único restaurantito del pueblo para desayunar chocolate con panecillos y que en las noches ofrecí­a banquetazazo con uno, dos, platos de mondongo, con chilito al gusto, y en donde significaba un ritual pasarse la lengua en los labios, como los gatos, para refocilarse con el olor y el sabor.

SEIS. Los tamales de don Amado

El festí­n gastronómico del sábado fue imborrable con los tamales de masa más sabrosos en la región. Los preparaba y cocinaba don Amado Beltrán y a ninguna gente extraña compartí­a el secreto de su cocina más que a sus hijas, herederas universales de aquel gran tesoro.
Fueron aquellos dí­as y años los más felices de la vida. El Veracruz que en parte se ha ido, recrudecido ahora con la pandemia, pues está prohibido salir a la calle cuando hemos rebasado los 4 mil muertos.


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