Vivir de la nostalgia
•La sazón de mamá
•El Super Saturday
UNO. Vivir de la nostalgia
Con tanto encierro, 7 meses ya, la nostalgia brinca y se adueña de la vida. Y solo resta viajar hacia el pasado para llenar los huecos del desastre epidemiológico.
Por ejemplo, en los días y noches desventuradas que caminan y trotan,
Luis Velázquez
nada enciende más el corazón, la memoria y los recuerdos como las sabrosas picadas y gordas de mamá, con maíz blanco molido en el molino casero y cocidas en el brasero con leña.
DOS. La sazón de mamá
Las sabrosas albóndigas que solía hacer con sus manos hábiles y cariñosas para la felicidad y la dicha de sus hijos y que revoloteaba con frijolitos refritos en el caldo y significaba el mejor banquete de la vida.
El café de olla, negro, que hacía, y sin azúcar, porque si se le echaba, decía, entonces el café sabía a azúcar y que a veces permitía en las noches una piscacha de aguardiente para el mejor sabor.
Los fines de semana, en el desayuno para iniciar el sábado, caray, una sabrosa salsa de chicharrón con frijolitos y tortillitas de maíz blanco echadas a mano, todavía humeante el brasero y el humo que salía por la ventana superior de la cocina y trepaba al cielo donde se diluía.
TRES. Delicioso ponche
Papá, lleno de envidia de la buena con el sazón de mamá, invitaba a su parcelita para ordeñar dos vaquitas que tenía y hacer un ponche delicioso de lechita recién ordeñada con unos piquetitos de aguardiente y que solíamos tomar sentados a la orilla del río Jamapa mirando a un caporal, el único que tenía, bañar a los becerritos.
A veces, sorprendía con una bolsita con pan recién horneado en la panadería del pueblo y entonces aquel era sabrosísimo banquete cuando todavía faltaba mucho tiempo para que el sol saliera y el agua del río estaba tibia y era más delicia zambullirse.
CUATRO. El Super Saturday
Los sábados eran, como canturrean los chicos de Londres, de Super Saturday. Pero entonces, en el pueblo nadie conocía las discos y el pachangón era en la única casita de citas con mesalinas que llegaban de la ciudad de Veracruz como si fueran modelos de casa de moda VIP.
Había una señora de unos treinta años a quien apodaban “La quinceañera”, porque siempre prefería enseñar a los chicos las artes amatorias y ser la primera en sus vidas sexuales.
Y era tan generosa y solidaria que por lo regular cobraba la mitad de su tarifa porque ella también era feliz.
CINCO. Refocilarse como los gatos
Los domingos con los padres era mañana de misa y confesarse arrodillados ante el sacerdote y confesar.
Pero el festín estaba luego en el único restaurantito del pueblo para desayunar chocolate con panecillos y que en las noches ofrecía banquetazazo con uno, dos, platos de mondongo, con chilito al gusto, y en donde significaba un ritual pasarse la lengua en los labios, como los gatos, para refocilarse con el olor y el sabor.
SEIS. Los tamales de don Amado
El festín gastronómico del sábado fue imborrable con los tamales de masa más sabrosos en la región. Los preparaba y cocinaba don Amado Beltrán y a ninguna gente extraña compartía el secreto de su cocina más que a sus hijas, herederas universales de aquel gran tesoro.
Fueron aquellos días y años los más felices de la vida. El Veracruz que en parte se ha ido, recrudecido ahora con la pandemia, pues está prohibido salir a la calle cuando hemos rebasado los 4 mil muertos.